Puede que alguna vez se haya preguntado por qué le ocurren cosas malas a la gente buena. Probablemente usted mismo se ha cuestionado por qué a mí, justo cuando se produjo algo que prefería que hubiese correspondido a aquel o, quizá, al de más allá; sí, el de enfrente, ese vecino tirrioso que cuando saca el perrito a hacer lo suyo, lo ubica frente a su antejardín para que remoje el muro o para que le deje un recuerdo incómodo. Y cuando usted sale, lo ve haciendo mala cara para que no le haga reclamos, mientras que el animalito menea la colita feliz, mirando en dirección a su casa, como dándole las gracias por prestarle su espacio.
Por eso, pídale a Dios que jamás le ocurra…
Que vaya con un hambre tenaz a la cafetería o restaurante y comprueba, al abrir la billetera, que los últimos diez mil pesos se los gastó tanqueando el automóvil o en cualquier otra cosa, y no tiene para pagar.
Que lleguen los últimos días de mes y, entusiasmado, se acerque al cajero automático y, oh sorpresa de sorpresas: ¡no tiene un peso! Y aún está a 5 días de la anhelada consignación.
Que llegue a la estación del MIO y, habiendo una cola insufrible para recargar la tarjeta, usted sigue derecho confiado. Y cuando intenta registrar su pasaje, nada de nada… A hacer cola se dijo.
Que salga de casa con ganas de ir al baño, bajo el convencimiento de “alcanzo a llegar”. Una vez en la vía —sea que ande en MIO o en su carro— descubre que hay un embotellamiento vehicular tremendo y probablemente no alcanza a llegar.
O pongamos otro escenario: alcanzó a llegar al edificio pero siente que si corre san-se-acabó y la distancia desde donde se encuentra hasta el baño más cercano, le parecen kilómetros…
Y, bueno, alcanzó a llegar al servicio sin inconvenientes. Se sienta y permite que la naturaleza fluya normalmente. Y, justo en ese instante, descubre que no hay papel higiénico.
Otra de las típicas: Compró una boleta, rifan una hermosa motocicleta. Llega el día del sorteo. Se parquea frente al televisor a ver cómo cae la lotería del Valle. Las tres últimas cifras coinciden. Se imagina corriendo veloz en la moto en una autopista, pero recuerda—poco después–, que no pagó a tiempo. Se perdió ese premio.
A todos nos pueden pasar cosas inesperadas. Por ese motivo, pídale a Dios que lo guarde y no sea usted el próximo protagonista de alguno de los posibles hechos descritos en esta columna…