La pasada semana pasó sin pena ni gloria el 19 de abril. Este año no fue una fecha muy recordada ni conmemorada. Fue el día de 1970 que la oligarquía colombiana ejecutó un fraude monumental contra el exgeneral Gustavo Rojas Pinilla, candidato de la Alianza Nacional Popular (Anapo), partido político que fundó en compañía de su hija María Eugenia.
Pero también fue el día escogido por Jaime Bateman y un grupo de revolucionarios soñadores que en 1974 lanzaron el Movimiento 19 de abril (M-19) con una campaña publicitaria muy particular promoviendo un veneno para “matar ratas”. Fue una guerrilla urbana que realizó acciones espectaculares para hacer una pedagogía política bastante eficaz para su tiempo.
En este corto artículo se rememora ese momento y sobre todo se recuerda la personalidad de su fundador y principal ideólogo político, Jaime Bateman, para relacionarlo con el momento actual y buscar la continuidad de ese proceso en Gustavo Petro, principal dirigente de la Colombia Humana, quien fue militante de ese movimiento siendo casi un adolescente.
El momento —como siempre— era de lucha y auge popular. Eran tiempos de luchas campesinas e indígenas en los territorios y de obreros en las ciudades. La Anuc estaba al frente, en 1971 se había fundado el CRIC, se fortalecía Fecode y se avanzaba con el “sindicalismo independiente” hacia la fundación de la CUT. En 1977 se realizó el gran paro cívico nacional.
En ese marco apareció el M-19 siguiendo el estilo y formas de las guerrillas urbanas de Uruguay, Argentina y otros países, como los Tupamaros y los Montoneros. Sin embargo, esta “guerrilla” tenía unas particularidades únicas: no levantaba un programa socialista, sino democrático; no se alineaba con la URSS o China, sino que se deslindaba levantando un programa nacional-popular; no llamaba a la guerra sino a la paz y al diálogo.
En 1990, luego de más de una década de lucha —con aciertos y errores— el M-19 logra un acuerdo de paz con el gobierno de Virgilio Barco, se desmoviliza y se integra a la lucha por transformar a Colombia aceptando participar con las reglas de un Estado que se define como una “democracia restringida”. Ese proceso de paz al que se suman otras pequeñas guerrillas, es el detonante para la convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente en 1991.
A partir de ese momento la lucha política en Colombia cambia de escenario. Bateman había muerto misteriosamente en 1983, la oligarquía durante esos años asesinó a miles de militantes de la Unión Patriótica y a 4 candidatos presidenciales importantes (Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo Ossa, Luis Carlos Galán y Carlos Pizarro), pero a pesar de todo, las fuerzas democráticas insistieron y se aprobó una nueva Constitución como un pacto de paz.
Más allá de sus posiciones políticas (que para su tiempo fueron precursoras y de avanzada democrática) lo que caracterizó a Bateman fue su gran sentido de la oportunidad histórica, sus esfuerzos por conectar con la mentalidad y las necesidades de la gente, su irreverencia costeña, su espíritu democrático y la alegría revolucionaria que trasmitía, y por sobre todo, su sentido práctico para generar organización “no burocrática”.
Quien tuviera una idea o un plan interesante, relativamente viable, que más o menos se correspondiera con los objetivos y metas propuestas por el M-19, recibía tanto del “comandante Pablo” como de los demás dirigentes un “¡hágale hermano!, pero tenía la obligación de hacerse responsable de la tarea hasta sus últimas consecuencias. Así construyó Bateman una organización que más que en ideas se apoyaba en una fuerte y efectiva “red de afectos”.
En 1980 Bateman a la cabeza del M-19 lanzó la iniciativa del “diálogo nacional”. Dicho diálogo fue rechazado por el grueso de la oligarquía y las guerrillas “comunistas” no entendieron ese mensaje/estrategia, como tampoco lo comprendieron cuando esa “conversación nacional” se realizó —parcialmente— al calor de la asamblea constituyente.
Gustavo Petro en lo fundamental se ha mantenido dentro de esa línea. Tal vez no ha logrado construir una organización nacional como lo fue el M-19, pero ha ayudado a desencadenar un movimiento popular que poco a poco va cuajando alrededor del Pacto Histórico que se ha convocado, y que se está impulsando y construyendo. La esencia del “diálogo” es igual, pero ahora el “pacto” tiene claramente identificados a quienes no podrán ser parte del mismo.
Hoy el momento es diferente al que protagonizó el M-19, pero las tareas centrales son las mismas. Si se observa hacia atrás con una mirada crítica, pero realista, podríamos decir que finalmente los sueños y la estrategia planteada por Bateman —después de 4 décadas de haberse propuesto— tiene todas las condiciones para empezar a materializarse.
Si el Pacto Histórico se alimenta de los frustrados “diálogos nacionales y regionales” que se han realizado en el pasado, y si no se asume como una tarea definitiva o como una meta final sino como un proceso que se irá desarrollando en el tiempo (más allá del ejercicio electoral o de las ejecutorias de un gobierno), es muy seguro que después de tantas frustraciones y violencias, el pueblo y la sociedad colombiana aprendan a dialogar y a avanzar en paz.
Seguramente Jaime Bateman Cayón si estuviera vivo diría… ¡Palabra que sí!