Parecen tan hábiles que han logrado hacernos creer que quien defiende la vida se opone a la ciencia. Y que, por eso, cualquier cuestionamiento a los pilotos de fracking solo podría venir de fanáticos ignorantes y emotivos que estancan el progreso del conocimiento. Digo que parecen hábiles, porque en realidad no lo son. Alguien que tenga una mínima curiosidad científica, podría revisar críticamente la arquitectura institucional de los PPII, como llama el gobierno a los pilotos de fracking, para constatar que el término “científico” es como el nuevo traje del emperador. ¿Recuerdan esa bella historia de Andersen? Al emperador le vendieron un traje que, supuestamente, solo podían ver los inteligentes. El mismo emperador no fue capaz de verlo, pero hizo como que sí, igual que toda la corte que fingió y lo aduló el día del desfile, hasta que un niño se atrevió a denunciar: ¡pero si va empeloto! Y nadie pudo aguantar la carcajada.
¿Por qué los pilotos son pseudociencia? Algunas de las razones. La primera es que están diseñados de tal manera que no hay ni un asomo de evaluación por pares externos, sino un conflicto de intereses que no se resuelve en ninguna de las etapas: las compañías que se lucrarían de los resultados positivos son quienes levantan los datos del fracturamiento; y el Ministerio de Minas, abiertamente comprometido con el fracking, controla cada instancia del proceso y la evaluación de los resultados; actúa como juez y parte. La segunda razón es que el levantamiento de las líneas base está a cargo de autoridades que no tienen las capacidades, en tiempos muy cortos, frente a asuntos sobre los que no hay información previa como la biodiversidad de la región, los acuíferos y los impactos previos de la extracción petrolera. La tercera es la conveniente selectividad de las variables y de las escalas temporales y espaciales que son objeto de análisis y que no arrojarán información sobre los impactos sinérgicos y acumulativos reales en los territorios. Ocho pozos pilotos de fracking difícilmente darán cuenta de los daños acumulativos y no inmediatos de los hasta 1400 pozos que la Asociación Colombiana de Petróleos estima para la explotación comercial.
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El Principio de Precaución obliga a los estados a analizar las preocupaciones legítimas y con fundamento en estudios científicos sobre los posibles daños graves al ambiente y la salud pública
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Sin embargo, más allá de mostrar lo invisible que es el traje científico que les pusieron a los pilotos de fracking, quisiera detenerme en el punto con el que arranqué. ¿Cómo resolver esta aparente dicotomía entre la defensa de la ciencia, por un lado, y el cuidado de la vida, por el otro? La respuesta la dio el derecho internacional, y luego el nuestro. Se trata del Principio de Precaución que obliga a los Estados y las sociedades a detenerse y analizar con mucho cuidado las preocupaciones legítimas y con fundamento en estudios científicos sobre los posibles daños graves a bienes comunes de la mayor importancia, como el ambiente y la salud pública, antes de ponerlos en riesgo, aunque no se sepa con exactitud en cuánto tiempo ocurrirán los daños, en qué magnitud y con qué probabilidad. El principio exige tomarse el tiempo necesario para que las sociedades discutan ampliamente estos asuntos, y los riesgos solo se tomen bajo consensos muy amplios y suficientes medidas para que no se distribuyan inequitativamente a poblaciones con voz débil en el debate como las más desventajadas y discriminadas, o desconsiderando por completo a quienes no tienen voz como las futuras generaciones y la naturaleza.
Los defensores del fracking, sin embargo, insisten en excluir la mayoría de las preocupaciones legítimas y de voces del debate público, y en desestimar el principio de precaución frente a los jueces. En Colombia, al niño que reveló la desnudez del emperador, lo hubieran marginado del debate por “extremista e ignorante”, algunos; y le hubieran mandado una amenaza de muerte, otros. Sin embargo, quienes defienden los pilotos en nombre de la ciencia, poca o ninguna curiosidad científica tendrían por averiguar por qué lo amenazaron. Este cerco a la discusión democrática y científica es solo una metáfora de lo que ocurrirá con el territorio una vez arranque el ensayo “científico” y la explotación. Todo lo que no esté en función de la estrecha e interesada concepción del mundo de los impulsores del fracking, será marginado, excluido y destrozado si es necesario (como la vida de tantos líderes ambientales); así también lo serán los ríos, los jaguares, las garzas, el aire limpio, el bocachico, la capacidad del ecosistema de regenerarse y brindar agua y alimento, las otras actividades productivas, la salud del suelo, la belleza del paisaje, los posibles partos prematuros, los niños hoy, en una o varias décadas, las noches estrelladas y las canciones que las evocan, los sueños de las comunidades de un futuro distinto, y los intentos de construir paz en la región y adaptarla a los impactos de la crisis climática que se avecinan.