Hace poco vi en una de las vitrinas de una tienda de ropa para mujer tres avisos diferentes: dos de ellos tenían escritas un par de frases de “feministas” como “viva el poder femenino” o “somos fuerza” en tipografía rosa y cursiva, y la otra hacía alusión a las capacidades “levanta cola” de los jeans que la tienda comercializaba. Me llamó poderosamente la atención encontrar esta mezcolanza, este contraste, entre fraseología de “empoderamiento” femenino y la más patética objetualización del cuerpo de las mujeres. Lo que sobresale acá es que, en realidad, no hay contraste “objetivo”, es decir que en realidad el contraste solo existe a los ojos de quienes conocen en alguna medida las búsquedas históricas del movimiento de mujeres en el mundo.
Ya ha sido señalado en muchas ocasiones la manera en que el capitalismo la mercantilización de todo lo que nos hace humanos penetra y “pudre” todo lo que toca. Incluidos los movimientos sociales, como el feminismo, entre muchos otros. Sin embargo, creo que esta cuestión va más allá. Creo que se trata de una especie de crisis del movimiento de mujeres que, por lo menos en Colombia, muchas personas vienen comentando. Se trata de cómo las ideas feministas al popularizarse y hacer parte de un sentido común que poco a poco se viene construyendo también se van vaciando de contenido, se van convirtiendo en una fraseología que puede compartir vitrina junto a pantalones que ayudan a que sus compradoras puedan lucir unas falsas nalgas, seguramente frente a ojos masculinos.
Slavoj Zizek ya había comentado algo al respecto sobre el ecologismo, y Nancy Fraser —feminista teórica—había también comentado con preocupación la cooptación del feminismo por parte del gran capital. Sin embargo, creo, como decía, que la cuestión va un poco más allá. El vaciamiento de significados de las ideas feministas se vivencia día a día en redes sociales y en los usos “silvestres” entre las mismas mujeres de tales ideas. Mujeres feministas que maltratan a sus parejas (hombres o mujeres) públicamente, ciegas ante su propia agresividad por una especie de victimización esencial; mujeres feministas lesbianas que excluyen a otras mujeres de sus discusiones por ser hetero o bisexuales, asumiendo que cualquier contacto sexual con hombres cisgénero “contamina” el cuerpo y el discurso; mujeres que descalifican ideas defendidas por hombres, tal vez sin saber que esas mismas ideas han sido planteadas por feministas teóricas de renombre; mujeres que encuentran en la fraseología feminista una manera de ocultar sus propias arbitrariedades en sus relaciones, hablando de independencia y autonomía cuando en realidad se trata de egoísmo.
Por supuesto que no se trata acá de invalidar el movimiento de mujeres. Es, al contrario, una manera de mencionar los nuevos retos que aparecen. Creo que estas nuevas dificultades se vienen dando precisamente por el avance asombroso que el movimiento ha tenido en los últimos 30 años en el mundo. Como decía, la popularización y la conformación de un “sentido común” sobre las desigualdades de género, traen aparejados, por supuesto, la banalización de las ideas que lo impulsaron. Y la cuestión sería baladí sino implicara una cerrazón a la discusión y a la autocrítica. La banalización es la contracara, la aliada indispensable del dogmatismo. Y al decir dogmatismo no hablo de feminismo radical o de la imbecilidad del “feminazismo”. Hablo de que si las ideas se vacían, el debate se hace imposible. Y sin debate no hay movimiento que avance.
