Muchos, si no todos, los que vemos los noticieros hablados y escritos vemos, leemos y oímos los resultados de las encuestadoras que dan al senador y candidato Gustavo Petro un margen de ventaja muy amplio sobre la nube de otros precandidatos (ellos y ellas, sí) a la presidencia de la república.
La táctica de las encuestadoras, que trabajan todas por encargo de medios oficialistas, es presentar al senador como el ganador absoluto de la presidencia, y no en vano hasta la revista Semana lo infla con gran despliegue.
Todos sabemos que la campaña es larga y no será ni fácil ni tan tranquila como hasta ahora se presenta. Entonces, de una manera coordinada, las encuestas irán publicando un descenso en la intención de voto hacia el senador, como lo demuestra la última encuesta publicitada.
Con ello se trata de buscar un efecto contrario al triunfo del petrismo, pues se quiere hacer creer que, confiadamente, sus adeptos se pueden dormir en sus laureles.
El mensaje también es para la derecha, que aún no se despierta con un candidato fuerte y cuya táctica es enrostrar el supuesto triunfo del comunismo, asustando de paso a sus alicaídas huestes.
Petro no ha ganado hoy nada, y sus rivales tampoco han perdido nada aún, está solo en supuestos mediáticos. Raro sí es que semejante despliegue del supuesto triunfo de la Colombia Humana se haya hecho en medio del escándalo que por estos días tiene enterrado a Cambio Radical y a sus cabezas visibles, en especial a Vargas Lleras y su as bajo la manga: Alejandro Char.
Tampoco la tiene fácil el presidente eterno para designar a quien salvará a Colombia de ser como Venezuela, nación a la cual ya superamos, según sugirió Vicky Dávila en el almanaque Bristol que ella muy acertadamente dirige.
La campaña será dura y muy peligrosa para el progresismo, y su candidato debe, creo yo, hacer su campaña menos expuesto físicamente, incluso desde el exterior, y sus partidarios lo entenderán.
Sin ser tan adivinos ya sabemos que las próximas encuestas se reflejará lo acá anotado y comenzarán a marcar candidatos inesperados; hasta que no aparezca el verdadero designado por el que sabemos.