Petro y Gaviria: bienvenidos al pasado

Petro y Gaviria: bienvenidos al pasado

El encuentro Gaviria-Petro desnuda una realidad que pocos aceptan: Petro quiere llegar a la presidencia a cualquier precio, olvidando incluso sus convicciones

Por: Álvaro Morales Sánchez
marzo 03, 2022
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Petro y Gaviria: bienvenidos al pasado
Fotos: Wikimedia/Instagram Petro

Se volvió viral la imagen del reciente encuentro entre el expresidente liberal César Gaviria y el candidato presidencial del Pacto Histórico, Gustavo Petro (a estas alturas de la contienda electoral no existe la más mínima duda de que Petro será el ganador de esa consulta). Y no es para menos el revuelo que despierta tal imagen.

Entre los electores y el conjunto de la ciudadanía se ha esparcido la creencia de que Gustavo Petro es un personaje que cambiaría el rumbo del país si llegara a ser presidente, lo cual significa que se le mira como un candidato de cambio, no de continuismo de un modelo socioeconómico y político que ha sido desastroso para los colombianos, con más del 60 % de la población bordeando los niveles de pobreza, desempleo cercano al 20 %, informalidad laboral superior al 60 % y otros indicadores de la grave crisis que atravesamos.

El encuentro Gaviria-Petro desnuda una realidad que muy pocos de los integrantes de los círculos cercanos al candidato del Pacto Histórico aceptan, y mucho menos se atreven a cuestionar: Gustavo Petro quiere llegar a la primera magistratura de la nación a cualquier precio, recurriendo al reclutamiento de personajes que muy poco tienen que ver con la propuesta de cambiar el estado de cosas existente, hasta llegar al extremo de buscar afanosamente un acuerdo con el Partido Liberal y su actual jefe único, principales responsables de la imposición de un modelo socioeconómico que es el origen de la calamitosa situación que vivimos los colombianos. Hagamos un breve recorderis:

El 7 de agosto de 1990, al tomar posesión de la presidencia, César Gaviria inauguró la era neoliberal en Colombia con la famosa frase “bienvenidos al futuro”; durante más de treinta años el pueblo colombiano ha padecido los desastrosos efectos que causó en la economía y en la vida del país la aplicación de la política económica y social que se parapetó detrás de esta sentencia, ideada más para recibir con júbilo a los miembros de la élite oligárquica que con estas políticas repleta sus bolsillos e invierte en paraísos fiscales (como el propio Gaviria), que a las grandes mayorías nacionales.

Mes y medio antes, el 27 de junio de 1990, poniendo en práctica varias de las recomendaciones del “Consenso de Washington”[1], el presidente de Estados Unidos George W. Bush (padre) había lanzado desde los jardines de la Casa Blanca la “Iniciativa para las Américas”, la nueva estrategia neocolonial que se ajustaba al hecho de la desintegración de la Unión Soviética iniciada ese mismo año; desaparecido su principal contendor en la batalla por la hegemonía planetaria, lo que hizo desaparecer también la razón de ser de la Guerra Fría, Estados Unidos se dedicó a consolidar su posición dominante en el panorama mundial, poniendo especial énfasis en la región que más fácilmente puede controlar, por su ubicación, por la inexistencia de contendores de su misma talla y porque ya tiene sobre ella una tradición de dominio de casi un siglo: el continente americano.

Esta Iniciativa para las Américas se sustentó en tres pilares: libre comercio, inversión extranjera y reducción de la deuda externa, pero claramente estaba enfilada hacia los dos primeros, porque la deuda externa, en lugar de disminuir, ha tenido en las últimas décadas, en toda América, un crecimiento sostenido, que se disparó durante los dos años de la pandemia.

Como todos los gobernantes colombianos del siglo XX, Gaviria estuvo totalmente al servicio de los intereses de Washington: tuvo como impronta la apertura económica, entendida como la eliminación de barreras de todo tipo para imponer el libre comercio y la libre circulación de capitales, como eje de la actividad económica del país y de las relaciones económicas con las naciones, particularmente con Estados Unidos, al que estos gobiernos sumisos consideran como “el socio comercial más importante de Colombia”. Las primeras puntadas de esa política se habían dado en el gobierno anterior, el de Virgilio Barco, del cual formó parte César Gaviria como ministro de Hacienda y luego ministro de Gobierno.

Tanto Barco como Gaviria pusieron en práctica las “recomendaciones” de las IFI, que jugaron un papel clave en la implementación de la Iniciativa para las Américas, como financiadoras de las “reformas estructurales” que las naciones del hemisferio debían hacer si querían tener acceso a los préstamos que el BID y otras IFI ofrecieron para adecuar las economías latinoamericanas a las necesidades del capital financiero norteamericano.

