Los últimos acontecimientos vividos en Colombia muestran que el gobierno progresista que encabeza Gustavo Petro ha empezado a perder la iniciativa política. Tal situación, desde nuestra perspectiva no es obra de los “gringos” o de la oligarquía financiera o de la rancia oposición política, sino de una errada mirada del propio presidente y una serie de errores de su entorno cercano que envía mensajes confusos a la población (nombramiento de Armando Benedetti como embajador ante la FAO y otras “jugadas raras” con la Sarabia).
Los últimos hechos que se destacan son: 1. Las investigaciones de la Fiscalía y el CNE a la campaña electoral de Petro, incluyendo el asunto de su hijo Nicolás, siguen adelante y ejercen presión política. 2. El ministro de RR.EE. (canciller Leyva) tuvo que aceptar la suspensión de la Procuraduría. 3. El decreto presidencial para flexibilizar el manejo de las inversiones en infraestructura (4G) tuvo que ser “corregido” por el ministro de Hacienda. 4. La Corte Suprema de Justicia continúa con su estrategia de desgaste con la no elección de nueva Fiscal.
Mientras tanto, los “políticos que le chupan rueda” a Petro, o sea, que le “comen” presupuesto y burocracia, avanzan a paso lento con el trámite de las reformas legales y no están dispuestos a romper con la oligarquía financiera, ni para sacar adelante las “reformas sociales” ni para otras iniciativas. Tampoco se la van a jugar frente a quienes están detrás del “golpe blando” como la Procuradora, la Fiscal que remplazó a Barbosa y otros órganos de control.
Por ello, en forma paradójica y hasta sorpresiva, el presidente Petro y el Pacto Histórico tuvieron que recurrir a “organismos internacionales” (OEA y ONU), para denunciar los intentos de “ruptura institucional” que a la larga influyen poco en lo interno. Es paradójico por cuanto en el vecino país –Venezuela– es la oposición política la que intenta obtener esos apoyos de la “comunidad internacional” para “restablecer la democracia”.
Petro ha convocado en tres (3) ocasiones al pueblo a movilizarse en defensa del “gobierno del cambio”. En cada llamado la respuesta popular se ha ido reduciendo paulatina y dramáticamente, así el propio Petro no lo reconozca y, por tanto, insista en su estrategia de “tensión permanente” y de “pulseo continuo” que hasta el momento no ha dado resultado. Al contrario, la gente pide “realizaciones”, “hechos concretos” y menos discursos y promesas.
Los primeros 19 meses del gobierno de Petro demuestran que la fuerza política acumulada para elegirlo (29% del censo electoral) no alcanza –por sí sola– a ser una fuerza transformadora. Casi todas las “ofensivas” lanzadas para sacar adelante las reformas sociales u otras políticas gubernamentales han sido contrarrestadas por sus contradictores que lo han obligado a recular. Ello implica un costo político que se va acumulando en el tiempo.
Pareciera que el gobierno tiene centradas sus esperanzas en la “paz total” para retomar la iniciativa. No obstante, la experiencia del proceso de paz de Santos demostró que esos procesos –por sí mismos– no generan fuerza política. Mucho más cuando el ELN y el EMC no ayudan para nada a cambiar su imagen negativa que tienen dentro del pueblo, y, por el contrario, la percepción que se ha ido generando entre la mayoría de la población es que dichos grupos armados utilizan la buena voluntad del gobierno para fortalecerse militarmente y ampliar su control territorial. Además, la inseguridad se ha incrementado a todo nivel.
Desde la perspectiva de la gente del común lo del “golpe blando” es visto como una especie de justificación (“una rabieta infantil”) de Petro ante su incapacidad de romper el “cerco lento” que le ha impuesto la oligarquía en todos los terrenos, mientras cuenta con un robusto presupuesto de inversión que no ha sabido ejecutar mientras les echa la culpa a sus ministros y demás funcionarios de alto nivel. Así, las comunidades en los territorios se han empezado a movilizar nuevamente, ya no en apoyo al gobierno progresista sino contra su ineficiencia y torpeza burocrática.
El tema de Venezuela es lo que está por venir. Petro ha dado un giro de 180º respecto a lo que intentaba impulsar hasta hace unos meses, en donde reconocía que Maduro y su cúpula debían volver a la CIDH por cuanto “ampliar y fortalecer la democracia” era el camino para superar la presión y el bloqueo estadounidense, mientras ahora se ha alineado con el gobierno venezolano en cuanto a plantear que las sanciones gringas explican totalmente la crisis económica y social (migración) que vive el pueblo venezolano.
Ello va a traer consecuencias inmensas para el “proceso progresista” en Colombia. El “golpe blando” puede fácilmente convertirse en un “golpe duro” cuando la oligarquía colombiana “huela sangre” y vea la oportunidad de “sacar a Petro” cuando el gobierno de los EE.UU. rompa con el gobierno progresista. El problema es que el ejército colombiano no tiene nada de “soberano” ni de “nacionalista” y a la primera orden imperial se pondrá a sus órdenes.
¿Cómo recuperar la iniciativa política sin dejarse llevar a “acciones reactivas”? Estamos descubriendo –algo tarde– una realidad que se negó cuando con un precario triunfo electoral se quiso impulsar un “gobierno del cambio” que, además, envía todos los días mensajes de “seguir gobernando con los mismos de siempre” o con personajillos sin mayor historial de lucha popular. ¡Pienso que llegó la hora de aterrizar!
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