Viene a mi memoria la memorable frase que soltó Álvaro Gómez Hurtado en una entrevista con Juan Gossaín, siendo candidato por su movimiento Salvación Nacional, por allá en los finales de los años ochenta.
En esa ocasion las encuestas no lo favorecían, lo ubicaban de último; al preguntarle su entrevistador sobre esa situación, Gómez, de una aguda inteligencia le contestó: "Juan, las encuestas, iguales a las morcillas, son muy buenas verlas servidas en el plato y degustarlas, pero a nadie le gustaría ver como las preparan". La verdad es que observar la preparación de las rellenas impresiona y causa repulsión. Pero ahhh, qué deliciosas son.
Gomez, que propuso un acuerdo sobre lo fundamental para superar nuestro continuo estado de confrontación, era muy certero en sus respuestas. Esta respuesta se identifica con la genuina desconfianza que nos genera la proliferación de encuestas en Colombia.
Nadie va discutir la validez de las encuestas electorales como método científico y estadístico para medir tendencias. Sería torpe e insensato. Las encuestas son una técnica de investigación social que permite conocer las opiniones y actitudes de una colectividad por medio de un cuestionario que se aplica a un reducido grupo de sus integrantes al que se denomina “muestra”.
La técnica se usa con frecuencia en las campañas electorales. Esta metodología si no es aplicada con rigor científico y objetividad se convierte en un elemento perturbador de cualquier elección. Hace muchos años se decía: “El que vota, elije”, luego mutó para decir: “El que escruta, elije”; hoy en nuestro medio, donde la actividad política es poco seria, tendríamos que decir: ¡el que encuesta, elige!
Las encuestas son muy útiles para ganar una elección si se las usa como lo que son: una técnica de investigación. Su fuerza radica en la cantidad y calidad de la información que proporcionan a quienes elaboran las estrategias electorales.
En una época en que la democracia se ha ampliado y los países no solo se manejan de acuerdo a lo que dicen las élites económicas o intelectuales, una campaña electoral, necesita conocer lo que opinan los ciudadanos comunes acerca de los más diversos temas. La única forma de hacerlo es a través de la investigación científica y la herramienta privilegiada de ese tipo de investigación es la encuesta electoral
Las encuestas son conocidas por el escándalo que produce en las campañas la publicación de la simulación electoral, que es una pregunta del formulario que averigua cómo votarían los ciudadanos si las elecciones fueran el día en que se realiza la encuesta. Los candidatos se obsesionan por esa pregunta. Los porcentajes producen polémicas estridentes. Unos dicen que según “sus” encuestas ganan, otros que las encuestas publicadas son falsas, otros que no creen en las encuestas. Al final los que no han sido favorecidos con el sondeo dicen al unisonó: “la verdadera encuesta es el día de las elecciones”.
La anterior declaración es recurrente, un lugar común que con frecuencia utilizan los que van perdiendo para tranquilizar sus huestes de cara a las elecciones.
Ante todo -en condiciones normales- las encuestas no expresan las preferencias de quienes las hacen. Existen candidatos que agradecen porque los resultados de una encuesta que se publica les son favorables o que se enojan porque les son adversos. Ambas actitudes son erróneas. Se supone que los que las realizan son profesionales en la materia y sus estudios reflejan simplemente lo que encuentran a través de la investigación, más allá de las simpatías o antipatías. La encuesta, si está bien hecha, no debe reflejar los sentimientos ni negativos ni positivos de los encuestadores.
El rigor, el concepto genuino y puro de un método científico, matemático y estadístico se convierte en herramienta de manipulación y de perturbación, para direccionar tendencias de eventos electorales. Algunos -no todos- se ponen de acuerdo para defender intereses preestablecidos que beneficie a un determinado sector político, eso es lo que percibe el ciudadano del común cuando se dice: “para una encuesta hay otra encuesta”.
Lo vemos todos los días: hoy puntea en las encuestas un candidato de una determinada firma, mañana puntea otro de otra firma encuestadora. El caos, la verdadera guerra de las encuestas electorales. El ciudadano que vota, se encuentra expectante, se ve acorralado y apabullado en espera de la publicación de determinada información y al final casi siempre, se decide por el candidato más “opcionado” en las encuestas. Hoy dan sobrado en las encuestas a Gustavo Petro para las presidenciales y en poco tiempo e inexplicablemente (si quieren) se desvanece en caída libre...
El otrora excelente excandidato a la alcaldía de Bogota, Carlos Vicente de Roux ,que renunció en su momento agotado por los resultados de las encuestas, no le faltó razón cuando dijo: “Los partidos se han vuelto encuesta-dependientes, si de entrada su candidato no califica bien, o no sube rápidamente se desmoralizan, se les olvida que las campañas son precisamente para promover el candidato y su programa”.
Los partidos caen rendidos a los pies de la dictadura de las encuestas. El CNE –Concejo Nacional Electoral– hace ya tiempo se pronuncio y abrió una investigación formal, a una serie de empresas dedicadas a estas actividades, en las cuales pesaba la sospecha, de difundir y manipular datos que favorecen a determinados intereses políticos. No sé supo nunca los resultados.
Es toda una estrategia: al ciudadano se le construye un escenario mental, en el que se prefabrica una opción artificialmente ganadora, sin importar casi siempre el programa político y al final se ve direccionado por las encuestas. No desconozco la importancia de las encuestas, reconozco su importancia, destaco sus aciertos y critico sus desaciertos.
Hay empresas dedicadas a estas labores que son muy serias y confiables, pero lo más importante es tener fijado un criterio político propio, estudiar lo que ofrecen los candidatos, votar por candidatos con un fuerte arraigo de partido. Para mí las encuestas son un referente importante, pero no deciden mi voto.
Este escenario virtual, casi mágico, es hoy una útil herramienta muchas veces manipulable, como seguramente lo vamos a presenciar en estas próximas elecciones.