En medio de la cultura light que propaga la incipiente industria del entretenimiento colombiano-- que en países como Estados Unidos constituye el tercer renglón de su economía-- un combo de productores colombianos alternativos, encabezado por Simón Hernández, en las narices de las productoras comerciales, recibe el premio India Catalina al mejor documental para televisión con Pizarro:
Algo está cambiando en Colombia cuando este premio lo gana un documental sobre una especie de Quijote macondiano: un comandante insurgente nacido en Cartagena de Indias, de una guerrilla que llamaron el Hard Rock Latinoamericano, expulsado como estudiante de la Javeriana, desertor de las FARC, a quien las chicas le decían el "Comandante Papito"; que cuando se reunió con Fidel Castro en Cuba no hacía más sino preguntarle sobre un mapa de cómo había ganado El Ché la batalla de Santa Clara; que le enviaba cartas poéticas a sus hijas --como María José, mentora del documental, quien ha dedicado parte de su vida a preservar la memoria de su padre y de las víctimas de la violencia-- que después de más de dos décadas en la guerra deja las armas para hacer política desde la institucionalidad, y se convierte en un fenómeno de masas que pone a temblar a las élites, de las que, como el cura Camilo Torres, provenía. Pero finalmente la mano negra lo asesina hace poco más de 25 años, en pleno vuelo de Avianca hacia Barranquilla, a 48 días de haber firmado la Paz.
Jaime Bateman Cayón, el samario que se inventó el M-19, con Pizarro y mucha gente, desde los años ochenta, empezó a hablar del diálogo nacional como promesa para la solución política al conflicto armado que padece Colombia. Pizarro alcanzó a decir que le temía más a fracasar en el empeño de conseguir la Paz que a morirse como individuo.
En esas falleció, así como El Flaco Bateman: creyendo en la Paz. Dejaron un legado de compromiso con la reconciliación, con que la vía de las urnas es la única posible de las izquierdas para llegar al poder, al punto que culminó su iniciativa del sancocho nacional, con la reinserción de otras guerrillas como el EPL, la CRS, el Quintín Lame, y con la expedición de la Constitución garantista de 1991, pero la promesa que será cumplida, como reza el epitafio de Bateman, quedó incompleta.
Después de todo este trasegar, se vino, calcado de la Doctrina del Shock de Klein, de la mano del neoliberalismo antiético, la crisis de la arremetida sangrienta paramilitar. La parapolítica, la deshumanización del conflicto y la corrupción generalizada, financiados con la economía del desastre de bonanzas subterráneas como las del narcotráfico, la minería ilegal, el tráfico de armas, el desgreño al erario, el contrabando, la depredación, los juego de apuestas y azar, y entre otros, la trata de blancas y la prostitución. Es decir, por las mafias.
Mataron a Pizarro y el M-19 siguió en la democracia: pero miren cómo le fue a Gustavo Petro como alcalde de Bogotá, cuando a pesar de poner a la gente en el centro del desarrollo y de tratar de recuperar lo público –logrando en su ejercicio de gobierno distrital, según el Dane, reducir en más de la mitad la pobreza (4.7%), sacando a cerca de 520 mil personas de la misma desde el índice multidimensional– las élites del poder, con dinero a sus anchas, el coctel molotov de los mass media, los sabuesos del control y demás, silenciaron sus resultados, impusieron a uno de sus pupilos en el Palacio Liévano y trataron, en combinación de todas las formas de lucha, de no dejarlo gobernar para poder construir una mayoría social y política que posibilitara profundizar estas transformaciones en la sociedad, y llevar el mensaje de que la Paz se construye con inclusión social y con apertura democrática.
Ojalá este mes de las mujeres en año bisiesto sea un acontecimiento histórico de la humanidad, cuando se suscriban los acuerdos de Paz entre el gobierno nacional y la guerrilla más antigua del mundo -las Farc-, para que nunca más sea asesinada la vida en primavera. Pero, como también dijo Pizarro, la Paz es un itinerario; queda abierta la caja de pandora, para que el Gobierno actual, las élites que lo rodean y las guerrillas, sean capaces de comprender la cuestión de si van por una Paz barata, con poco debate público, consensos, inversión y sin cambios estructurales, o una Paz estable y duradera, en la que decidan ceder un poco de ese poder excluyente, para avanzar hacia un país más humano, equitativo, pluralista, libre, reconciliado y en Paz con justicia social.