A quien quiera entender con anestesia el ingenio de pagar por brincarse el pico y placa en Bogotá, se le recomienda leer Las leyes fundamentales de la estupidez humana, un mordaz libro de Carlo Cipolla que hurga en los efectos económicos de crecimiento que genera en la sociedad la faena de los seres incluso perversos, en contraste absoluto con la ruina que traen aquellas acciones para las que un ser común jamás está alerta, las insólitas, las que logran que todos perdamos, es decir, los azares que describe el mentado título.
Sin desconocer que en su administración hubo gestiones importantes como la de cultura, TransMiCable, o algunos otros a la vista (generalmente hechos de cemento y acero más que de emoción ciudadana), es desconcertante la manera despachada como el saliente alcalde Peñalosa acostumbraba irrumpir para decir, hacer, o dejar aroma de cosas impresentables.
Llamar a pagar por usar el carro todos los días es de esas. Le dejó Peñalosa a la ciudad, entre múltiples heridas crónicas, una norma (decreto 749) llena de bacterias para que quien pueda contar más billetes contamine, tranque y aplaste a los que no tienen la capacidad económica (o moral) de hacerlo; a los que deben chupar más aire envenenado, a los que pasan horas en vías que semejan arterias corrompidas por la esclerosis.
La motivación del decreto que concreta esta alcaldada, es como el título del libro. Que se requiere más plata para financiar el transporte público, que ahora sí los blindados van a pagar (como si no hubieran debido hacerlo desde hace años, sin cargarnos a todos el costo de su privilegio), que los que pagan no comprarán más carros es, ni más ni menos, lo que se denomina una falsa motivación, algo sacado del escritorio improvisado de un grupo de leguleyos o de buhoneros.
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En la ciudad, una de las más trancadas , se achicaron las calles, se improvisaron minúsculas y peligrosas ciclorrutas, se le entregó parte de las vías a parqueaderos exóticos de patinetas
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En la ciudad, una de las más trancadas en el mundo, se achicaron las calles, se improvisaron minúsculas ciclorrutas muchas de ellas de peligrosidad latente, o se le entregó parte de las vías construidas con impuestos nuestros, a parqueaderos exóticos de patinetas. Si era cierta y de algún modo aceptada la dislocada guerra al carro argumentando que este es un bien de de ricos (visión de extrema pobreza) era mejor mantenerla, no revivir el flujo vehicular excesivo a cambio de billete.
Doble vicio, doble moral. Que a Peñalosa no le importara ser impopular, allá él. Pero esta cosa es impopular e ineficiente.
Entre lo que le tocará hacer para recuperar el alma ciudadana en esta ciudad vertiginosa, incluido lo que ya concretó sacando a los torturados perros guardianes del Transmilenio, Claudia López no debería perder mucho tiempo en adelantarse y dejar este agravio del pico y plata sin efecto. Si no lo hace ella lo hará un fallo judicial obvio.
