Uno escribe y escribe con dos fines fundamentales (al menos yo): Ser leído y, bastante más importante que lo anterior, que el escrito cause cierto impacto, por pequeño que sea, así sea una leve sonrisa o una invisible lágrima emotiva.
Pero a veces el placer que se recibe como autor resulta indescriptible cuando el lector te tiene media hora hable que hable de lo que le gustó del texto sobredimensionando (?) su calidad o, tal vez más impactante, cuando el lector resulta ser artista y decide por su cuenta ilustrar el relato que ha leído.
Pues lo último me ocurrió con dos relatos cortos, en donde una tal Norma Lozano, bogotana y a quien no tengo el placer de conocer (“amigos” de Facebook) los ilustró de una forma hermosa.
Aquí va el primero
Una corbata de rayas
Pero, ¿quién era la mujer que me estaba anudando la corbata? Tantas cosas han ocurrido últimamente, desde los seis años de edad, los siete, tal vez los quince, jugando lo que le gusta a los muchachos, intentando ser yo, renegando lo que he visto siempre, mi físico femenino, tanto hablar con la familia y con miles de sicólogos, asistentes y dementes, y ahora que ya al fin me he convertido en un hombre, que asumo mi identidad con enormes dudas y una certeza, me aterra preguntar quién es esa mujer que toca mi cuello y ajusta el nudo de una corbata que no sé si me gusta.