Plinio Apuleyo Mendoza y sus Postales de vida

Plinio Apuleyo Mendoza y sus Postales de vida

Sus enemigos intentaron desdibujarlo como uribista pura sangre embajador suyo en Portugal, pero su legado es el de un potente escritor y periodista que deja huella

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julio 10, 2021
Plinio Apuleyo Mendoza y sus Postales de vida

El 9 de abril de 1948 Plinio Apuleyo Mendoza estaba con sus hermanas tomando un café después del almuerzo en el Restaurante Monte Blanco cuando escuchó tres disparos. Pálido el joven de 17 años creyó que le habían disparado a su papá, el abogado Plinio Mendoza Neira quien, como acostumbraba hacerlo tres veces por semana, se disponía a almorzar con su íntimo amigo Jorge Eliecer Gaitán. Ese mediodía, a la 1:05 de la tarde, no sólo el almuerzo de Mendoza Neira y Gaitán había quedado truncado sino que el país cambiaría para siempre.

Desde la ventana del Monte Blanco el aprendiz de escritor lo vio todo. Vio la mueca triste del doctor Gaitán tendido en el suelo mientras de su boca salía un hilo de sangre, vio a la gente sacando sus pañuelos y llenándolos de la sangre del líder caído, afanados por llevarse algo parecido a una reliquia sagrada. Antes de que la turba sacara de la droguería donde se había escondido a Juan Roa Sierra, el presunto homocida, Plinio y sus hermanas tomaron un tranvía. Cuando el conductor preguntó a qué se debía el alboroto el hombre puso el freno y se bajó a protestar. Empezaba otra Colombia.

En octubre del 2002 Plinio Apuleyo Mendoza, uno de los primeros y más fervorosos uribistas, fue nombrado Embajador en Portugal. Los atardeceres en Lisboa, la tranquilidad triste de la tierra de Pessoa, le recordaba al escritor la Colombia de antes del bogotazo, lleno de cafés, de poetas, con la tranquilidad que se reflejaba en la actitud de los políticos que podían salir sin escoltas a la calle a donde, como cualquier cristiano, podían entrar a una pastelería y ver como se acababa la tarde comiéndose una tarta.

Plinio Apuleyo Mendoza era, a final de los años cincuenta, un comunista convencido. Recorrió la URSS en 1957 con su íntimo amigo Gabriel García Márquez, y aunque la arquitectura socialista le aterró, además del olor a perfume barato que destilaba cada bebida que pedían y de la evidente tristeza que se respiraba en Moscú, siguieron creyendo que el marxismo sería lo único que salvaría a la humanidad. Cuando triunfó la Revolución Cubana, a través de su amigo el argentino Jorge Ricardo Masetti, pasó a dirigir Prensa Latina. La radicalización de Fidel Castro lo convenció de que debería renunciar a la agencia de noticias. Recaló en Barranquilla, una ciudad que lo ha cautivado y en donde Alvaro Cepeda Samudio lo nombró director del Diario del Caribe. En esa época el dueño del ya extinto medio era Mario Santodomingo, papá del famoso empresario. A él le llegó el chisme que un furioso comunista estaba dirigiendo su diario lo que desató su furia y lo despidió de inmediato.

Por intermedio de Cepeda Samudio conoció a Marvel Moreno. En esa época, principios de los años sesenta, Moreno era una veinteañera que acababa de ser elegida como la reina del Carnaval. Una vez Cepeda la llevó a la Cueva y se quedó encandilada con las conversaciones sobre Faulkner, Joyce y la señora Wolff. Desde entonces quiso ser escritora y vaya que lo fue. Su obra es uno de los tesoros ocultos de la literatura colombiana y muchos le echan la culpa a Plinio de haber impedido la explosión absoluta de Marvel.

Plinio durante los sesenta abandonó sus sueños de escritor y se puso a cargo de una agencia de publicidad en Barranquilla. En 1971, con Marvel completamente sumida en la escritura, se trasladan a París, para completar el peregrinaje de los creadores. Marvel nunca regresaría a Colombia. En París no todo fue gloria. Las fiebres acosaban a la escritora y el médico le diagnosticó Lupus. En 1980 la pareja se separaría. En esa época Plinio regresaría a Colombia seducido por la propuesta de Felipe López de revivir Semana. Bajo sus cimientos la convertiría en la publicación más influyente del país hasta que en el 2019 fue comprada por el grupo Gilinski.

En esa época Mendoza ya era un neoliberal convencido. Ni siquiera estar en las antípodas del pensamiento de Gabo lo separó de su amigo pero le hizo buscar otras amistades que le despertarían las críticas de una intelectualidad manejada siempre desde la izquierda. Su cercanía con el oscuro general Plazas Vega, el hombre que tuvo sobre sus espaldas la sangrienta retoma del Palacio de Justicia, le trajo polémicas, sobre todo después de decir palabras elogiosas sobre él como estas que replicó en su entrevista en Bocas en el 2012: Es un hombre recto, limpio, sin tacha. Un gran militar. Lo conozco muy bien.

Su cercanía con Uribe le ha traído detractores. Al expresidente lo compara con estos personajes: Jean Francois Revel, Mario Vargas Llosa, José María Aznar, Carlos Alberto Montaner o Andrés Oppenheimer. Con Gabo la amistad duró hasta que el Alzheimer del Nobel lo permitió. Estuvo en todos los aspectos de su vida y, cuando estaba acosado por problemas económicos, el autor de Cien Años de Soledad le dio la posibilidad de hacerle la entrevista más importante: El olor de la guayaba, un libro que, 44 años después de su publicación, sigue vendiéndose masivamente.

A los 89 años Apuleyo está aquejado de una afección en la garganta que le impide asistir a los debates que se le piden después de lanzar sus nuevas y hermosas memorias, Postales de una vida. Su recorrido político ha hecho que se subestime su obra. Pero el peso de ella queda reflejado en este libro, sincero, a veces duro, pero escrito con la precisión y el amor hacia la literatura que sólo tienen los maestros.

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