La semana pasada recibí de una amiga docente un correo en el que se invitaba a leer un artículo sobre el plagio, una práctica que parece haberse incrementado con el boom de internet y las nuevas tecnologías en la educación media y la educación superior.
Como suele suceder, al menos en nuestra inefable Colombia, docentes y directivos, funcionarios ministeriales y políticos variopintos, todos a una expresan su más profunda preocupación por el asunto y manifiestan estar en la mejor disposición para salir al paso de tan abominable práctica: ¿la solución? disponer de las herramientas que la misma tecnología ofrece para detectar a los tramposos, imponer castigos severos para quienes cedan a la tentación de ofrecer gato por liebre a los abnegados maestros, diseñar formas de evaluación que impidan a los estudiantes recurrir a sitios como El Rincón del Vago, Tu Tarea, Monografías.com, Ayuda Tareas, etc., etc., etc.
Los colombianos, creo, nos creímos el cuento de que somos "un país de leyes", lo cual constituye un dudoso mérito: si una sociedad tiene que promulgar leyes para disuadir a sus integrantes de que infrinjan normas éticas, vulneren tradiciones o pasen por encima de códigos de comportamiento sustentados en los más elementales acuerdos de una cultura, va por mal camino.
Es simple: a nadie se le imponen multas o se le lleva a la cárcel por estornudar en un concierto, aunque los asistentes al mismo esperan que no haya algún contertulio que lo haga.
Alguna vez pensé que los funcionarios de todo tipo no funcionan porque se piensan como "atajadores" de todo aquello que no cabe en sus mentes lineales o cuadriculadas: ningún funcionario está preparado para comprender la lógica o la dinámica de un proceso social, ninguno es capaz de situarse en el lugar de quien solicita su atención.
Los funcionarios de todo tipo quieren que el mundo se acomode a una normatividad que se ajuste a manuales, procedimientos y expectativas que se centran en la visión o el deseo de algún burócrata o "experto" que saben qué se puede o qué no se puede (o debe) hacer.
Los estudiantes copian porque sienten que necesitan la aprobación de unos docentes que no se preocupan por su saber (el de los estudiantes) sino por la conformidad de una expresión (la que sea) con aquello que decidieron aceptar como verdad: se trata de docentes mediocres, inseguros (su única seguridad es poder cobrar un cheque cada fin de mes, pasar de agache frente a otros docentes, adoptar poses convenientes).
Los estudiantes copian porque aprendieron que el éxito académico tiene que ver con una nota, y saben (es seguro) que sus profesores no se preocupan por lo que escriben (generalmente no leen, simplemente "chulean" los trabajos que reciben), pues están más interesados en proyectar la imagen de "conocedores" que en posibilitar la producción de conocimiento en sus alumnos.
Los estudiantes copian porque sus maestros son copiones (o copietas): no producen ideas propias, no estudian, no hacen preguntas, se interesan más por repetir discursos "consagrados" que por pensar qué sentido tiene lo que dicen.
Los estudiantes copian porque nuestras sociedades los premian cuando lo hacen: en ellas no interesa que un joven cuestione o proponga alternativas frente a las ideas que se han validado por quienes manejan los hilos del poder económico, político, científico, cultural... mientras menos se piense más probabilidades habrá de que permanezcan en su lugar, de que nada cambie, de que no se toque aquello que genera y mantiene las desigualdades.
Los estudiantes copian y pegan ideas que ni siquiera comprenden porque hay docentes carentes de ética y que se asumen apenas como mercenarios de la educación: otros pobres copietas que lograron la aprobación de otros copietas que llegaron a la dirección de un programa de estudios o a la rectoría de un plantel.
Ganan bien, o más o menos bien, y se conforman con un pago que les permite aparentar ser merecedores de un prestigio que nada tiene que ver con su pobreza y su mezquindad.
Los estudiantes copian porque la escritura, clave del pensamiento crítico y reflexivo, no es su fuerte: siempre escribieron y escriben para repetir ideas ajenas, para congraciarse con un funcionario de la educación, para sentirse a tono con un sistema estúpido diseñado para que nada se transforme o sea puesto en cuestión.
Cuando trabajo sobre la escritura planteo que es necesario pensar: sólo quien piensa es capaz de redactar un texto interesante, agudo, crítico, original, revolucionario.
Quienes reducen la escritura a la ortografía no le hacen bien alguno a la formación de los jóvenes, quienes creen que escribir es repetir lo que otros han dicho no están contribuyendo a la formación de espíritus libres y creativos, quienes califican a sus estudiantes por la conformidad con sus ideas están castrando la posibilidad de que este mundo sea diferente, mejor.
Quienes condenan el plagio deberían pensar si no son los promotores de esta práctica.
He tenido estudiantes que copian textos ajenos y los presentan como propios, son hábiles usuarios de internet y buenos buscadores de textos. No han tenido suerte, porque yo sé qué son capaces de escribir ellos mismos y cada duda me ha llevado a buscar (y a encontrar) las "fuentes" de "su inspiración".
No los denuncio: hablo con ellos, les muestro que he detectado su intento de engañarse y de engañarme, les hablo de mi rabia y mi tristeza por su tontería y por el tiempo que me hacen perder. Algunos (la mayoría) reconocen sus errores y agradecen que les dé la oportunidad de ser distintos.
¿Será que podremos acabar algún día con los "docentes" promotores del plagio en nuestros centros educativos? Ando creyendo que las reformas educativas que requerimos tienen más que ver con el sistema que nos alimenta, con la posibilidad de eliminar los funcionarios de la educación, con la necesidad de que creamos que no hay verdades incontrovertibles ni "maestros" infalibles.
Los plagiarios son quienes no son capaces de pensar por ellos mismos y de provocar pensamientos nuevos.