Dado el lodazal, la lucha de egos y miniegos, el exhibicionismo pueril y la mezquindad sin límites que caracterizan a eso que llaman "política" en naciones subdesarrolladas (en lo material, intelectual e ideológico) como lo es Colombia, me voy a permitir expresar un último concepto sobre el escenario electoral presente y por venir.
Estoy convencido, no sin preocupación, de que Gustavo Petro va a ser elegido presidente de este país, puesto que ha logrado construir y posicionar una poderosa narrativa que llega directamente al sistema límbico de trece millones de colombianos (en capacidad y disposición de votar) sumidos en la miseria, la ira, la incredulidad y el fiero deseo de revancha. Es de tontos querer obviar que, cuando la dignidad y la esperanza desaparecen de la existencia tanto de los pueblos como de los individuos, germinan entonces la pulsión y el Thánatos de querer ver arder el mundo.
Aquí nadie puede llamarse a engaños. Petro sí representa un peligro real para la frágil y corrompida pseudodemocracia de este país, puesto que encarna abiertamente una ideología y una cosmovisión enraizadas en la lucha de clases y la radical deconstrucción del capitalismo y de la democracia liberal propuestas por el comunismo y el marxismo. Ahora bien, aunque pareciera haberse morigerado (más por pragmatismo que por convicción) en algunas de sus concepciones originales, Petro está rodeado (ahora más que nunca) de personajes incluso más peligrosos, escabrosos y radicales que él mismo, en todos los sentidos, y eso es algo que no debe perderse de vista.
Por su parte, Federico Gutiérrez ha conformado en torno a él una apretujada coalición que encarna los peores vicios y las más oscuras prácticas, aquellos que han creado precisamente las funestas condiciones que le han posibilitado a Petro surgir como "adalid de los pobres y de la igualdad". Petro representa una amenaza existencial, es cierto, pero los culpables de ello son esa caterva de corruptos y despojadores de todas las leyes que ahora desesperadamente flanquean a su última esperanza: Fico. Aquí tampoco hay que llamarse a engaños: hay mucha gente buena, gente que realmente ama a este país, del lado de Gutiérrez; empero, no deja de ser desesperanzador que para estar allí haya que taparse primero la nariz ante el hedor que de semejantes compañías emana.
La historia le ha enseñado a aquellos individuos y pueblos realmente maduros e inteligentes que solamente los estúpidos, los mediocres o los ignorantes votan a ciegas por miedo, por odio o por dogmatismo. Ese fue precisamente el camino que en su momento les permitió llegar al poder a psicópatas de la talla de Hitler, Stalin, Mao o Chávez. Y todos saben lo que sucedió después.
Personalmente, voy a mantener mi voto en blanco, pase lo que pase, en primera y segunda vuelta, porque en mi firme convicción personal (es decir, acorde a mi cosmogonía, a mi cosmovisión y a mis ideales por encima de toda ideología) ninguno de los actuales candidatos representa el timonazo estructural que este país requiere para poder pasar de una buena vez del oprobioso subdesarrollo propio del tercer mundo a consolidarse como una nación digna, próspera, soberana y en genuina paz.
Si Petro finalmente gana, habrá que aprestarse a hacer todo lo que sea necesario para coadyuvar a la protección de la poca democracia que tenemos. Ese es un deber ciudadano y patriótico inclaudicable.
Y si es Gutiérrez quien sale triunfante, igualmente habrá que estar preparados, porque muy seguramente dentro de cuatro años Petro volverá a estar ad portas de llegar a la presidencia.
