Mucho se ha dicho sobre las bondades y las falencias de implementar el plebiscito como mecanismo de refrendación de los acordados de La Habana. Pero nadie ha dado en decir que es la oportunidad histórica para que la juventud decida en qué condiciones sociales y políticas desean vivir su adultez y su vejes. Es la oportunidad real para que los y las jóvenes de Colombia ejerzan poder político para acabar la guerra y construyan un nuevo país.
Las cifras del DANE, a 1 de septiembre de 2016, registran a Colombia con una población de 48’844.579. Alrededor de doce millones de personas son jóvenes entre los 15 y los 30 años de edad, que equivalen a la tercera parte del censo electoral, que para las elecciones del 2015 la Registraduría Nacional calculó en 33’820.199 de personas aptas para votar. En otras palabras, en Colombia la juventud resulta ser importante fuerza electoral que podría determinar el resultado del Plebiscito del próximo 2 de octubre.
Sin embargo, nuestros jóvenes no votan y los retos para movilizarlos hacia las urnas son inmensos. Por una parte, la cultura política en Colombia siempre ha ubicado a los jóvenes por fuera del ejercicio político. Además, acá, en tierra de delfines y gamonales, la voz de la juventud ha sido acallada, humillada, ridiculizada o simplemente ignorada. El consecuente resultado ha sido el desinterés de la gran mayoría de los jóvenes sobre el debate político. Y como si esto fuera poco, el nefasto trabajo de los medios de comunicación masiva y los emporios de producción cultural, que pretenden reducir a la juventud a ser ‘idiotas útiles’ del mercado, han logrado desviar la atención de muchos hacia los banales placeres del consumismo.
Seamos francos: el problema de la guerra no lo van a arreglar ni los godos ni los uribistas porque ellos se benefician con la guerra. Ni tampoco los adultos que siempre han participado del clientelismo y la politiquería. Aquí sólo nos queda una opción: que los jóvenes salven la patria.
Y no lo podrán hacer solos sino en compañía de quienes, con más experiencia, estamos en disposición de echar por la borda las viejas prácticas políticas, acabar la guerra y darles un futuro de paz a las nuevas generaciones. Allí radica la importancia de realizar propaganda para la participación electoral y la pedagogía de paz en colegios y universidades. Que se invite a la juventud a discutir sobre el conflicto armado, sobre los acuerdos de La Habana, sobre las FARC-EP y sobre los funestos poderes mafiosos; en suma, que se universalice la educación política y sean los y las jóvenes el nuevo actor político que inaugure las zendas de la reconciliación y garantice el futuro de las vías democráticas.