Contrario a las versiones hollywoodescas, esa pléyade de ciudadanos demócratas y defensores de la libertad, como el capitán América, como Rambo, no existen. Desde mucho antes de la segunda guerra mundial ya existía una poderosa inclinación del pueblo estadounidense, de simpatía social y política hacia el nazismo. Aunque hay que reconocerlo, no generalizada entre la opinión pública y además, de considerable oposición ciudadana.
Ahora bien, cómo pudo articularse tal corriente en el seno de la sociedad norteamericana. Y como siempre ha sucedido en todos estos movimientos, se utilizaron publicaciones de toda especie y los diversos medios de comunicación disponibles en radio y TV de la época para difundir su mensaje. Muchos de los más importantes diarios fueron responsables de esparcir el proyecto y la propaganda pro-nazi, ocultando atrocidades que despuntaban rápidamente con el entusiasmo hitleriano. Pero ello no fuera posible sin la existencia de factores predisponentes en la sociedad norteamericana: el racismo, la xenofobia y la discriminación contra la población negra, contra los inmigrantes en general, todo ha sido evidente durante siglo y medio, mucho tiempo aún después de que Lincoln diera la libertad a los esclavos, tanto que por ello el país se fragmentó en aquella sangrienta guerra de secesión entre los libertarios del norte y el conservatismo reaccionario sureño. Y aún hoy pleno siglo XXI se presentan hechos que causan repudio y desprecio en diversas partes del mundo. Recuérdese el asesinato aleve del señor George Floyd, aquél negro agredido salvajemente cuando para detenerlo se le echara encima un policía blanco, con la rodilla al cuello y sus más de cien kilos de peso, hasta ahogarlo delante de todo el mundo, a plena luz del día, sin que nadie, nadie absolutamente nadie, hiciera el menor esfuerzo por impedirlo. Entonces no es raro que el apoyo a las ideas de superioridad aria de aquél entonces estuviesen bien imbricadas en la hipócrita sociedad norteamericana, que permanece igual hasta nuestros días, como se aprecia en diversos ámbitos del accionar social cotidiano.
Y obviamente los estados conservadores fueron el terreno abonado perfecto para que las ideas ideas hitlerianas pudieran fructificar. Compartían ideas antisemitas, racistas, homofóbicas con movimientos ya preexistentes, a los que no les resultó difícil alinearse con la ideología de la pureza racial del nazismo. Una de esas organizaciones fue la "German American Bund", fundada en 1936.Organizaba campamentos y manifestaciones y congregó en el Madison Square, a más de 20.000 simpatizantes a finales de 1929.
Afortunadamente, aunque hubo políticos y figuras de renombre acusados de ser simpatizantes pro-nazis, de apoyar la no intervención en los primeros años de la guerra, no calaron significativamente en la política estadounidense, en la que los negocios son primero que todo.
Si se mira desde cuándo existían relaciones cercanas entre empresarios estadounidenses y las autoridades alemanas, se remontan a la década de 1920. Es decir, mucho antes del meteórico ascenso de Hitler en 1933. Y se se vieron en numerosos programas de préstamos y asistencia financiera después de la Primera Guerra Mundial. El Plan Dawes, en 1924 y el Plan Young en 1928 son dos de ellos.
El primero, adoptado en agosto de 1924 fue un intento de paliar la crisis de reparaciones de guerra impuestas a Alemania tras la I Guerra Mundial. Préstamos de Estados Unidos, destinados a “estabilizar la economía alemana”. Pero también destinados a fortalecer a los industriales alemanes, que apoyaron el ascenso del Führer. El segundo igualmente se diseñó para facilitar los pagos que Alemania tras el Tratado de Versalles.
Así, los préstamos del Plan Dawes beneficiaron a la industria alemana y, en última instancia, al Régimen nazi. Entre 1924 y 1931, Alemania recibió préstamos significativos que no solo estabilizaron su economía, sino que también permitieron la creación y consolidación de grandes conglomerados industriales, como I.G. Farben y Vereinigte Stahlwerke. Estos grandes emporios industriales fueron cruciales para la preparación de Alemania para la guerra, produciendo materiales bélicos y suministros esenciales. Sin estos fondos y la transferencia de tecnología desde Estados Unidos, es muy probable que la maquinaria bélica alemana no hubiera podido resultar después tan efectiva y arrolladora.Y los gringos dormidos en sus laureles quedaron desprotegidos paradójicamente ante el despertar salvaje del fascismo. Tal premeditación en la ayuda financiera y técnica proporcionada por Wall Street no fue mera coincidencia. Los documentos y testimonios, indican que los financieros estadounidenses eran perfectamente conscientes del uso que se le estaba dando a su dinero y tecnología. Además, continuaron sus inversiones a pesar de las crecientes tensiones políticas y militares... como si nada estuviera sucediendo.
