En la contienda presidencial de 2022 había la expectativa por encontrar un outsider que de pronto frenará el avance incontenible de la candidatura de Petro.
La élite sostenedora del establecimiento jugó varias cartas, desde Zuluaga, pasando por Fico Gutiérrez, hasta Peñalosa, Char y Barguil. Al final ninguno dio la talla. Entretanto, Rodolfo Hernández, oportuno y seguro del repudio de la vieja clase política, jugó a desmarcarse de la política tradicional acudiendo a un lenguaje efectista con mensajes directos que rehúyen el eufemismo y le añaden un toque picante y pintoresco que agrada a una buena parte de colombianos.
La verdad, don Rodolfo resultó efectivo y con una imagen simple y un tanto folclórica, logró ungirse como el outsider esperado. Como no era para menos, don Rodolfo sólo podía ser un outsider en Colombia, pues así sucede en otros tantos ámbitos, porque no se trata de una figura que respire belleza y lozanía, que su atuendo inspire alguna moda pasajera, o cuya inteligencia deslumbre por su fuerza y magnetismo.
No. Como tenía que ser, se trata de un candidato presidencial outsider que se encuentra cercano a los 80 años; que se vanagloria de su desconocimiento del país; que se precia de incorruptible, así tenga algunas manchas que lo dejan en examen y que, además, pregona sin reato, que se limpiará el trasero con la ley, pese a que la primera función del presidente es cumplir y hacer cumplir la ley y la Constitución.
Pero como describimos, no debería sorprender que RH se haya convertido en el outsider que algunos avizorábamos como la opción y el potencial candidato que, de golpe, podría disputarle la presidencia del país a Gustavo Petro.
No extraña también que una vez derrotados y descartados el ramillete de candidatos del uribismo, o incluso la mayoría de los que se reclaman de centro, hayan corrido a manifestarle su adhesión y amor a RH, pues en ellos ya sabíamos que era más fuerte la animosidad y rencor que le guardan a Petro, que la bandera de cambio que ahora asumen y ven en don Rodolfo Hernández.
No debe sorprender tampoco que don Rodolfo haya aceptado de buen agrado las adhesiones múltiples y el caudal de votos que le suman buena parte de dirigentes del establishment, no solo señalados corrupción sino también sancionados o condenados, pero en cambio salgan a condenar algunas figuras cuestionadas de la campaña de Petro.
Don Rodolfo, advertido que son votos con muchas manchas, ha salido ufano a decir que los recibe, pero que su alianza no es con esa clase política, sino con el pueblo, y en verdad habría que creerle, pues así lo revelan los casi seis millones de votos que obtuvo en la primera vuelta presidencial, un número que lo dejó por debajo de Petro por más de dos y medio millones de votos, pero que la prensa y los medios y muchos de sus analistas sesgados políticamente han convertido por arte de malabarismos verbales y magia en el verdadero ganador.
Don Rodolfo, ahí sí a lo mejor asesorado por su equipo divino de descalzos, ha resuelto no debatir con sus oponentes y menos con Petro, porque él no necesita de esos ejercicios de inteligencia y simulación, dado que tiene claro que eso no es lo suyo, pero mucho menos lo es la memoria y la palabra respetuosa.
Él sabe que el látigo de su lengua contra otros candidatos, que tanto le ha dado rentabilidad electoral, también su fuero interno quizá, o la sapiencia de su equipo consultor, le indica que no debe someterse en directo con su oponente Petro porque su lengua también es su perdición. De hecho, a juzgar por las encuestas, su lengua desatada ya le ha reportado algunos puntos menos en las encuestas.
Hay un rosario de ejemplos que muestran cómo a don Rodolfo (es un título que le viene mejor por eso del respeto a los años, que ese de ingeniero que más bien tiene en retiro) su lengua le juega malas pasadas y su memoria ligera lo traiciona, o lo muestran mejor de cuerpo entero: ha denostado de las mujeres y las ha recluido al hogar porque allí debe ser su lugar; ha fustigado y condenado a los docentes porque ganan buenos sueldos y no trabajan; ha manifestado acuerdo con la práctica del fracking en su querida Santander que lo apoya mayoritariamente, así apruebe la contaminación de sus fuentes de agua y sus suelos; ha elogiado lo buena paga y la delicia que son los hombrecitos que alimentaron la usura de sus préstamos de vivienda con los que ganó dinero; ha inculpado a Petro y su campaña de banda criminal y así por el estilo, ha desgranado su visión de gobernante paternal, pero al tiempo déspota e intemperante.
Don Rodolfo tiene razones para estar feliz, pese a que la vida le ha dado sus totazos. Hay que creerle que es un buen hombre. Hay sin embargo razones para no colocarle en sus frágiles espaldas y hombros la pesada carga que es este país, más en una coyuntura electoral y social como la actual. Quizá en otro momento, unos años antes, hubiera podido ser una opción presidencial realista. Hoy, no obstante, por sus años, por su silueta de abuelo regañón y bonachón al tiempo, merece que los colombianos le dejemos disfrutar de su vejez.
Hay que pedir, por piedad con don Rodolfo, que no le entreguemos la pesada carga de división, discordias y males que deberá afrontar Colombia en los próximos años. No lo merece él como persona, ni tampoco el país. Piedad para don Rodolfo, no le votemos para presidente, no le secundemos su aventura del 19 de junio, así crea emular al Caballero de la Triste Figura. Transemos en que es un outsider ya de por sí bastante singular. Que merece ser feliz en sus años de disfrute de vejez.