—Y James marca un gol de tiro de esquina, Pilar…
—No. James ese día hizo dos goles olímpicos. Dos goles de tiro de esquina.
Con la precisión de Funes el memorioso, aquel personaje de Borges que puede pasar 24 horas recordando cada detalle del día anterior, Pilar Rubio Gómez recuerda cada uno de los momentos que marcaron la carrera deportiva de su hijo James Rodríguez; como aquel partido hace 11 años en el Pony Fútbol en Medellín, donde el capitán del equipo infantil Academia Tolima se consagraba como el mejor jugador del torneo, el máximo goleador y recibía con sus amiguitos las medallas de campeones.
Cuenta Pilar, que ese campeonato era el decisivo para cerrar los ojos y apostar hasta la casa por la carrera de su hijo. “James David nunca quiso ser futbolista, el desde que nació fue futbolista”, cuenta su mejor amiga, su mamá. El día del parto los dolores eran por las patadas del niño que anunciaban su nacimiento. Pero, curiosamente, la criatura tiraba hacia arriba del vientre y no hacia abajo, premonición de aquel que en la cancha nunca mira hacia su propio arco.
Lo primero que la mamá preguntó era si su bebé había nacido completo, si tenía todas sus extremidades. ¡Y vaya que si salió con piernas!, y con un cerebro tan rápido que en milésimas de segundo decide, como muy pocos, si patear o frenar. Pilar no lo trajo al mundo en Cúcuta por casualidades del destino sino por efectos del propio fútbol; el papá de James, Wilson Rodríguez, jugaba en el equipo motilón y ella por aquellos días, aunque por muy poco tiempo, convivió con aquel defensa que también jugó en una Selección Colombia juvenil.
Al año Pilar regresó con su hijo a Ibagué, su ciudad natal. Acostumbrada desde los cuatro años a ir al estadio Manuel Murillo Toro, para alentar al Deportes Tolima, la jovencita también comenzó a llevar a su hijo de brazos a la cancha. Por esos días Pilar conocería a Juan Carlos Restrepo y se enamoraría por goleada. Restrepo no pudo evitar que el inocente niño se le metiera en su querer, de tal suerte que se volvió un alcahueta que incluso, con la previa aprobación de Pilar que estaba en todas, fue quien matriculó a James en su primera escuela de fútbol, el volante que nunca jugó en otra posición, apenas tenía cinco años.
Con una mamá tan joven y bonita, muchos en Envigado creían que era la hermana mayor del pequeño goleador. Mientras el niño veía Súper Campeones, su serie animada preferida, fue ella la que decidió que su hijo jugaría con las inferiores del equipo naranja después de aquel Pony Fútbol. Había recibido ofertas del Atlético Nacional y del Independiente Medellín, pero resolvió irse con el conjunto del pequeño municipio vecino porque podía hablar directamente y cuando quisiera, en palabras de Pilar, “con el dueño del letrero”, que por esos días se trataba del dirigente Gustavo Upegui.
La memoria de Pilar va soltando cronológicamente los técnicos que estuvieron al lado de James entre los 12 y los 15 años: “El profe Édgar, siguió Abel Acevedo, llegó Hugo Gallego, después ‘El Policía’ Bedoya, hacía definición con ‘El Misio’ Suárez y también lo dirigió ‘Kiko’ Barrios”, datea la mamá del jugador, mucho mejor Wikipedia. Todo aquel esfuerzo de quedarse pateando tiros libres y haciendo explosiones de velocidad después de los entrenos no quedaron en vano: el chico a los 14 años ya entrenaba con el cuadro profesional y su mamá tuvo que ir expresamente a la secretaría de Educación de Envigado para que lo dejaran terminar el bachillerato por ciclos. Ella sabía del esfuerzo del pequeño y no se confundía como otras madres pensando en que ser futbolista era un trabajo menor al de ser médico o el de ingeniero electrónico. Para nada, su ‘monito’ también se estaba preparando para una profesión honesta, exigente, y si se quiere -eso sí, siendo el mejor-, mucho mejor paga.
