"La lucha por la conservación de los morichales es una lucha por la justicia ambiental, ya que requiere que se protejan estos ecosistemas irremplazables para la vida"
Los morichales, presentes en las sabanas inundables de los Llanos Orientales de Colombia Y Venezuela albergan la asombrosa palma de moriche, científicamente conocida como (Mauritia flexuosa). Los Llanos presentan dos épocas claramente definidas a lo largo del año: la temporada de lluvias, que abarca generalmente los meses de abril a octubre, y la estación de verano, que se extiende de noviembre a marzo. Este ecosistema único y biodiverso se distingue por la preeminencia de estas palmas, que configuran bosques acuáticos de gran importancia ecológica, económica y cultural. Se caracterizan por la predominancia de las palmas de moriche que miden alrededor de 25 a 30 m de altura.
Los morichales son fundamentales para la variedad de seres vivos, ya que acogen una gran diversidad de plantas y animales, incluyendo especies endémicas y amenazadas, muchas de las cuales aún se desconocen. Su vital importancia radica en la regulación del ciclo hidrológico, ya que funcionan como reservorios o ayudan a retener el agua durante las épocas de sequía. Esto los convierte en una pieza clave para el equilibrio ambiental, dado que ayudan a prevenir las inundaciones, degradación, incendios forestales, sedimentación y la erosión producida por los factores antropogénicos. Además, mantienen la calidad del agua subterránea y superficial, asegura la fundación Omacha (2019) que contribuyen al equilibrio del oxígeno, dióxido de carbono y humedad en el aire. Por lo tanto, su preservación es una prioridad urgente.
Se encuentran localizados entre los llanos Colombo Venezolanos. Son un corredor biológico que interconecta la migración de especies biológicas y aves como área de tránsito o hábitat temporal. Según la Wildlife Conservation Society (WCS) Colombia “Para lograr ese porte, el moriche, por lo general, requiere vivir no menos de 30 años.”
La imperativa necesidad de conservar y hacer frente a la “huella ecológica” en nuestro planeta demanda la implementación de estrategias, programas y acciones. Estas iniciativas deben ser guiadas por la conciencia de la educación ambiental, encaminadas a la emancipación, apropiación del saber biocultural de las memorias o practicas vivas y el empoderamiento de las comunidades por la región. Su objetivo principal es re-existir y luchar activamente contra el cambio climático, además, de las inversiones transnacionalizadas y la expropiación de la tierra.
La falta de diálogos y consensos en coordinación con diversos actores en la región subraya la urgente necesidad de discutir por qué algunos postulados no son ya sostenibles y negociables, que, desde el punto de vista económico presentan una visión reduccionista en la cual la naturaleza es considerada como una mercancía. Esta perspectiva se enmarca en la lógica de acumulación y la utilización intensiva de los recursos naturales donde requiere de materias primas para la comercialización y explotación de los servicios ecosistémicos. Asimismo, los valores de uso se tornan más importantes que los valores de cambio.
La lucha por la conservación de los morichales es una lucha por la justicia ambiental, ya que requiere que se protejan estos ecosistemas irremplazables para la vida. También es una lucha por la justicia social, debido a que la población que reside en las sabanas donde se encuentran los morichales son las que más sufren los impactos de su destrucción.
En palabras de Nancy Fraser, (2023) la justicia ambiental no se trata solo de la distribución de los recursos naturales, sino también de la distribución del poder para decidir cómo se usan esos recursos. Los lugareños son los que conocen mejor estos ecosistemas interdependientes y sus necesidades, por lo tanto, deben ser los que tengan la última palabra sobre cómo se protegen y utilizan.
Estos ecosistemas, ricos en cursos de agua, desempeñan un papel crucial para mitigar los impactos del cambio climático. A pesar de su importancia, lamentablemente, las autoridades ambientales, academia e instituciones no han propuesto líneas de acción concretas para la conservación y preservación de estas Zonas de Alta Prioridad. Es imperativo plantear esta carencia para asegurar el refugio continuo de las especies que dependen de este hábitat.
Los morichales proporcionan una variedad de recursos económicos, como frutos, madera, fibras y otros productos. Por ejemplo, los frutos del moriche son una fuente importante de alimento para las comunidades. Además, la madera del moriche se utiliza para la construcción y la fabricación de artesanías, proporciona alimento y refugio a una variedad de animales, siendo el hogar de la danta, el venado, chigüiros, monos, picures, etc.
Un estudio realizado por el investigador Andrés Felipe Uribe publicado en el medio de comunicación Mogabay (2023) afirma que:
“En Colombia, a los bosques de moriche aún se les encuentra en las sabanas de la Orinoquía, un territorio con una extensión de más de 17 millones de hectáreas que comprende los departamentos de Arauca, Casanare, Meta y Vichada. Cada extensión de moriche es una especie de isla en esas sábanas inundables que conforman casi el 12,5 % de la cuenca del Orinoco.”
Debido a la afectación de múltiples factores geofísicos, como el clima, las altas temperaturas, y las modificaciones humanas en el paisaje, gradualmente se han acabado los morichales. Las palmas han dejado de crecer en estos maravillosos lugares, santuarios de flora y fauna que sirven para contrarrestar el calentamiento global, y ahora se están extinguiendo.
La deforestación, la ganadería extensiva (tradicional) y las actividades extractivas del petróleo son los principales actores que amenazan este entorno. Un estudio de investigación realizado por Daniela Romero (2018) “Conservación y conflictos socioambientales en mosaicos de sabana. Caso de estudio: humedales llaneros en paz de Ariporo, Casanare” sostiene que el establecimiento de áreas protegidas impacta de manera directa entre las interacciones de organizaciones, comunidades y empresas petroleras en la región, generando conflictos socioambientales. Confirma que la presencia pasada de conflictos armados y la actividad de compañías petroleras debilitaron la confianza en el gobierno, dificultando la designación de “Los Morichales” como área protegida. La falta de conexión entre las “asociaciones locales” y “entidades “estatales” reflejan un deterioro en la confianza, resaltando los desafíos y la necesidad de fortalecer las relaciones a través del apoyo interinstitucional.
De igual modo, los monocultivos especialmente de arroz y palma trae consecuencias irremediables para la despensa de la Orinoquia. Al tener una demanda considerable de agua, algunos arroceros han optado por utilizar el agua de los morichales para sus cultivos de arroz lo que se traduce en un peligro de extinción, sin embargo, los morichales logran sobrevivir aproximadamente 6 años y luego mueren. Es necesario tomar medidas urgentes para proteger los morichales de los llanos orientales. Los movimientos sociales deben trabajar mancomunadamente para encontrar soluciones a las amenazas que enfrentan estas afectaciones medio ambientales.
¿Continuaremos priorizando intereses meramente económicos o ‘excluyentes’ que destruyen nuestra biosfera, o buscaremos impulsar economías solidarias, populares orientadas al bienestar comunitario?
Créditos: Gracias a la familia Cuburuco, propietarios de la finca El Desierto, ubicada en la vereda El Desierto, del municipio de Paz de Ariporo, Casanare, por las fotografías suministradas para dicha investigación.