Será que al final de esta nota la conclusión será que me estoy volviendo cucho a los 45, como alguien me dijo, o que estoy en lo cierto.
La verdad es que miro con gran preocupación el tema y me cuestiono si en verdad el reguetón no solo es un cáncer que está impactando y contaminando o el gusto musical de esta generación —que al parecer no ha tenido muchas alternativas de calidad para escoger—, sino que también está deteriorando las buenas costumbres que una sociedad debe conservar también —en su deseo de resistirse a cualquier tendencia que atente y deteriore la calidad humana de quienes la conforman—.
Pues bien, diserto respetuosamente del tema porque me parece que por encima del ritmo pegajoso y los grandes dividendos que produce esta música —tanto al reguetonero como a sus representantes— con simplemente un artista y un sintetizador en tarima, nos debe preocupar el sin control de la mayoría de sus letras, que han hecho que la sociedad se llene de tanta vulgaridad, violencia y melosería —esta última pasa fácilmente a incitación sexual—. Ojo, no he dicho que el vaso está lleno, pero sí creo que va más arriba de la mitad.
A pesar de que decían algo similar de la salsa de alcoba en su momento hay que recordar que esta en su época respetó los límites del lenguaje para conservar al menos la elegancia y la coquetería. Sin embargo, esto no pasa con el reguetón, cuyas letras, en su mayoría, son escuetas e invitan a la vulgaridad y a la falta de juicio, y además evidencian la decadencia de nuestra sociedad en todos los aspectos, con la desfachatez de preservar el interés único de sus beneficiarios, cuyas rentabilidades deben ser mayúsculas.
¿Entonces qué? O la generación anterior se pone las pilas —para refrescarle a la generación actual la buena ortografía, para recordarles cómo sumar y a restar sin calculadora, y para dosificarles lo que a nosotros sí nos tocó en calidad musical— o seguimos todos como espectadores de una sociedad que se nos está destruyendo por una moda dañina incitada en ritmo pegajoso y con letras pervertidas.
¿Le jalamos o qué?