Llevo caminado no sé cuantas cuadras, como si en vez de un cigarrillo sin filtro estuviera buscando la glándula pineal de un zombie. Al fin encuentro a mi hombre, rodeado por vendedores de discos usados y san benitos, le señalo al indio y él abre su boca desdentada y sonríe y asiente, como Ahmed preparándote una pipa de opio en Marrakech. Yo me escurro por la esquina, con los peches en la mano y entonces veo el parque y un banco en el parque y no hace frío y me siento y respiro con fuerza la esencia del indio y sé que si el humo me acompaña no hay tristezas que pesen, ni soledades que valgan. Todo es más llevadero si enciendes un Piel Roja.
Parece mentira que hace unas cuantas décadas era el cigarrillo más vendido del país. El Peche nació en Medellín en 1919. En un principio se llamaba Victoria y traía láminas coleccionables muchos años antes que existiera los álbumes de Panini. Durante la década del veinte Piel Rojo no sólo le trajo beneficios a la industria antioqueña. Desde el Siglo XIX Santander se caracterizó por sus cultivos de tabaco negro. Desde allá sacaban la planta que le dio vida a uno de los placeres preferidos de los colombianos y se convirtió en un símbolo del país, uno de los pocos productos nacionales que resistieron el embate de todo lo que traían desde Estados Unidos.
Una de las claves del éxito fue el Indio, el logo que venía en la cajetilla que se convirtió en un ícono pop, un Indio que, casi cien años sigue vigente. La idea fue del genial y suicida publicista Ricardo Rendón. Nacido en Rionegro Antioquia a finales del Siglo XIX fue un caricaturista mordaz contra los poderosos. Contratado por el diario El Tiempo en la década del veinte se decía que ganaba un mejor sueldo que el propio presidente de la República. El 28 de octubre de 1931 en la trastienda de la Gran Vía se metió el cañón de su Colt en la boca y se disparó. Tenía solo 37 años.
En los años sesenta todos fumaban Piel Roja. En esa época el cigarrillo daba algún tipo de distinción. Era la forma en la que los pobres podían parecer de la aristocracia. El humo se esparcía impunemente en cafés y bares. Cualquier atisbo de escasez de tabaco negro podía llevar al caos. En 1967 hubo una huelga en la Fábrica Nacional de Tabaco. Un salón de Té de Medellín se quedó con cientos de cajas y aprovechó el momento para hacer negocio. No vendía el cigarrillo menudeado sino que cobraban 10 centavos por cada fumada.
La huelga duraría unas semanas y después vendría una epidemia de pielrojitis que contagió a los personajes más famosos de este país. Expresidentes como Alberto y Carlos Lleras, Belisario Betancur muchos años antes de llegar a la Casa de Nariño, en su época de poeta y bohemio. Los poetas León de Greiff y Gonzalo Arango dejaban la estela de humo del indio en cada tertulia. El periodista de El Espectador Gabriel Garcia Márquez quien pasaba sus noches en vela después de la jornada laboral escribiendo obras maestras como La hojarasca, sostenido en el tabaco negro. Buena parte de Sin remedio se escribió bajo los efluvios del tabaco negro
Pero empezaría la decadencia a mediados de los años ochenta. El rompepechos y su humo pesado, denso, empezó a ser mal visto. Algunos incluso lo confundían con el olor de la marihuana. También parecía un poco desfasado eso de que no tuviera filtro. Entonces, a mediados de la década del noventa, la empresa tomaría una decisión que casi la termina de destruir. Le metió USD$ 2 millones para replantearlo todo y meterle un filtro. La apuesta no funcionó.
Ahora Piel Roja es un placer que consumen bohemios veterano y jóvenes militantes de izquierda. En 1967 se fabricaban más de 17.000 millones de unidades. Hoy la cifra se ha reducido a 400 millones. Son pocos los que aún están en esa religión pero son fieles, monogámicos y son capaces de caminar kilómetros buscar un tiraflechas. Nada logrará desengancharnos del amargo sabor del tabaco negro.