Paul Valery, uno de los más influyentes poetas franceses del siglo XX, dijo que la poesía era como un baile, como una danza en la que la vida se toca por la magia de las emociones. Luis Alberto Gonzáles no es francés, no escribe poemas y seguramente no habrá oído hablar de Valery, pero él es, sin lugar a dudas, la personificación de las palabras del poeta.
Pispirrino, como le dicen familiares y amigos, es un llanero de los que llevan la fuerza en la mirada y tienen el corazón atiborrado de pasión por la danza, por el joropo. En su cuerpo el verbo bailar deja de ser verbo y se convierte en vida.
Pispirrino es de caminar tranquilo, de sonrisa fácil y opinión firme. Tal vez su caminar refleja la seguridad del buen artista, su sonrisa el valor de la humildad y su opinión el ímpetu que le heredó al llano.
Es fácil encontrarlo en su casa de siempre, en la carrera 17 entre las calles 14 y 15, en Arauca, donde aprendió, a la par, a caminar y a bailar. Donde Abigail, su abuela y maestra (una de las más grandes bailadores de joropo de la historia llanera), ha sido su cómplice de siempre y su más grande compañía.
Cuando alguien llama a la puerta, aparece, entonces, un hombre delgado, de estatura mediana, en franela, pantaloneta y descalzo, pero sonriente y amable, que ofrece asiento en una silla tejida en mimbre y está dispuesto a hablar no sólo de baile, sino de política local y de rock, y con quien se puede compartir, sin duda, un buen tinto o una porción de chimó.
Las alpargatas de este araucano han llevado el baile del joropo a México, Argentina, Puerto Rico y, por supuesto, Venezuela. La humildad de su sala está adornada por cientos y cientos de trofeos, medallas, placas y reconocimientos obtenidos en diferentes tarimas, por eso, para su abuela, para muchos, y para él mismo, es el mejor bailador de joropo del mundo.
A él se le considera el padre del baile de joropo moderno. Fue quien creyó que la danza criolla (más lenta, limitada y sencilla) necesitaba velocidad, evolucionar para generar más impacto en los espectadores que no son llaneros, …y en los que son llaneros. Y así, en la década del 2000, practicando, llevando el ritmo, creando zapateos, ensayando noche a noche, fue dándole forma al baile del que hoy los araucanos se sienten orgullosos.
Pispirrino tiene en sus pies la velocidad y precisión de un músico percusionista, las vueltas, balseos y figuras que hace cuando está bailando son todo un espectáculo, una verdadera muestra de arte donde se refleja la fuerza del campesino y la majestuosidad del suelo plano.
En las regiones llaneras de Colombia y Venezuela, dedicarse a bailar joropo, más que una profesión, es un acto de amor por la cultura. Hay competencias en cada pueblo o ciudad donde éste es el ritmo musical representativo. Y en cada una de esas tarimas ha estado Pispirrino, ha concursado y ha ganado. En todas. Por eso tiene más de 300 primeros lugares como bailador profesional.
Su vida en las competencias inició a los 14 años, en festivales intercolegiados, en veredas. De ahí pasó a los reconocidos y exigentes concursos de las fiestas de Arauca (Festival Internacional del Joropo y el Contrapunteo, que se celebra cada diciembre), a Villavicencio (Festival Internacional del Joropo y el Reinado de la Belleza Llanera, que se celebra cada junio) y de ahí a Venezuela, a los estados Táchira, Apure, Barinas, donde es considerado una verdadera leyenda.
Ahora, iniciando el 2017, está más convencido que nunca de que el joropo merece algo grande, ser considerado como lo que es: toda una obra de arte. Por eso inicia su preparación coreográfica con un grupo de los mejores bailadores del momento, toda una selección Arauca de baile. Y planea grandes cosas. Por eso, noche a noche hace un par de estiramientos, un zapateo y empieza a dejar que la música del arpa, el cuatro y las maracas lo inunde. Entonces inicia el baile… Cuando alguien ve bailar a Pispirrino no necesita que Paul Valery explique qué es la poesía, pues en los pies de este araucano, también es sinónimo del repique de alpargatas.