Yo no sé si sea cierto lo que alguna vez me contaron sobre las Cataratas del Niágara: que era el lugar en el que las personas se sentían más felices, ya que la gran cantidad de agua que caía producía unos iones que provocaban alegría en la gente. No me gusta averiguar si algunas historias son verdad porque, así como me las cuentan, me parecen fascinantes y no quiero dañarlas con sesudos pensadores que todo lo terminan por menoscabar a favor de la verdad verdadera.
Pero de lo que sí tengo seguridad es que en Cali, el sitio más alegre en el mes de agosto, fue la Ciudadela Petronio Álvarez, ubicada en la Unidad Deportiva Alberto Galindo.
Del 10 al 15 de agosto ese espacio se llenó de música, de sonidos que llegaron desde más allá de las fronteras del mar. Vinieron al Petronio cantores de costumbres y tradiciones rescatados de las sinuosidades de los ríos, de las orillas de la selva en la que algunos viven y hacen de la música el suceso más importante para sus comunidades.
44 agrupaciones que representaban lo más selecto del folclor del Pacifico pusieron a consideración del público temas musicales con los que buscaban llevarse el primer lugar para sus lugares de origen y ser, por una vez, orgullo de sus pueblos, y los difusores de sus tradiciones musicales que han cultivado por milenios.
Pudimos apreciar a las cantadoras, protectoras celosas de letras y tradiciones y depositarias de una herencia, que luego de 20 años de Festival, ya empieza a ser reconocida en el mundo por la pureza que aún conservan esos cantos.
Los Violines Caucanos, con una historia que se ha ido desdibujando con el pasar de los años, pero que los viejos preservan en esas manos callosas y sabias, parece que no fueran a caber en el diapasón de los pequeños instrumentos, que cantan sin cansancio melodías de antaño, músicas de épocas coloniales de momentos perdidos en la memoria del tiempo y rescatados con tesón por esos obreros de la música para volverla actual, para que sepamos que su oficio musical sobrevive por encima de la modernidad que desconcierta y anda a prisa.
Pudimos disfrutar grupos en la modalidad libre que han hecho fusiones para, sin perder esas raíces primigenias, mostrar al mundo que desde el Pacifico colombiano se proponen nuevas expresiones, que se hacen melodías acorde con las exigencias de la modernidad pero respetando las sonoridades propias de marimbas, violines y esos instrumentos ancestrales por los que vale la pena estar mostrando las tradiciones musicales.
La Marimba otra vez fue reina de las noches de Festival. Sus llamado era provocación para el público. Y pensar que, antiguamente, la quemaban o la arrojaban a los ríos, pero nunca pudieron quitarla de los genes de quienes luego la rehicieron para que sonara más bella y mejor por encima de los inquisidores de turno.
Impresionaba el número de asistentes cada noche. Cientos de personas reunidas en torno a la música, dispuestas al derroche de la alegría, animadas por el sonar de los instrumentos y avivando el goce. Los licores que se han vuelto populares y que acompañan los momentos de rumba o corrinche, como los llaman -- Arrechón, Tumbacatre, Curao, Tomaseca-- van de mano en mano y de boca en boca poniendo más alegría a la alegría que se vive.
La nueva sede del evento, la Unidad Deportiva Alberto Galindo, fue probada y aprobada por los miles de asistentes que encontraron allí el espacio justo para el Festival más importante de Colombia. Zonas amplias y funcionales, buenas áreas para la movilidad y, sobre todo, amplitud para un espectáculo que ya desborda los cálculos de cuanto público llega a disfrutar del evento.
La noche final, noche sin olvido. Miles de voces coreando las canciones, miles de almas en vilo, pendientes de quienes serían esta vez los mejores, para celebrar, no importa la procedencia, ni el departamento al que se pertenezca, todo queda en ese Pacífico que se ama y se añora. Lo importante es que destaque la música, esa que disfrutan sin pausa, sin descanso, con frenesí cada noche y que ya empieza a viajar por el mundo llevando el rumor de este mar, de estos ríos en los que se saluda a la vida con cánticos.
Se llevaron los premios, en la modalidad Violines Caucanos, Remolino de Ovejas de Suárez, Cauca. Modalida de Marimba, Los Alegres de Telembí de Barbacoas, Nariño. En Chirimía, Zaperoko, del departamento del Chocó y en Versión Libre, Mar Afuera, de Buenaventura.
Fue un gran festival la edición número XX. Hay mucho a quien agradecer, pero de eso se encargan los que deben cumplir con ese protocolo. Yo me remito a testimoniar una fiesta que cada vez es más grande, más concurrida, a la que ya no le cabe más alegría.
Nos vemos, si la vida nos da vida, el próximo año, trabajando con gozo y gozándome el trabajo.