Petro Picapiedra, la Edad de Yerro o el vil manejo de Colombia

Petro Picapiedra, la Edad de Yerro o el vil manejo de Colombia

Respecto a los rasgos de Picapiedra, Petro comparte lo cabeza dura y neurótico, aunque difiere en la extraversión cuando se atrinchera en X para publicar panfletos

Por: Eduardo Vargas
marzo 22, 2024
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Petro Picapiedra, la Edad de Yerro o el vil manejo de Colombia

La República de Platón describía una caverna que intermediaba la información proyectada. En la de Colombia, los fanáticos están encadenados a sus ideologías y los tecnócratas se aferran a sus estadísticas, aunque están ensombrecidas por el rebusque de categorías para disimular la recesión, además de la anulación de las mayorías debido al desempleo, la inequidad o el abstencionismo.

En el mundo real, los ciudadanos del común sabemos que el desempeño socioeconómico está “petrificado”. Etérea, la Constitución del 91 fracasó; las ecuaciones del Estado carecen de sentido o dejaron de funcionar, y semejante singularidad la desperdició el vago mandato “petrista”, porque su capricho era hacer trizas todo, en lugar de sembrar un cambio sistémico.

El siglo pasado, él superó una violenta fase primitiva; igual, desde que el país cumplió el bicentenario, por elección popular asumió cargos gerenciales pero su conflictivo talante y sus erráticas decisiones impulsaron otra parálisis ejecutiva.

Respecto a los rasgos del caricaturesco Picapiedra, comparte lo cabeza dura y neurótico, aunque difiere en la extraversión cuando se atrinchera en X para publicar panfletos, y provocar a los trogloditas de esa cantera donde minan causas ajenas, le sacan la piedra al interlocutor y le tiran piedras al opositor.

Todo eso sucede mientras el sector agrícola está en vía de extinción, la industria sigue siendo arcaica, las degradadas instituciones permanecen enclaustradas en la jungla de concreto, y la vida suburbana se mantiene arruinada.

Aunque le disgusta el petróleo, no corrigió el precio del diésel y su volatilidad espantó a quienes poseen la tecnología requerida para materializar la sustitución. Tampoco dinamizó la renovación del parque automotor, ni se inspiró en el Troncomóvil para regalar triciclos que convirtieran la tracción humana en el motor de un cambio saludable.

Su progresismo está desvirtuado, y los anacrónicos choques de trenes -p.ej. elevados versus subterráneos- perdieron de vista la versión futurista de Los Picapiedra: Los Supersónicos, donde la opción férrea parecía camino de herradura. Además, minimizando sus promesas originales, los “engranajes” de su egocéntrico gobierno se descarrilaron, y la única coincidencia que tiene con el protagonista de ese mundo animado es que trabaja 3 horas, 3 días a la semana, aunque en aquella serie se sustentaban con autómatas: no lacayos.

De vuelta a nuestra prehistórica república, Petro se comunica mediante canales que no son institucionales, realiza ejecuciones extrajudiciales de lo que ordenan otras ramas y emite decretos de “yerro”. El legislativo está tan corrompido como la justicia, y se sostienen con entramados de nombramientos fallidos, o fallos que garantizan que la dignidad y el bienestar seguirán siendo un hueso.

Los órganos de control no investigan las ruinosas inversiones antiguas, ni descubren la malversación del presente, pero advierten incumplimientos sobre las vigencias futuras. Además, cuando opinan sobre las reformas, actúan como piedras en los zapatos.

Nuestra democracia está erosionada, y nunca erradicó la hierba mala. Gaviria disfrazó su “desquiciada intención” neoliberal; oportunista, cuestiona a la OEA y la Contraloría, aunque acata lo que dictan el FMI y la Fiscalía. Pastrana empeñó a los contribuyentes para rescatar entidades financieras, y Duque provocó un estallido que luego ordenó confinar. Ahora, demostrando descaro, ¿celebran que al sucesor también le va mal, cantando “yabba daba do”?

Sin defender a Petro, pongámonos de acuerdo en lo fundamental: Colombia jamás evolucionó, y su crecimiento económico siempre fue tan insignificante como su desarrollo humano, social, empresarial e institucional; así, debido al irracional continuismo, casi todos los ciudadanos tendremos idéntico destino que los dinosaurios o los “nadie”.

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