A finales de marzo, el presidente Gustavo Petro anunció la convocatoria de un próximo encuentro internacional en Bogotá cuyo objetivo central sería la realización de un “diálogo entre el gobierno de Venezuela, la oposición y la sociedad civil” en el que participarían también delegados del gobierno de Washington y de la Unión Europea. No dudo de las buenas intenciones que han movido a convocar este evento a un presidente como el nuestro, siempre preocupado por la paz y la resolución pacífica de los conflictos que la impiden o bloquean en todas partes. Pero aun así abrigo mis dudas de que el mismo tenga éxito y de paso a la reconciliación de los partidos políticos venezolanos hoy fieramente enfrentados que garantizaría la paz en el país hermano.
La principal razón de mi escepticismo es la tozuda hostilidad del gobierno de Washington hacia el gobierno legítimo de Venezuela. La pretensión del derrocarlo como sea, anunciada por Donald Trump y compartida hasta la fecha por Joe Biden. No voy a hacer aquí el recuento de todas las ocasiones en las que los diálogos entre el gobierno y la oposición venezolana fracasaron, cuando estaban a punto de tener éxito por el veto de última hora de Washington. Me limitaré al último episodio de estos reiterados diálogos que tuvieron como escenario la Ciudad de México y en los que participaron tanto representantes del presidente Maduro como de la parte más cerril de la oposición venezolana. Y digo la “mas cerril” porque cuando se llevaron a cabo, el bloque de la oposición se había dividido entre los moderados que aceptaron participar en el juego democrático con arreglo a las reglas establecidas en el Constitución del hermano país y los radicales empeñados en derrocar a como de lugar a su legítimo gobierno. Hay que recordar sin embargo que el dialogo dio frutos positivos. La firma de unos acuerdos por los que la oposición radical aceptaba participar en las elecciones presidenciales del 2024 y a cambio se comprometía a pedir al gobierno norteamericano que desbloqueara 3.ooo millones de dólares propiedad del estado venezolano y actualmente retenidos en los bancos de dicho país.
Con ese dinero se crearía un fondo, administrado por la ONU, destinado a la compra de los alimentos, las medicinas y otros productos de primera necesidad que paliarían la carencia de los mismos producida por las duras sanciones impuestas por Washington al gobierno de Nicolas Maduro. Un acuerdo en la que todos ganaban. La participación en los próximos procesos electorales del ala de la oposición mas empeñada en no hacerlo, incrementaría aún mas la credibilidad y la legitimidad de los mismos. Y por ende la del gobierno del presidente Maduro. A cambio, la oposición extremista podía explotar en su beneficio y en términos electorales el logro de un acuerdo que permitiría la llegada de la masa de alimentos y medicinas que aliviaría las actuales penurias del pueblo venezolano. Podría proclamar a voz en cuello que si de nuevo estaban abastecidos las farmacias y los supermercados era gracias a ellos. Incluso la Chevron ganaría, porque el acuerdo mejoraría sensiblemente la disposición del gobierno de Maduro a aceptar la propuesta hecha por Washington de que este gigante de la industria petrolera norteamericana volviera a operar en Venezuela y a obtener por lo tanto ingresos multimillonarios en un mercado internacional del petróleo con los precios en alza.
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Hace unas cuantas semanas, el presidente Maduro declaró que no tenía ningún sentido seguir negociando con la oposición extrema porque ella era incapaz de cumplir con lo pactado
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Pero nada de esto ha ocurrido porque Biden le ha dado hasta la fecha largas a la petición de la oposición venezolana y no ha desbloqueado los activos venezolanos prometidos, poniendo en evidencia a dicha oposición y enviando además una señal ominosa a los eventuales protagonistas de cualquier nuevo intento de diálogo o negociación. De hecho, hace unas cuantas semanas, el presidente Maduro declaró que no tenía ningún sentido seguir negociando con la oposición extrema porque ella era incapaz de cumplir con lo pactado. Es de agradecer sin embargo que, a petición de Petro, haya cambiado de opinión y manifestado su disposición a participar en el encuentro internacional convocado por nuestro siempre optimista presidente. Y también que Washington haya decidido igualmente hacer lo mismo y haya nombrado ya a su representante. Esto significa que por fin da la cara y deja de actuar detrás de las bambalinas y demuestra con este gesto una cierta disposición a suscribir acuerdos que estaría dispuesto a cumplir. Que no es poco, aunque sea cierto que los gobiernos norteamericanos arrastran consigo un abultado expediente de incumplimiento de compromisos y de palabras dadas.
Espero sin embargo que la realidad venza mis dudas y reticencias y el encuentro internacional convocado por Petro resulte exitoso. Lo deseo sobre todo por el pueblo venezolano, que no se merece tantas desgracias, como las que hasta la fecha ha padecido.