“Uno sólo puede organizar unas elecciones cuando tiene la certeza total de que las va a ganar”. Ese fue uno de los axiomas que aplicó, al pie de la letra, Fidel Castro y que le permitió permanecer en el poder más de 30 años. Y, por supuesto, fue una de las principales enseñanzas que el dictador cubano le transmitió a sus discípulos Hugo Chávez, Nicolás Maduro y Daniel Ortega, entre otros.
La receta que estos clones de Fidel han implementado para salir victoriosos de cuanta elección convoquen es clara: adueñarse del poder electoral, de la Justicia, del Legislativo y hostigar implacablemente a los opositores, encarcelándolos, desprestigiándolos, invisibilizándolos y, si es necesario, eliminándolos.
Qué candidez la del gobierno de Joe Biden creer que Nicolás Maduro va a permitir en su país unas elecciones libres. No lo puede hacer por la sencilla razón de que si comete ese error, lo barren. Y sobre todo si su contrincante es una persona del carisma y del prestigio de Corina Machado.
No se necesitaba ser pitoniso para vislumbrar que Maduro se iba a pasar por la faja los acuerdos suscritos con la oposición. El objetivo primordial de esos acuerdos era lograr la liberación de Alex Saab, quien sí conoce los secretos de los delitos cometidos por el presidente venezolano. Maduro no podía permitir que una persona con esa información estuviera en manos de la justicia estadounidense y por eso se puso la piel de cordero para que Biden lo entregara.
El Gobierno Biden se equivoca de cabo a rabo al creer que el fantasma de las sanciones económicas intimida al sátrapa venezolano. Él ya sabe vivir con esas sanciones. Y además las amenazas del ‘imperio yanqui’ son la mejor bandera política que puede esgrimir.
Pueden tenerlo por seguro: Maduro no la va a permitir presentarse a los comicios presidenciales a la única persona que cuenta con el respaldo unánime de los opositores venezolanos. Una victoria de Corina sería arrolladora y por ello imposible de torcer. Con otro candidato opositor, Maduro de seguro pierde, pero con un margen que le permita manipular los resultados.
El sucesor de Chávez está aplicando la doctrina fidelista a rajatabla: solo convocará a elecciones si está seguro de que las va a ganar o de que el resultado le permita voltearlas sin que se note mucho.
Ese es problema de los venezolanos, me dirán los lectores. Pues no tanto. Porque resulta que Gustavo Petro también es discípulo de Fidel. Y por lo tanto la democracia solo le sirve en la medida que lo ayude a legitimar sus actuaciones.
Entre chiste y chanza, Petro ya ha dejado entrever que va a interferir todo lo que lo dejen en los comicios del 2026
Entre chiste y chanza, Petro ya ha dejado entrever que va a interferir todo lo que lo dejen en los comicios del 2026. Un día, manifestó que no va a permitir que la “ultraderecha” se imponga en esas elecciones y más recientemente afirmó que “la derecha tiembla cuando le pronuncian la palabra reelección”.
El sueño de Petro es implementar en Colombia el modelo venezolano. Lo que implica, por supuesto, eternizarse en el poder. Si puede, él mismo y sino a través de un tercero. No sé cómo, con un Congreso adverso va a lograr revivir la reelección presidencial. Pero, a no dudarlo, lo va a intentar. Petro también va procurar controlar la Justicia y al Legislativo. Y la Fiscalía, la Procuraduría y necesariamente la Registraduría.
Por fortuna, nuestro presidente padece de un caso grave de incontinencia verbal y ya se le ha salido cuál es su visión del Estado. Como cuando le dijo al fiscal que cómo él era el Jefe de Estado, Barbosa era su subalterno. A eso quiere llegar Gustavo Petro: a que todos los funcionarios del Estado sean sus subalternos. A lo Maduro.
A Petro le choca profundamente que la Fiscalía investigue a su hijo, que la Procuraduría sancione al Canciller y que la Corte Suprema no elija a la carrera a la Fiscal que a él le gusta. Para él, esos organismos son unas ruedas sueltas que hay que alinear con su proyecto político. Entre otras cosas, que mal precedente está sentando el presidente al burlar la suspensión que el Ministerio Público le impuso a Álvaro Leyva. El primero que debe dar ejemplo de acatamiento a la ley es el Primer Mandatario. Si él no la acata, ¿por qué lo van a hacer sus gobernados?
En otro aspecto en el que Petro se asemeja a Maduro en su animadversión a la iniciativa privada. Para él los empresarios son unas hienas que quieren enriquecerse a como dé lugar. Las reformas a la salud y a las pensiones, que buscan borrar la presencia del sector privado de esos sectores, son clara muestra de lo que piensa el presidente colombiano del sector empresarial. Por muchas fotos que se tome con los ‘cacaos’.
Cuál es el modelo que Petro quiere implantar en Colombia está muy claro. Lo que está por verse es si nuestra institucionalidad es capaz de resistir ese embate y si los colombianos estamos dispuestos a tolerar que nuestro país se venezolanice.
De lo que no hay duda es de que Petro es cada vez más Maduro.