Emma Stone espectacular. No puede ser más frágil. Imposible representar más perfectamente toda la supuesta desvalidez de las mujeres, que no se valen por sí mismas. Reducida a su mínima expresión Bella es frágil, ni siquiera es capaz de moverse coordinadamente, no sabe aún del poder de la palabra, es ingenua, obediente y no es ella producto de su propia construcción, es una composición masculina. Obviamente tenía que quedar así, el arquitecto es un miope, no es capaz nunca de verla en toda su dimensión.
Primero un objeto para la crianza, un organismo, biológico apenas; después objeto productivo, que en las mujeres rápidamente quiere decir al servicio de los demás; para finalmente hacerse consciente de sí misma, gobernarse a sí misma y ser capaz de sentir, pensar y desear por y para sí misma, desafiando los distintos poderes sociales. Esos poderes todos, el poder en general, que busca, no para el bien común que sería lo más humano, sino para beneficio particular o general pero dominante, tenerla sujeta, de otros, no de sí misma. Pero este organismo esclavo— objeto para otros, por la vía del deseo, como todos los seres humanos, deviene en sujeto, se va convirtiendo en sujeta de sí misma—ella misma.
Poor Things es una película inolvidable. Difícil creer que su director Giórgos Lánthimos, un hombre, la dirigiera. Pero sí, en toda su filmografía los temas complejos que rodean la vida de hombres y mujeres, pero especialmente la vida de las mujeres, es expuesta con sutileza tras decorados, escenas y diálogos que parecen exabruptos y no lo son. Para nada. Es la vida adornada pero a lo bruto. Yo veía a lo largo de la película la vida de una mujer así, tal como los hombres la conciben. A lo bruto: existe mediante el deseo y la habilidad de dios, crece a través de los sueños de dios, se le saca de su hogar paterno por intermedio de dios, se esclaviza sexualmente al servicio de su pareja, un dios, quien además espera que ella lo endiose permanentemente, lo infle, le haga creer todo el tiempo que sí, que es dios; es repudiada cuando empieza a rebelarse, a develar y a afirmar que ese tal dios realmente no lo es, que él es apenas una “poor thing” – una pobre criaturita-, y encuentra caricaturescamente que para poder sobrevivir sin la égida de su dios asignado, bien podrá ponerse al servicio de otros dioses, los necesitados. Esos otros dioses, apenas en la categoría de puteros, supondrán a su vez que ella, un objeto, hará todo lo que ellos quieran porque cada polución es la semilla de dios en la tierra y debe ser acogida con entusiasmo reverente. Ahora, plantea la película, como si fuera poco, que si ella se sale de madre, puesto que es imposible salirse de padre, es decir de dios, entonces habrá que ablactarle su deseo, habrá que arrancarla de su sí misma, de su propia existencia, para que se mantenga en el redil.
Así que lamento hacer spoiler, las poor things en la película son los hombres. No ella/s. Ellos son las pobres criaturitas que a estas alturas del partido todavía son y se creen dioses. El padre del científico lo mutila, es explicable, comúnmente dios es padre y hermano narcisista que no tolera que otros lo superen; el papá, la ciencia que todo lo justifica si los fines apuntan al “progreso”, que no puede violentarla sexualmente porque está mutilado, yace con ella en el mismo lecho pero le aclara que no, que no es una criaturita de aquellas que abusan sexualmente de sus hijas, alumnas, subalternas y demás. No, no puede abusar. No es un virtuoso, es que está castrado. El estudiante y prometido, que vive dentro de la norma, el decente de la barra, no es más que un cómplice por omisión, solo una vez medio advirtió que podía denunciar toda la infamia, pero como los “decentes”, mejor mira para otro lado y pasa la página.
Dejará de ser la hija del padre para convertirse en la hija del marido, el gran macho, mayor, rico, de buena posición, el partidazo. Un fiasco, un infeliz que no da cuenta de sí mismo
Sigamos con las criaturitas de marras: no podía faltar el gran ilusionista que promete el oro y el moro y la engatusa vendiéndole la idea de que él encarna el deseo, la libertad y la autonomía. Dejará de ser la hija del padre para convertirse en la hija del marido, el gran macho, mayor, rico, de buena posición, el partidazo. Un fiasco, un infeliz que no da cuenta de sí mismo. Y ni hablar de los puteros. Patéticos. Cada emisión de semen es una alegoría al poder masculino para conjurar la maldad y el pecado que encarnamos las mujeres, basta con pagar, así la pecadora es ella y él queda libre de toda impureza contraviniendo el Levítico.
El militar, oh dios, poder y gloria de la patria, un mequetrefe que sabe, como todo dios, que si desenfunda un arma será adorado, temido realmente, porque el miedo también es reverente. Y como ella nunca ha tenido miedo, enfrenta sin temor el mandato de la ablación y se defiende. Nótese que en toda la trama Bella jamás ha tenido miedo, tal vez porque en su origen, nadie le habló del paraíso —un hombre en su vida—, ni la expulsaron por preguntona y respondona. Así que no conoce el miedo. Ni a la exclusión, ni al ostracismo, mucho menos al desencanto —es lo peor—, que producen las pobres criaturas.
La película aparentemente es una oda al machismo, lo representa y como sátira brillante todo el tiempo se burla de él. La mejor estrategia para conseguirlo es poner a la figura femenina protagónica muy pequeña, “una bebé en un cuerpo de adulta” al decir del común. ¡Qué va! Es la manera extraordinaria que tiene de hacer evidente lo que todas sabemos desde Eva: que mientras más infantiles ellas más grande el espejo donde, como en los parques de diversiones, ellos logran verse ampliados para no lastimarse con su verdadera existencia de pobres criaturitas endiosadas.