Para evitar malos entendidos y evadir el sanedrín de burócratas enquistados en el Gobierno y en el Congreso que se dicen los únicos, los auténticos, los evangelizadores del cambio, los fieles del partido en lucha contra la plaga del pasado, empiezo por decir que soy de izquierdas, o así lo creo; y que de entrada no merecería la hoguera, la censura o la condena al ostracismo en alguna Siberia, como hacia Stalin con amigos, enemigos y con todo aquel que no se refiriera a él como el Gran Líder del Pueblo.
Si creer y defender los derechos humanos, los derechos civiles, los derechos sociales, la diversidad de los pueblos; si reivindicar la participación ciudadana y popular en asuntos de trascendencia o la lucha constante por la equidad; si condenar la corrupción, la vida absurda de la aristocracia casi feudal, los privilegios excesivos o mal habidos de la oligarquía, los favores del poder a los poderosos, la impunidad de los políticos de siempre, los delitos de la fuerza pública; si sentir rabia y padecimiento ante el exterminio de opositores políticos, lideres sociales, sindicalistas, activistas de izquierda, campesinos, si todo eso es ser de izquierdas, entonces lo soy y creo que entonces una buena o la mayor parte de este país, por la misma razón, lo es, es de izquierdas.
Durante la campaña presidencial del año pasado, con este país agotado ante los abusos, ante la corrupción, ante la violencia, ante la vehemencia del discurso gubernamental de Duque, Petro no se veía ni parecía sentirse victorioso. Le recomendamos entonces desde muchas tribunas que se riera más, que bajara la rabia, que se asemejara lo mejor posible a ese tono firme pero encantador de Carlos Pizarro, de Jaime Bateman, del turco Fayad; era claro que si seguía hablando con el rictus de la molestia, que si seguía dogmatizando como un predicador de sentencias, que si no convocaba más la idea del M-19 en el sentido de generar “una cadena de afectos”, no iba a ganar las elecciones.
Y cambió el rostro; y en efecto ganó; y un país sorprendido casi celebró a manera de descanso tras 200 años de partija bipartidista, clientelista, patrimonialista. Y arrancó vigoroso, un 7 de agosto muy grato, con un discurso concertador, con un planteamiento agonista, antiimperialista, nacionalista, ambientalista, amistoso.
No iba a ser fácil, nunca lo ha sido. Nadie comparte, ni está dispuesto a dejar privilegios, pero abordarlo requiere manual de presidente, no manual de camorrista.
________________________________________________________________________________
Creo que Gustavo Petro, presidente, tiene razón en asuntos centrales ante los que no claudica, pues son necesariamente recetas para salir de la larga estela del atolladero
________________________________________________________________________________
Creo que Gustavo Petro, presidente, tiene razón en asuntos centrales ante los que no claudica, pues son necesariamente recetas para salir de la larga estela del atolladero. Pero no tiene Gobierno; varios ministros y funcionarios (todos saben quiénes son, ahí están, es fácil reconocerlos), han desacreditado el ejercicio público, se han quedado con el rótulo del cargo pero con la vergüenza de su mediocridad. Varios de estos se han dedicado a armar clientelas burocráticas; varios de estos hablan como ruido; varios y varias deslucen cualquier proyecto social, cultural, ideológico, por su extrema frivolidad.
Pero esgrimen, como los más duros golpeadores de todas las épocas, la espada del grupo, en este caso, según dicen ellos mismos, la espada y las banderas del “pacto”; todo el que no sea de su séquito es condenado, incluso por conveniencia individual de cada uno de ellos, con el argumento fácil de no ser del partido (cuál partido, es la pregunta) o de “venir del pasado”. ¡¡Vaya reflexión!!
Ante esto, ha tenido que salir Petro a dar la cara a todo, por todo y ante todos; y ahí cae en ese vicio fácil, en ese lío que es dejar de ser presidente de todos los colombianos para hacerse opositor vehemente de algunos colombianos.
La va a pasar mal, y verá pasarla mal a este país agotado, si no cambia funcionarios que resultaron flojos y erráticos; si no vuelve a la sonrisa, al tejido de afectos. Es diferente la firmeza del discurso a la intimidación del discurso. Ganó con otra fórmula y ojalá la emplee a fondo.