Muy pretenciosa, dice en su artículo cuarto que es norma de normas y que en caso de conflicto con cualquier otra, habrá de prevalecer. Pura paja. Con la Constitución hacen muchos lo que les da la gana, empezando por quienes son, supuestamente, sus guardianes, los Magistrados de la Corte Constitucional.
No bien entrados en funciones, a esos audaces pareció poca la tarea que les impusieron y poniéndose de ruana la Carta que guardaban, decidieron modificarla en lo que se les antojó. Se les ocurrió la genial idea de “modular” sus fallos, lo que les valió asumir el poder de dictar leyes, y mejor que eso cambiar la Constitución todos los días. Y ahí siguen, muy orondos, modulando, modulando y modulando.
Nadie piense que esos sacrosantos personajes se deben al pueblo o que son elegidos por el pueblo. No. A ellos los elige un Senado corrupto, como el pasado de Santos, y no le responden a nadie por nada. Mejor dicho, prevarican a discreción, a sus anchas y sin responsabilidad ante nadie. ¡Pobrecita Constitución!
A la voz de que uno hace aquí lo que quiere, los universitarios, profesores y alumnos, resolvieron medir el aceite del motor presidencial. Y comprobaron que, efectivamente, con la Constitución y Leyes de la República se hace lo que se quiere, con un tanto de audacia y de impudicia.
Después de parar medio país, de herir policías, de dañar bienes públicos y privados, se ganaron unos cuantos billones de pesos. ¡Pobrecita Constitución!
Por esa misma senda siguieron los indígenas, que no siendo muchos acabamos de descubrir que también hacen lo que en gana les viene con la Constitución, con el Orden Público, con los derechos de la inmensa mayoría de los colombianos.
Y se tomaron la Carretera Panamericana, la llenaron de piedras y de huecos, hirieron y secuestraron policías y militares y condenaron a la miseria, a la miseria de estilo venezolano, a millones de compatriotas suyos.
Y por supuesto, no les pasa nada. Nadie les ha dicho que los juzgarán como los delincuentes que son y que tendrán que responder por sus actos. Al contrario, el señor Presidente les ha hecho saber que lo más grave que puede pasarles es que él no viaje a dejarse secuestrar por ellos, que con el secuestro de la Ministra del Interior debe bastarles. Y que si dejan de ser tan malitos, entonces sí, como en el cuento de la perrilla de Marroquín, tampoco les pasará nada. En ese día, cuando dejen vivir en paz a sus compatriotas, empezarán las “negociaciones”. Vaya, vaya. Después de enseñar Derecho más de treinta años, venimos a descubrir que la Ley no se hace cumplir, sino que se “negocia”.
La lección ha quedado aprendida. Y ya se relamen de gusto otros indígenas de sur del Tolima, de Boyacá, de Norte de Santander, que se preguntan cuál será su premio negociado por asaltar las carreteras, los bienes públicos, los campos petroleros y de gas. ¡Pobrecita Constitución!
La JEP ha causado todos los entuertos, violado todas las leyes,
incurrido en todos los desafueros imaginables
contra la “norma de normas”
Y ahora tenemos otros que se mueren de risa del artículo cuarto de la Constitución. Y son ellos nada menos que los miembros de otra Corte de Justicia, que así llaman a los que han sido elegidos, único caso en la Historia del Mundo, por los criminales que supuestamente van a juzgar.
La JEP ha causado todos los entuertos, violado todas las leyes, incurrido en todos los desafueros imaginables contra la “norma de normas”.
El nepotismo, aquello de preferir a sus parientes sobre los demás colombianos, ha sido carta blanca para esos magistrados, empezando por la Presidenta del Tribunal, figura predilecta del Tartufo, el nuestro, peor y más descarado que el de Moliére.
Y sin cumplir una sola de sus tareas, se dieron a la muy productiva de contratar amigos, paniaguados y relacionados en política, sin ninguna vergüenza, sin asomo de pudor.
Tan jovencitos como son, y duplican en burocracia la de las demás Cortes sumadas; tan escrupulosos como se pregonan, y malgastan el presupuesto nacional, como les parece; tan sometidos a la Ley como se dicen y contratan a sus amigotes, sin que expliquen por qué ni para qué.
La JEP no ha querido contar por qué contrató al hijo de Ernesto Samper, ni que cosa hizo el muchachote para ganarse en un mes cincuenta millones de pesos. Tan hermética como en ese caso ha sido con el del yerno del periodista más poderoso de la República. Y se sabe que por más de cuatro mil millones de pesos contrató, válganos Dios, a los indígenas del Cauca. ¿Para qué? Pues para nada, hombre. Y cuando quieren juzgar sus actos, tienen el descaro de sostener que sobre sus actos no hay control político. Mejor dicho, que pueden robar sin estorbos.
Ante tanto desafuero, solo cabe al pobre ciudadano, espectador y víctima, exclamar apesadumbrado y dolido: ¡Pobrecita Constitución!