Me perdonarán quienes se sientan aludidos, pero se necesita ser muy ignorante para no comprender algo tan elemental como que no se puede ser demócrata y marxista al mismo tiempo.
Petro ha dicho hasta por los codos que su formación es de marxista, que su corazón es de partisano comunista italiano. Basta con leer su autobiografía de finales del año pasado para ver que Petro se esmera en presentarse como una especie de lenincito chiquito que a los diez añitos ya se había leído los tres tomos de El Capital de Marx.
Las diferencias entre la democracia y el marxismo son muchas y muy profundas. Tan profundas que son, literalmente, más distintas que el agua y el aceite. Mas para los propósitos de este escrito, me basta con referirme a una: el demócrata busca su elección para un gobierno. El marxista no; el marxista siempre busca la toma del poder.
El marxismo necesita, por definición, hacerse al poder más allá que al gobierno por la sencilla razón de que su proyecto consiste en que las verdades de su minoría deben imponérsele al resto de la sociedad. Puede llamarse a esa minoría proletariado o partido o vanguardia o Socialismo del Siglo XXI o Pacto Histórico o puede ponérsele el nombre que se quiera, pero lo cierto es que su estrategia siempre consiste en que unas minorías logren imponerle su ideología a toda la sociedad.
Para el marxismo lo que ellos llaman revolución (su revolución) es la razón de ser fundamental. Hay que entender que su revolución pasa obligatoriamente por la toma del poder y no por otra cosa. Para ellos llegar a al gobierno por la vía electoral no es suficiente. Se trata tan solo de acceder a un peldaño más en la estrategia verdadera de la toma total del poder.
En su libro autobiográfico, Una vida, Muchas vidas, Petro dice: “La Constituyente no era, sin duda, la revolución. El mismo día, hablando con Navarro, escuché una frase que me sorprendió. Navarro dijo: “Los tanques pueden atentar contra la Asamblea Nacional Constituyente”. Él se refería a que el Ejército podía organizar un golpe contra la nueva Carta… Por alguna razón, ambas frases se juntaron en mi cabeza. Se me ocurrió pensar que, en la unión de las dos, existía una posibilidad para hacer la revolución. ¿A qué me refiero? A que, si los tanques hubieran atacado la Asamblea, habría nacido una oportunidad… Por esas fechas no era inusual que alguien comentara que el modelo cubano estaba a punto de claudicar. Ya se había desmantelado el bloque soviético y faltaba muy poco para la disolución de la Unión Soviética. En 1991 se había acabado, en definitiva, el socialismo real… El derrumbe de la Unión Soviética, sin embargo, trajo con sí el derrumbe de la alternativa y el derrumbe a escala mundial de la fuerza obrera. Lo que surgió fue una enorme ofensiva del gran capital en el mundo… y en ese sentido la Asamblea Constituyente perdió mucha relevancia. Se quedó sin ningún respaldo popular, metida en una especie de agujero negro, chapoteando un proyecto democrático, pero sin sustento económico y sin viabilidad por las circunstancias mundiales… (Navarro), por eso, optó por un pacto de silencio. Articuló un pacto entre el Partido Liberal y el M-19, que resultó en la cooptación del movimiento, al igual que ocurrió con casi todas las fuerzas revolucionarias que había en el mundo. Los grandes sindicatos, los partidos obreros en Europa y los movimientos de liberación nacional en Asia y en África sintieron la embestida de una gran ofensiva conservadora. El M-19, guardadas las proporciones, hizo parte de ese proceso en el que el acumulado de luchas sociales y de cambios reales de la humanidad durante el siglo XX se derrumbó en los años noventa… Así, Navarro, por medio del silencio, por medio de la cooptación, buscó desactivar cualquier posible atentado contra la Constituyente… claro, no se llevó a cabo. Por eso, cuando escuché la frase de Navarro, pensé que un ataque de tanques quizá hubiera sido la mejor opción. Porque, en ese caso, el papel del M-19 hubiera consistido en levantar al pueblo a nombre de la democracia y de la nueva Constitución”. (págs. 180-183 del libro)
—¿Leyeron esto con cuidado o hay que repetirlo?
Para empezar, todo este cuento es un embuste. Es una muestra más de la mitomanía de Petro. Jamás, óigase bien, jamás hubo la menor posibilidad política nacional ni internacional de que el Ejército se metiera con tanques contra la Asamblea Nacional Constituyente.
Pero lo que sí no es un embuste es que Petro, en 2021, hace menos de un año que publicó esta autobiografía, piense que lo mejor que le hubiera podido pasar a nuestro país es que el Ejército hubiera bombardeado la Asamblea Constituyente para, así, haber tenido la disculpa de convocar al pueblo a una insurrección.
Cuando Petro estaba cocinando este libro, aún estaba relamiéndose con su odisea de las Primeras Líneas, con los bloqueos a las ciudades y con el vandalismo que él llama revolucionar
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Petro confiesa en su libro que hubiera preferido que un golpe militar hubiera dado al traste con el proceso constituyente de 1991 con tal de incendiar a Colombia con una revuelta insurreccional
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Petro confiesa en su libro, con sus palabras, que él hubiera preferido que un golpe militar hubiera dado al traste con el proceso constituyente de 1991 con tal de haber podido incendiar a Colombia con una revuelta insurreccional.
—Aquí no estamos haciendo ninguna interpretación. Aquí lo estamos leyendo de su puño y letra.
Para claridad de la reflexión, insisto en que son palabras recientes de Petro. Son palabras del Petro de hoy, del Petro que aspira a la presidencia.
Así mismo, Petro viene minando sistemáticamente la credibilidad del sistema electoral. Claro está, con la muy sospechosa ayuda del propio registrador general.
—Yo no sé si el registrador es tan corrupto como lo pintan. De lo que sí estoy seguro es de que hace hasta lo imposible por parecerlo.
Petro no va a ganar las elecciones. Cualquiera que conozca a este pueblo, que conozca su historia y su cultura, sus valores y su instinto democrático, sabe perfectamente que no lo elegirá. La Colombia silenciosa, que es la que elige, saldrá a defenderse de la amenaza totalitaria.
Y Petro lo sabe. Además tiene la obsesión megalómana de que es ahora o nunca, de que está a punto de su revolución, de que está a punto de la toma del poder.
Yo cumplo con mi deber de prenderle una alarma a la Colombia silenciosa, al gobierno, a los partidos, a los candidatos y a todo tipo de liderazgo:
—Petro no va a aceptar su derrota democrática y va a convocar a una revuelta insurreccional por parte de sus Primeras Líneas con todos sus combos y combas, disidencias y disidencios, economías ilegales e ilegalas, etcétera y etcétero.
Petro sabe que no tiene los votos para ganar pero considera, en su megalomanía, que sí tiene cómo desconocer su derrota y negociar su estrategia de poder a través de una insurrección en la calle y un gobierno que ha mostrado muchas debilidades en materia de seguridad y orden público.
Petro y sus aliados consideran que ya le midieron el aceite al gobierno de Duque durante los bloqueos del año pasado y que son capaces de una movilización aún más grande y hostil sobre la base de un supuesto fraude electoral.
Petro piensa que sobre una insurrección violenta y un gobierno asustado puede imponer la propuesta de una constituyente a la brava y un gobierno de transición, también a la brava, como fórmula de solución a la crisis política que él y su gente están conspirando.
Es más, ojo abierto porque es muy posible que no se esperen hasta la segunda vuelta para activar el plan y decidan intentar el factor sorpresa en la primera vuelta del 29 de mayo.
—Colombia, estamos advertidos.