Lo peor de la pandemia no es la pobreza ni las diferencias que ha destapado. No. Lo atroz de esta nueva realidad es la sandez y cómo se ha venido actuando en todos los niveles y sectores de la sociedad. Se ha tomado como un punto de partida la administración pública y fue la que primero mostró su nefasto accionar. Así volvieron fiesta los recursos que el gobierno mandó para enfrentar la pandemia y la corrupción volvió a mostrar sus fauces.
El punto de partida o al menos el que se escogió para escarmentar no podía ser otro que el Chocó. Como tradicionalmente sus recursos han sido expoliados por toda clase de administradores de turno, se les ocurrió dictar las capacitaciones más costosas de la historia, mientras que los hospitales del departamento no tenían ni aspirina para enfrentar al COVID-19. Y eso se tornó en la oportunidad una vez más para señalar una región llena del olvido que seremos, como lo plantea Abad Faciolince.
También hemos venido observando cómo en otras entidades territoriales se está proveyendo a las comunidades de productos extremadamente finos y saludables, tan exquisitos que un atún que en cualquier supermercado de barrio o centro comercial no supera los cinco mil pesos, pasó de la noche a la mañana a costarnos a los contribuyentes del país veinte mil pesos. Sí, aunque usted no crea, solo con el incremento del costo de ese producto se pueden pagar favores políticos y enriquecer a unas personas que tienen todo menos calidad humana para comprender la situación que atraviesan los ciudadanos del común.
Sin embargo, lo más extraño del caso es que así, con la celeridad y eficiencia como se hizo el proceso por parte de los órganos de control en el Chocó, ha sido pasmosa la lentitud y la ineficiencia con los otros entes territoriales donde se presume ocurrió lo mismo y a veces de manera más escandalosa (si es que se pudiera entender así).
Otro sector que ha venido mostrando sus peores formas de accionar y de entender la pandemia ha sido la educación. Se viene estando cubierto con un manto de profesionalismo y de entrega por el ser humano, basados en los conceptos y declaraciones del ministerio del ramo, pero lo que sucede al interior de cada comunidad educativa sigue siendo un enigma y no pocas veces lleno de las más crueles realidades.
¿O es que es muy bueno asignar trabajos, actividades y talleres a una mayoría de estudiantes del sector oficial, cuyas familias viven por debajo del indicador de pobreza en guías educativas, que no siempre son eso, sino más bien manifiestos de contenidos desconectados de la realidad y del contexto? El caso de los niños que se suben a un árbol a buscar la señal para bajar documentos de un profesor o profesora que envía la actividad desde la comodidad de su sala no es más que la evidencia de un país perdido en su proyecto de futuro.
No comprender desde la educación la realidad actual no es más que un acto de mala educación. Aunque lo tapen con palabrerías como educación en casa, educación asistida, educación virtual, entre otros, la verdad no había ni hay todavía la preparación tecnológica ni humana en la escuela para pensar que se puede garantizar aprendizajes mediados por tecnologías de la comunicación, menos cuando la mayoría de los mismos docentes y directivos andan perdidos en los vericuetos de las plataformas. Es que no sé en qué mundo se cree que por tener acceso a plataformas como Zoom, Google Meet, entre otras, se garantiza la enseñanza y el aprendizaje. Se puede tener a los estudiantes por horas clavados a la pantalla y si no hay unas metodologías de enseñanza, pensadas y la experiencia del saber, el resultado es el que estamos obteniendo: acompañamiento a los estudiantes y aprendizaje nulo.
Finalmente, es bueno revisar en este marco de cosas el papel de la ciencia en nuestro país. Cómo se entiende que los mismos que instan al gobierno a decretar confinamiento tras confinamiento, bajo la lógica de disminuir la velocidad de propagación del virus en la comunidad, sean los mismos que dictaminen medidas regidas por los intereses de los empresarios como el día sin IVA.
Estamos asistiendo al carnaval del despropósito y la mediocridad o simplemente, como lo dice el saber popular, el plan es disminuir la pobreza acabando con los pobres, que desgraciadamente han sido quienes entendieron que necesitaban un televisor de sesenta pulgadas y no un plan de sostenimiento económico para lo que resta por sufrir con este perverso virus SARS-CoV-2.