A Pilar, sin embargo, no la ha embriagado el aroma del dinero, tal parece que prefiere la tranquilidad. La única condición que solicitó para que su muchacho, con apenas 16 años cumplidos, arrancara solo a la Argentina fue que le firmaran un contrato de trabajo. Nada de irse a prueba, nada de llevarse una maleta de sueños y que después de una lesión nadie respondiera, Nada de eso. Los directivos del Banfield no fueron tontos y aceptaron las condiciones. A pesar de eso, era la primera vez que su hijo iba a estar tan lejos, tan descobijado y tan íngrimo.
Pilar lloró todas las noches de los tres primeros meses después de colgar el teléfono, que si acaso duraba con crédito dos minutos porque había que ahorrar. Antes de colgar, James escuchaba las palabras de todas las mamás del mundo que adoran a sus hijos en boca de una sola: “No se vaya a trasnochar viendo tele, no se olvide de comer, ojo con el desorden que usted vive con más gente, si ellos son desordenados usted nunca lo ha sido. Llegue temprano a los entrenos. Aprenda todo lo bueno. Dios lo bendiga, mi amor”.
El valiente James se tragaba las malas nuevas para que su mamá no se angustiara. Tan solo mucho tiempo después Pilar se enteraría que los primeros días su hijo era humillado por un técnico xenófobo de las reservas del Banfield, quien no llamaba al chico por su nombre sino con un frío: “ey colombiano”, o con frases despreciables como: “esta vez va de titular el colombiano porque lo piden las directivas”. De haberlo sabido, tal vez Pilar había cogido al día siguiente un bus para bajar por todo Suramérica, habría llegado a la cancha para poner en su sitio al ignorante y se había llevado a su muchacho. Pero James resolvió que ahora tenía que arreglárselas solito. Una temporada duró la tormenta que le pondría un uniforme de pararrayos para que nada volviera a afectar al mediocampista.
Jorge Luis Burruchaga llegó al equipo y una de sus costumbres era pasarse por el entreno de las reservas. El día que vio jugar al colombiano lo mandó de inmediato a entrenar con el equipo profesional. Pero Julio César Falcioni fue quien subió al bus de la primera del Banfield a James Rodríguez Rubio durante la pretemporada. Un gol en el primer partido amistoso confirmó la sospecha del exarquero del América de Cali: “este muchacho es un fe-nó-me-no”.
A mitad del año 2008, en la segunda visita de Pilar, su hijo comenzó a jugar mejor, a tener más confianza y a marcar goles. Una tarde Falcioni mandó llamar a la tolimense con una frase que casi le hace salir el corazón: “Vénite que las directivas y yo necesitamos hablar con vos”, le dijo el técnico. Pilar pensó lo peor. Su cara se iluminó con una sonrisa cuando le pidieron que se fuera a vivir a la Argentina junto a su heredero, porque tras su visita habían notado un cambio tanto anímico como deportivo.
En aquel invierno, la madre y cómplice, también se enteró que James estaba enamorado. Había conocido a una chica colombiana de nombre Daniela Ospina. Se la habían presentado por teléfono y desde ese día no pararon de hablar vía internet. En las vacaciones de diciembre se vieron en Medellín, donde confirmarían el amor. Casualidad o destino, la niña era la hermana de otro futbolista: David Ospina, hoy arquero titular de la Selección Colombia.
Madre, confidente y cómplice, Pilar llegó al punto de llamar a la mamá de Daniela que estaba en Francia, para que le diera el permiso de dejarla viajar a Buenos Aires a verse con James. Incluso la propia Pilar firmó la carta como responsable para sacarla del país y verla caminar con su hijo por las calles de Palermo. Si él estaba feliz, ella estaba feliz. Hoy, por el trabajo de James, Pilar habla más con Daniela que con su amado ‘monito’.
—Y claro, Pilar: él jugó todos los partidos de la temporada del 2009 donde salió campeón del torneo argentino con el Banfield, pero además…
—No. Exactamente no. Él no pudo jugar contra Estudiantes, fue el único partido en el que no estuvo. —Aclara la mamá del 10 de Colombia, quien al final recuerda con precisión de relojero suizo un dato más—: Creo que el mejor gol que ha hecho, fue en ese título contra Lanús ¿usted se acuerda de ese golazo?
El periodista tal vez no, pero ella sí.
