En la pasada convención del partido Movimiento Alternativo Indígena y Social, Mais, se decidió presentar una candidatura propia a la Presidencia de la República. Para eso postularon cuatro precandidatos: Ati Quigua, concejal de Bogotá, del pueblo arahuco; Arelis Uriana, líder wayúu; Feliciano valencia, actual senador por la circunscripción especial indígena; y Jesús Enrique Piñacué Achicué, del pueblo nasa.
La sorpresa fue que Piñacué no era convencionista, sino invitado especial.
Esto constituye un reconocimiento a la trayectoria política del senador indígena más importante que haya pisado el Capitolio Nacional. Los méritos los tiene de sobra, veamos:
Conocí a Piñacué en 1997, en el municipio de Pradera (Valle del Cauca). Estaba comenzando su exitosa campaña al Senado de la República, no por la circunscripción especial indígena, sino por la ordinaria.
Me cautivó su sabiduría, su rebeldía inteligente y su serenidad analítica. Por eso lo acompañé después en sus luchas políticas. Pese a su juventud, para esa época, ya tenía un impresionante recorrido nacional e internacional. Había estudiado Filosofía en el instituto Intermisional de los Padres Javerianos, en Bogotá; había sido dirigente del Consejo Regional Indígena, Cric; había sido fundador de la Alianza Social Indígena, ASI; había trabajado en derechos humanos con las Naciones Unidas, en Europa y Brasil; había sido candidato a la vicepresidencia de la república, como fórmula de Antonio Navarro Wolff, en 1994. Además, era cultor e investigador de sus raíces y hablaba perfectamente el nasa yuwe.
En su primera elección como senador de la república, en 1998, casi no puede entrar al Capitolio Nacional a posesionarse, porque llegó vestido con su habitual capisayo y no con saco y corbata como dictan los reglamentos. Además, lo dejaron parado todo el acto, pues un funcionario se le sentó en su curul.
Tampoco le dieron oficina ni escritorio, seguramente por su triple condición: provinciano, primíparo e indígena, por eso se compró uno y lo colocó a los pies del Bolívar de Terenani de la Plaza Mayor. Ahí sí apareció la burocracia del capitolio y lo instaló en una buhardilla del tercer piso.
A partir de ahí, el país empezó a reconocer la reciedumbre de Piñacué, tanto por los debates, como por su insobornable relación con los gobiernos del nivel nacional.
Fue el autor de la ley 691 de 2001, que reformó la ley 100, la cual facultó la creación de las EPS indígenas, de la cual, hoy en día, se benefician el 100% de las diferentes etnias del país.
Fueron memorables sus intervenciones para que la obediencia debida no fuera invocada como excusa en genocidios y masacres; contra los auxilios parlamentarios, mal llamados cupos indicativos; por el derecho a la objeción de conciencia; contra el servicio militar obligatorio; contra la reforma constitucional que recortó las transferencias a departamentos y municipios; y por el reconocimiento de las uniones de parejas de un mismo sexo.
No existió un solo voto suyo que no fuera congruente con su condición de indígena y representante de los oprimidos de Colombia.
“Tengo que reconocer que estoy orgulloso de mi proceder, tanto con relación a las leyes que ayudé a sacar adelante, como a las que me opuse así haya perdido el esfuerzo”, escribió en su libro Los nietos del trueno. Por eso, su ejercicio legislativo fue un ejemplo de resistencia contra la aplanadora gubernamental, tanto de Pastrana como de Uribe, ante la cual los políticos usualmente sucumbían atosigados de golosinas gubernativas.
Jesús, después de su periplo en el senado, ha vivido entre Popayán y su natal Inzá, en el resguardo de Calderas. Inició y concluyo sus estudios de derecho en la universidad del Cauca, fue candidato a la gobernación del Cauca y sigue muy activo en temas sociales y políticos.
Indudablemente, de los cuatro precandidatos presidenciales que el partido Mais ha colocado ante la opinión de los colombianos, Jesús Piñacué, por su trayectoria, conocimientos y preparación académica, es el más preparado para dirigir un país extraviado en las tinieblas y convocar la luz.