Citando un solo ejemplo, Standard Oil de Rockefeller, de origen alemán, transfirió patentes y tecnología de hidrogenación a I.G. Farben, permitiéndoles producir grandes cantidades de petróleo sintético, vital para el esfuerzo bélico, producir millones de toneladas del combustible esencial para mantener operativa su maquinaria de guerra.
Aunque se pretendan ocultar los hechos, bajo la disculpa generalizada y convenientemente promocionada de que esta ayuda fue "accidental", y que los magnates estadounidenses "no eran conscientes" del impacto que iba a tener, lo único veraz es que eran conscientes de ello, que se relamían con las suculentas ganancias que tenían. La gran prensa económica estadounidense estaba al tanto de los preparativos bélicos y de la naturaleza del régimen nazi. Pero se inclinaron fundamentalmente por los cuantiosos beneficios económicos.
El plan Young implementado en 1928, continuación del Plan Dawes, era similar pero más estricto. Se exigía efectivo en lugar de mercancías, aumentando significativamente la carga financiera sobre Alemania, desestabilizándola aún más, contribuyendo al alto desempleo y al descontento social, lo cual Hitler explotó de maravillas, culpando de todo a los judíos para ganar más apoyo social y consolidar su creación del III Reich.
Para finalizar, todos estos datos deberían servir para reevaluar el papel que las finanzas internacionales desempeñan en eventos históricos clave. La política inmersa y sujeta a la economía y viceversa. La colaboración económica entre Wall Street y los industriales alemanes tuvo consecuencias profundas, no solo para el ascenso de Hitler, sino para la configuración del orden en la Segunda post Guerra Mundial. Entender estos vínculos resulta crucial para comprender cómo las decisiones económicas pueden influir decisivamente en el curso de la historia.
Los rusos fueron los que realmente ganaron la guerra, ellos pusieron más de veinte millones de muertos para vencer al nazismo, tomaron Berlín mucho antes que los aliados hicieran el ingreso a Normandía; a partir de allí se instaura la guerra fría que perdura aún. Así se haya derribado el Muro de Berlín hace 35 años, las hostilidades soterradas se mantienen y hoy tenemos una guerra entre Rusia y la OTAN, apoyada por EEUU, nuevamente en pose de ser país de demócratas y defensores de los oprimidos, cuando lo que les importa es el colapso económico gigantesco, el endeudamiento de Ucrania plagada de neonazis empecinados en su guerra con Putin; a USA le importa un bledo lo ideológico, está únicamente en pro de sus intereses, de venderles armas a precios exorbitantes, su más preclaro, criminal y amado negocio, sin dudas el mejor.
La guerra es un negocio gigantesco y los adalides de la moral, de la democracia y de la libertad son seres inexistentes en la política norteamericana, lo único que prima en su capitalismo a ultranza es el dinero a raudales. Sin importar lo que haya que hacer para conseguirlo, y la segunda guerra sirvió para confirmar estas apreciaciones, y algo bien importante, consolidar la mala opinión sobre el comunismo. Lo cual no han conseguido afortunadamente, porque siempre se requiere de alguien que discrepe, siempre necesitaremos ver las dos caras de una misma moneda. Que Hitler era malo, claro, que Stalin también, por supuesto. Pero Roosevelt era peor. Sacrificó a sus connacionales en Pearl Harbour, como pretexto infame para entrar a la segunda guerra mundial. Y Truman los superó a todos, tiene su responsabilidad directa en el genocidio de Hiroshima y Nagasaki, con dos bombas atómicas, algo absolutamente innecesario. Los japoneses ya estaban rindiéndose. La infamia a la orden del día. Ese si es terrorismo de verdad, el uso pérfido y desproporcionado de la fuerza con los rivales, allí se congregaron todas las barbaridades y las irregularidades que hoy se condenan abiertamente como premisas del derecho internacional humanitario.
A pesar de todo el marco normativo, vemos la ineficiencia de la ONU, que permite hoy los bombardeos de extremistas sionistas con Netanyahu a la cabeza, contra la inerme Palestina, con el apoyo de los estadounidenses. Esperemos que el juez penal internacional logre apresarlo y detenga este genocidio salvaje, peor que cualquiera otro acaecido. En verdad la situación del mundo casi no cambia, los verdugos prestos a ejecutar órdenes nefastas y las miles de víctimas a inmolación irremediablemente.