Esta frase la soltó Petro en la primera entrevista que concedió como presidente electo a la Revista Cambio. Pero también dijo que no podía fallar porque el país entraría en una oscuridad. Podemos traducir esto como, la izquierda en Colombia regresaría al fondo de la caverna a contemplar y agredir sus sombras.
El reto de Petro es quizás el más grande que un presidente haya enfrentado en la historia de la república. Y lo es, porque recoge en sí mismo todas las luchas y pensamiento de quienes tuvieron el propósito de alcanzar transformaciones sociales y que los llevaron a la tumba.
Hablo de Gaitán, Galán, Gómez, Pizarro, Pardo y Jaramillo y otros más, frustrados por la violencia, como la lucha por la modernización del país en el universo del pensamiento liberal de López Pumarejo.
En su intervención durante el informe de la Comisión de la Verdad, expresó, que la verdad no puede interpretarse como un espacio de venganza, como si fuese una extensión de las armas, convertidas en palabras y en ideas.
Este concepto sobre la verdad conlleva en sí mismo un propósito de paz, pero para que haya paz, también se requiere de actitudes de paz. De la misma forma se ha referido al sectarismo al que llevan los extremos ideológicos, que no son capaces de concertar acuerdos, sino que pretenden imponer desde el discurso –que puede esgrimirse como un arma– determinaciones sobre los pueblos y con esto, otra forma o característica del viejo feudalismo, aún se vista con un ropaje social.
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Quizás, uno de sus mayores retos, está en la delicada relación con los pensamientos extremos de izquierda y de derecha, muy cercanos al sectarismo, pues ellos esperan demasiado.
Necesariamente administrar un país que aguarda expectante ser gobernado, puede navegar entre los temores de perder el rumbo e ir al garete o la angustia por enfrentar las nieblas en la ruta como si el panorama debiera ser el de un país ideal y no el del país real que se recibe, y que requiere de urgencias sociales, que deben iniciar en transformaciones de criterios y pensamientos enraizados en las viejas retaliaciones.
Entonces la pregunta es: ¿Cómo tenerlos a todos contentos?
Difícil, porque, para los que esperan mucho siempre será poco lo que alcancen. Y este ha sido un factor predominante en el desgaste de la figura de quien debe dejar de lado las banderas de un movimiento o partido que lo acompañaron fervorosamente, las de un sector del pensamiento y la sociedad, para administrar para el conglomerado multicolor que conforma el país.
Cortar los ciclos de la venganza y la retaliación, podría llevar al país a una generación de paz. Porque el perdón no pedido y el perdón no concedido nos ha llevado a repetir en el tiempo las mismas violencias que cobraron las vidas de quienes elevaron sus voces por la paz.
Curiosamente nuestro Himno Nacional puede interpretarse como el presagio de sangre y exclusión sobre esta nación. La interminable oscuridad que no cesa, de una noche que avanza con la espada cobrando venganza, asesinando la palabra, pretendiendo silenciar el pensamiento.
Escribe Rafael Núñez en 1887 refiriéndose a la historia de la humanidad, solo comparable con la tragedia de Colombia lo siguiente: “La humanidad entera, que entre cadenas gime, comprende las palabras del que murió en la cruz”.
¿Qué nos dice esto? Que los que gimen encadenados a la extensión de las miserias humanas, son quienes comprenden las palabras del que fue sacrificado en una cruz, para silenciar su voz de paz.
¿En qué hemos avanzado?
Es también un reto, levantarnos de las cadenas de los sectarismos cualesquiera sean estos, para salir a la luz de otras realidades que deben ser construidas en conjunto. Pues, de la gloria de libertad del yugo invasor, pasamos a las sombras de la esclavitud criolla, donde se crea y se fortalece el “enemigo interno”. Causa de la polarización que no ha dejado superar la guerra