Además de la prolongada sequía y de la crisis del agua, Santa Marta está viviendo tiempos tenebrosos por cuenta de la Playa de Los Cocos, una franja de terreno de 300 metros lineales ubicada entre la Marina Internacional y la desembocadura del río Manzanares.
Y digo tenebroso, ya que esta playa se ha convertido en un símbolo de la incultura ciudadana, la dejadez del gobierno y la ironía de la vida. Les explico por qué.
Todos los días, la bahía de Santa Marta recibe la descarga del río Manzanares, el cual lleva toneladas de basuras, desechos orgánicos y escombros (arrojados por las familias asentadas en su ribera) que van a parar a la Playa de Los Cocos.
Allí es común tropezarse con llantas en desuso, pañales desechables, vidrios y toda clase de plásticos y material contaminado.
La ausencia de un sistema de alcantarillado y de recolección pluvial es la causa, tal y como lo había denunciado Toya Viudes en un editorial de 2015.
La industria de la hospitalidad es la que ha sufrido en carne propia los rigores de este fenómeno. A pesar de estar muy cerca de esta playa, los grandes hoteles como Best Western Plus Santa Marta, Hilton Garden Inn y AC Marriott, entre otros, envían sus huéspedes a Bello Horizonte, Salguero, Playa Dormida o a clubes privados de playa.
Para ellos es difícil explicar a los turistas que la playa a su alrededor es una cloaca.
¿Qué han hecho las autoridades? Simplemente han aplicado pañitos de agua tibia representados en jornadas de limpieza y recolección de escombros a cargo de Essmar ESP, que llevan nombres tan rimbombantes como “Oxigenación de Playa” y “Playatón”.
Allí, las cuadrillas de voluntarios se han vuelto parte del paisaje. Armados con palas, overoles y elementos de bioseguridad, los voluntarios sacan pecho por haber recolectado 10, 20 y hasta 38 toneladas por jornada.
Sin ánimo de criticar la buena de fe y objetivos de los voluntarios, gremios y empresas que contribuyen en las campañas, lo cierto del caso es que una semana después de cada jornada la playa vuelve a estar contaminada.
Y ante la ausencia de avisos oficiales que prohíban bañarse, resulta indignante ver a turistas desprevenidos tratando de nadar en este mar infestado de estiércol, animales muertos, desechos plásticos y restos de lavadoras y neveras. Los lugareños pasan indiferentes, al igual que las autoridades, que no son capaces de cerrar la playa de forma permanente para evitar el riesgo biológico al que se exponen los bañistas.
Por si todo esto fuera poco, la pobre playa se convirtió en un refugio de consumidores de droga, atracadores, cacos y delincuentes que acechan a cualquier hora.
De nada sirve tener un paisaje de ensueño frente al Morro y los mejores atardeceres de Santa Marta. Estas son las ironías de la vida: en la Playa de los Cocos no hay palmeras ni hay cocos.