El legado gavirista se puede resumir en: la venta a precios miserables de empresas del Estado al capital privado, principalmente en el sector de los servicios públicos, las comunicaciones y el sector financiero; reformas tributarias, pensionales y laborales como la Ley 50 de 1990, para favorecer los intereses de los grandes monopolios nacionales y extranjeros; la transformación de la salud como derecho a la salud como negocio, plasmada en la Ley 100 de 1993, en la que el entonces senador Álvaro Uribe fue el principal ponente, y la joya de la corona, la Constitución Política de  1991, que creó las bases constitucionales para implementar todas las reformas neoliberales recogiendo el espíritu del Consenso de Washington, envueltas en el empaque de un Estado social de derecho garantista que obnubiló a la gran mayoría de la izquierda y amplios sectores democráticos.

Todos los gobiernos posteriores al cuatrienio gavirista aplicaron sin la más mínima vacilación el recetario neoliberal que les ordenaron desde Washington. Y en ellos el Partido Liberal estuvo siempre presente: al frente del gobierno con Ernesto Samper, participando en el gobierno del conservador Andrés Pastrana, en los dos gobiernos de Álvaro Uribe, liberal que formó su propia empresa electoral, el Partido de la U, en los dos gobiernos de Juan Manuel Santos, liberal impuesto por Uribe, aunque después se separó de su jefe, pero no de su política, y en el gobierno de Iván Duque. Ese es el Partido Liberal cuyo apoyo institucional y el de su actual jefe único busca con tanto afán el candidato Gustavo Petro.

Al partido liberal se le conoce hoy como “el partido del presupuesto” porque la participación en la fronda burocrática y en la repartición de la torta presupuestal de todos los gobiernos ha sido su razón de ser; aunque todos sus aliados en la coalición gubernamental merecen ese apelativo, porque sobreviven gracias al reparto que hacen del botín estatal, parece ser que nadie maneja tan magistralmente como César Gaviria los hilos del poder para estar siempre en la primera línea de los “atenidos” que se lucran durante toda su vida a costillas de los contribuyentes. Es aquí, en esos círculos exclusivos del poder, donde está el almendrón del gran aparato de corrupción que corroe todo el sistema del poder público en Colombia. Y César Gaviria y su Partido Liberal son actores centrales en toda esta trama.

A todo esto, hay que agregar el hecho incontrovertible de que el Partido Liberal compite con el partido conservador, el partido Cambio Radical, una disidencia política del liberalismo, el Partido de la U, otra disidencia liberal fundada por Álvaro Uribe, o con el Centro Democrático, el último bastión de la extrema derecha y su jefe natural, por un deshonroso primer lugar en la competencia por ser la agrupación política que tiene más congresistas y dirigentes, a todos los niveles, condenados o procesados por corrupción y por parapolítica.

Pero Gustavo Petro tiene convencidos a sus socios del Pacto Histórico de que el cambio en este país debe hacerse al lado de personajes como César Gaviria y con estructuras políticas como el anquilosado Partido Liberal. Y ya las barras bravas petristas se están yendo lanza en ristre contra todo aquel que ose discrepar de tan nefasta teoría. Partiendo de semejante alianza política, lo que vendría a darse, de triunfar la propuesta petrista, sería la concreción de la famosa frase de José Tomás de Lampedusa en su novela El gatopardo: «Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie»

Coletilla:

Otro que busca afanosamente la bendición de César Gaviria para su propuesta política es Alejandro Gaviria, el exministro de salud de Juan Manuel Santos, que forma parte del abanico de precandidatos presidenciales de la Coalición Centro Esperanza. Esta pretensión y la de buscar también el apoyo de Germán Vargas Lleras, el dueño del partido Cambio Radical, y unos cuantos jefes políticos regionales que forman parte de la coalición actual de gobierno, han puesto a Alejandro Gaviria por fuera de los acuerdos que pactó con los demás miembros de esta Coalición que, a diferencia del Pacto Histórico, no cree que se puedan hacer los cambios de la situación económica y social del país, ni derrotar la corrupción aliándose con los responsables de la grave crisis que hoy enfrentamos, los mismos que manejan todo el aparato de corrupción que sacude al poder público en Colombia

Referencias

[1] Diez recomendaciones que el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos les hacen, en 1989, a “los países en desarrollo azotados por la crisis financiera”. Este decálogo se volvería el marco de condiciones que las instituciones financieras internacionales (IFI) les pondrían en adelante a los países subdesarrollados para otorgarles créditos, con lo cual se aseguraban de que pondrían sus débiles economías al servicio de los intereses del gran capital financiero internacional

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