Con la mayoría de edad, más un año cumplido, James Rodríguez Rubio fue trasladado al FC Porto de Portugal. De nuevo se fue a vivir solo, pero eso duró poco porque con la madurez de aquel que se ha ganado la vida recibiendo patadas, codazos e insultos del adversario en la cancha, decidió junto a Daniela que contraerían matrimonio. La primera en alegrase fue Pilar. De igual forma desde que su hijo había firmado con Bandfield, Pilar no volvió a meterse en los temas económicos ni profesionales de James. Consejos no faltan, las mamás son sabias y tienen el sexto sentido puesto en el mejor escenario.
Claro está que no ha dejado de ser mamá. Tal vez por ello le dio duro en el ego de infidente cuando la figura del Porto se hizo un tatuaje y fue a la última persona que le contó. Así mismo le llamó la atención cuando el volante celebró el título de la Liga de Portugal, pintándose el pelo de azul: ella, aquel día como su asesora de imagen, le hizo el comentario de no dejarse ese look por mucho tiempo porque no le lucía y le restaba a la imagen de chico serio y elegante.
—¿Cuál fútbol le gusta más, Pilar?
—Me gusta mucho el fútbol del Real Madrid, en España; me gusta el juego del Bayern, en Alemania; y sigo al City, en la liga inglesa —contesta sin improvisar y prosigue porque es como si le hablaran a una niña de Barbies—: No me gusta el italiano ni el francés.
Sabe y mucho de fútbol. No le tiembla la voz en asegurar que la mejor cantera del fútbol colombiano son las divisiones inferiores del Envigado FC. “Jugadores como Guarín, Dorlan, Palomino, Giovanni Moreno, Juan Fer Quintero han salido de allí”, recuerda. Aunque su hijo no juega en la liga inglesa, todas las mañanas de sábados y domingos se dedica a ver los partidos del Chelsea, Manchester United, Arsenal, Liverpool, Etc. Se confiesa hincha del Real Madrid y para ella es uno de los orgullos más grandes que su hijo juegue con la 10 del equipo merengue. Alega cuando tratan de comparar al Mónaco con el París Saint-Germain: “Más faltaba. El ‘PSG’ viene con un proceso de tres años, el Mónaco apenas se vino a armar. Claro que Falcao y James lo han hecho igual de bien a Zlatam”. Se refiere a Zlatan Ibrahimovic, el sueco que se ha convertido en la figura de la liga francesa.
Tal vez Pilar, con la pasión como lo cuenta, ha visto la felicidad plena en los ojos de su hijo en dos ocasiones especiales. La primera fue el día que nació su hija Salomé: “El mejor regalo que me ha dado James”, cuenta Pilar. Él le envió una foto cargando a la recién nacida y Pilar lloró al ver la plenitud de su ‘mono’. De inmediato ella se convirtió en una abuela alcahueta que no ve la hora de viajar a Mónaco, no por el lujo de la ciudad porque casi ni sale, si no por estar con su nieta. Si el día que James se tatuó por primera vez lo regañó, la segunda vez no lo hizo solo por una razón: se puso para siempre el nombre de Salomé en su antebrazo derecho.
La misma mirada de felicidad le vio por skype, la primera vez que Néstor Pékerman lo convocó a la Selección Colombia de mayores. James todos los días habla con su mamá, pero durante aquella época previa a las eliminatorias, la llamaba hasta tres veces al día para hablar de lo que le deparaba estar con la camiseta amarilla de Colombia. No podía de la emoción. En el campo fue otra cosa; su profesionalismo y tranquilidad hizo que Pilar regresara casi que sin voz después de tanto gritar de la emoción en aquel partido en Barranquilla donde Colombia logró empatar con Chile tres a tres (3-3), después de ir perdiendo tres a cero (3-0) y clasificarse al Mundial.
La mamá del mejor jugador de la primera ronda del Mundial Brasil 2014, un muchacho de apenas 23 años, es de esas mamás de la nueva ola: que se sabe varias canciones de reggeatón, baila salsa choque como Pablo Armero, va al gimnasio todos los días y en su cuenta de Twitter pone veredictos futbolísticos mejores que los que realiza Iván Mejía o el propio Hernán Peláez. Es posible que en una década alguien la vaya a entrevistar y como aquel personaje de Borges que todo lo memoriza, le cuente cuántos pases hizo su hijo y cuántos goles le acertaron juntos a la vida.
Por: @PachoEscobar