El poeta Jorge Robledo Ortiz, al que los antioqueños denominamos el poeta de la “raza” (que los etnólogos me expliquen si tal raza existe) escribió un poema titulado Siquiera se murieron los abuelos. De él me aprovecharé para introducir este controvertido artículo, por lo cual a continuación cito al poeta al azar en algunos de sus versos: Siquiera se murieron los abuelos/ sin sospechar del vergonzoso eclipse/ Hubo una Antioquia grande/ un pueblo de hombres libres/ Un pueblo de Patriarcas/ con poder en la voz, no en los fusiles.
Por lo demás, ni duden que mis paisanos me querrán comer vivo; dirán, por ejemplo, que soy un apátrida, pero que yo sepa no existe un país llamado Antioquia, a lo sumo una obra de teatro llamada País paisa. Podrán decirme que soy una decepción para la “raza”; pero esa raza no existe, y no tuve que consultarles a los etnólogos, pues a la velocidad de la luz me respondió ese genio llamado Google. Y ese dato y los que siguen no son menores para entender la genealogía de la prepotencia antioqueña, la cual yo aprendí de niño con los chistes que me contaban mis tíos y primos, y los cuales yo transmití a mis sobrinos y amigos para eternizar la supremacía paisa. Los chistes siempre comenzaban así: Había una vez un costeño, un rolo, un pastuso y un antioqueño. Bueno, el amable lector debe suponer que todos eran unos idiotas, menos el paisa que siempre salía victorioso y para colmo se reía en las narices de sus coterráneos. De niño también había que aprenderse en el hogar esta frase: “antioqueño no se vara ni en la punta de una vara”. Conforme a lo anterior, no resulta para nada extraño ver los desastres que a su paso deja el Frankenstein de nuestra propia inventiva. Pero todos tranquilos, aquí no pasa nada, pues seguimos creyendo que somos los mejores, los más tesos, los más sabios, los más verracos, los más educados, los más inteligentes, los más civilizados, los más desarrollados, los más innovadores, los más bonitos, los más ricos. Mejor dicho, Dios al lado nuestro es un bobito, a ese tamaño ha llegado nuestra omnipotencia antioqueña, que todo lo puede, y a la vez todo lo arruina.
Pero paisanos, tampoco es que seamos del todo culpables: por aquí recalaron españoles y, claro está, lo peorcito de los españoles, que son de lo peorcito de Europa. Por aquí anclaron también árabes y judíos; y por si eso fuera poco, súmese la malicia indígena y lo guapachoso de las negritudes, mézclense los ingredientes y tenemos un paisa que evolucionó a la especie de hoy; es decir, la oscuridad de medio mundo corre por nuestras venas.
Pero ojo, cuidado, peligro: antes de que un paisa atravesado (casi todos los paisas somos atravesados) me prescriba la motosierra, o me chute un sicario de esos que hace un mandado por una bagatela, digamos por cinco mil pesos, escúchenme, primero, por favor; suelte señor ese revólver: los antioqueños somos trabajadores, emprendedores, voluntariosos, hospitalarios, dicharacheros, simpáticos, acomedidos, etc. Señor, usted, paisa atravesado, ¿guardó el fierro, el machete, el changón, la escopeta, la cauchera, la motosierra? ¿Puedo bajar las manos? ¿Puedo continuar? Dios le pague y le dé el cielo. Amén pá las ánimas. Continúo entonces, porque esta tierra también ha dado buenos frutos: por ejemplo, el Padre Marianito Eusse (por milagrosito él, se los recomiendo); la Madre Laura (misionera ella que vive agarrada con el beato Marianito a ver quién hace más milagros). En estos lares, además, nacieron extraordinarios y maravillosos seres humanos: Porfirio Barba Jacob, Tomás Carrasquilla, Gonzalo Arango, León De Greiff, Héctor Abad Gómez, María Cano (“la flor del trabajo”, ahora le hace competencia un fiscal que también es la flor del trabajo), Diego Echavarría Misas, Fernando González, Manuel Uribe Ángel… Álvaro Uribe, ja, ja, ja, dispense el lector, era un chiste para monitorear si me está siguiendo, si está atento.
Queridos colombianos, sin contar los paisas antioqueños (¡viva Antioquia Federal!), Antioquia es mucho más que Pablo Escobar, Carlos Castaño, los sicarios, las palabrotas, las oficinas del crimen, las prepago, las plazas de vicio, lo fashion, la incultura traqueta, las modelitos de cien pesos y las de un millón de dólares, el dinero fácil. Antioquia es mucho más que Medellín y Nacional, más que el poncho y el carriel, y la arepa, más que el aguardiente antioqueño y Cosiaca y Pedro Rimales y Montecristo y Cochise y la Piedra del Peñol, y el Metro y el edifico Coltejer, más que lo bueno y lo malo, y más incluso que el Ave María pues hombre. Por eso, no me arrepiento de ser antioqueño, si bien a ratos, por días, por meses, por años, me avergüenzo de serlo, porque algunos o muchos nos hacen quedar mal; pero tampoco somos tan malos (eso sí, no nos dé papaya, porque otro es el cantar). Ser antioqueño es lo más hermoso, lo más difícil, es un privilegio y un acto heroico, pues el antioqueño oprime al antioqueño, mata al antioqueño, le mete miedo al antioqueño. Por otra parte, si somos “raza”, somos entonces una “raza” novelera, ventajosa, envidiosa, reparona… somos lo peor y somos lo mejor, así que ya que me tocó, soy orgullosamente antioqueño.
Y sin embargo, pido perdón: por entronizar a la Casa de “Nari” al presidente que le convenga a la cerrazón de los antioqueños; por el acelere paisa, la carnicería humana paisa, por la desfachatez paisa y la ridiculez paisa. Pido perdón porque nos creemos el pipí del niño Dios, en non plus ultra, el no va más, el putas y el patas. Pido perdón por el orgullo paisa, la prepotencia paisa, la soberbia paisa y la rosca paisa que genera desastres como el de Hidroituango. Y es que la estúpida astucia paisa degenerará alguna vez en implosión y en hecatombe, ya las ha habido pero podrían venir peores, ¡Virgen del Carmen! Pido perdón por esta “raza” rezandera que desgrana las pepitas de una camándula en una mano y con la otra empuña un revólver. Pido por perdón por lo olvidado aquí, por lo no expuesto, por lo dicho y no dicho, por lo hecho y no hecho por nosotros los antioqueños. Pido perdón a mis paisanos por esta autocrítica seria y bufonesca, y pido perdón por mí mismo que al ser antioqueño, no soy mejor ni peor que ningún antioqueño. Et réquiem eterna dona et dómini… et lux perpetuam luceam Dei, descansen en paz, amén.