Mientras caminamos por la planta, Fernando nos cuenta que los primeros pasos se dieron en 1930, “cuando Bogotá empieza a crecer y surge la preocupación porque las fuentes primarias ya están en su capacidad máxima y requerimos de nuevas fuentes. Se comienza a hablar del Páramo de Chingaza, se hacen algunos estudios básicos, pero hacer obras tan lejos de Bogotá parece una locura en su momento. Se hace, entonces, la planta Vitelma en 1939, alimentada por el río Tunjuelo. Luego, en los años 50, cobra vida el proyecto de Tibitoc, que toma el agua del río Bogotá. El problema es que al mismo tiempo seguíamos creciendo como ciudad”.
“Llega, así, el momento de pensar de nuevo en el Páramo de Chingaza, se inician estudios que busquen la manera en que se impacte en menor medida el ecosistema y surge la idea de crear una represa aprovechando los recursos del río Chuza. Comienza allí la mega obra que es la represa y la planta Wiesner con sus túneles. Un proceso largo que arrancó en los 70”.
Fotografía: Camilo Rozo
La construcción no ha estado lejos de los problemas, como el incumplimiento de la primera etapa por parte de una firma yugoslava, la caída de túneles recién inaugurados, la muerte de 60 tuneleros (en 1973) por la presencia de gas metano a 70 metros de profundidad, derrumbes que afectan la pureza del agua, y más. Finalmente, en 1985 empieza a funcionar, pero los problemas no terminan allí, en 1989 nuevamente sufren caídas de túneles, lo que hizo necesario hacer otro embalse, el San Rafael (64 millones de metros cúbicos que alcanzan para dos meses), para poder hacer las obras y abastecer la ciudad.
Esta historia nos da una dimensión de los aciertos y las equivocaciones en el proceso, pero sobre todo nos muestra lo que ha implicado que los bogotanos tengamos agua en casa. El agua es una fuerza muy difícil de controlar.
