Pasamos del caso de la semana pasada de saber “quién es” Nicolás Gaviria, al caso de esta semana de Príncipe, un perro criollo muerto a tiros por una pelea de tráfico en Bogotá. ¿Y cuál es el factor común? La intolerancia cuyas armas van desde el pito de un carro, pasan por los insultos y los madrazos, y llegan hasta a coger un perro a bala. Nada, absolutamente nada es excusable.
Para quienes no conocen la historia, el pasado domingo en Bogotá el reconocido corredor del Rally Dakar Juan Sebastián Toro venía de los Llanos derecho a almorzar donde una tía. Estaba buscando la dirección y de pronto Marina Isaza, una señora de 54 años (mamá, según sus palabras, de tres gatos y dos perros, uno de ellos Príncipe), estaba detrás en su carro y comenzó a pitar. El deportista se corrió, la señora pasó y lo insultó, él respondió que tranquila que era domingo y comenzó el cruce de improperios; en ese momento caminaba por ahí fortuitamente Arturo Isaza —hermano de Marina— quien paseaba al perro y ante el enfrentamiento, se involucró en la pelea. Y afloró la colombianidad: madrazos, golpes, manoteos, “uchada” de perro” y ¡pum!, de un tiro que Toro le propinó a Príncipe en defensa propia, dice él, el can duerme hoy el sueño de los justos.
¡Qué horror de cosa! Y no solo por la muerte violenta del perro que es en lo que más se han fijado. Desde el comienzo la situación estuvo mal. En nuestro país, “el más feliz del mundo”, el carro dejó de ser una necesidad y se convirtió en un arma, y su gatillo es el pito. Agradeciendo a mis amigos mexicanos la comprensión de que en Colombia así le decimos a la bocina, o al claxon, o a la corneta de los carros, dice la historia que este adminículo fue creado por el alemán Robert Bosch hace casi 101 años“con el objetivo de desarrollar una bocina eléctrica para el auto que lograra un sonido agradable de largo alcance, necesario en caso de un peligro en el camino”. Con lo que Bosch no contaba era que en la salvaje Colombia, llena de gente violenta, su invento más allá de prevenir peligros, sería el detonante de situaciones reprochables como la que nos ocupa hoy.
¿Saben cómo suena un pito en Colombia?: @%&+*(“@*%&+*(“@*. Así le recuerdan a uno toda su generación, oye todas las vulgaridades y ofensas que ni se había imaginado y le hacen las señas más incomprensibles porque después del “pistolazo” de mano, queda claro que de ahí para arriba usted puede “meterse lo que quiera por donde sea”.
Mi compañero de programa radial, Tito López, cuenta que cuando se fue a vivir a Costa Rica se dio cuenta de lo gamines que somos para manejar. Al comienzo él pitaba por todo y casi nadie lo hacía si no había la necesidad. Las miradas inquisidoras muy pronto le enseñaron a que el pito solo se usa cuando toca, y no cuando a su antecesor de carro se le apaga el vehículo, o va sin el afán suyo, o se descuida cuando cambia el semáforo a verde, o desde que está en amarillo antes de ponerse en verde, o —como en este caso— estar buscando una dirección.
Tengo una vecina que de cuando en vez pita a las 5:30 a. m., para apurar a sus hijos si no salen a tiempo para ir al colegio y la universidad. Sí, ¡pita a las 5:30!. ¡5:30! Y su camioneta no tiene propiamente el sonido agradable de las primeras bocinas de Bosch. Nos deja listos como con trompetazo de serenata de mariachi.
Todo lo dicho para invitar a doña Marina a que sea más paciente y pite sin insultar; a Juan Sebastián a que no vuelva a posar de vaquero del oeste matando perros, así sea en defensa propia; y a Arturo, a que está bien que defienda a su hermana, pero sin pegarle a los carros y sin “uchar” al perro para atacar a nadie porque miren quién terminó sacrificado, el pobre Príncipe y sin entierro de monarquía. Todos guardan aquí su responsabilidad.
Conclusión: Si nos vamos a comer semejantes sapos con el tan cacareado proceso de paz, según lo que le acabamos de escuchar en su discurso al presidente, en una situación como la de Príncipe comámonos lo que en comparación serían pequeñas ranitas plataneras que caben en una cajita de fósforos. Hagamos un acto de reflexión y carguemos en nuestro kit emocional de carreteras el tapón de oídos, las gafas que pixelan y la mamá de caucho para no engancharnos en estas estupideces que uno no sabe cuándo terminan en tragedia.
¡Hasta el próximo miércoles!