La invitación del presidente Biden a reunirse con él es de las invitaciones que, como las de Don Corleone, no se pueden rechazar. Al fin y al cabo, él sigue teniendo la sartén por el mango, por mucho que el Consenso de Washington se esté desmoronando y ya sea inevitable la llegada de un mundo multipolar. Petro lo sabía, aceptó de inmediato e hizo todo lo posible por mantener en alto la bandera nacional y su propio perfil político en la maratón de encuentros de alto nivel que precedieron su visita al emperador de Occidente.
Encuentros que, con independencia de sus objetivos específicos, tuvieron en últimas la finalidad de mostrarle cuan imponente y complejo es el Estado norteamericano y cuan arriesgado es enfrentarse a él, sobre todo si eres de un país como Colombia, estigmatizado urbi et orbi y encima con siete bases militares norteamericanas ubicadas en su territorio. Eso para no hablar del alineamiento sin fisuras con Washington de la prensa y los medios hegemónicos colombianos y de la abrumadora mayoría de nuestra clase política. De allí que se comprenda que Petro se cuidara mucho de desairar a su todopoderoso anfitrión y de recibir a cambio las promesas de revisar la fatídica “guerra contra el narcotráfico” y de financiar nuestra muy modesta reforma agraria y aportar además 500 millones de dólares para un fondo destinado a proteger la Amazonia. Poca cosa, a mi juicio, y desde luego incapaz de justificar que, en un arrebato de entusiasmo, nuestro presidente haya hablado de una nueva “Alianza para el progreso” y atribuido a Biden el liderazgo mundial en la lucha contra el cambio climático.
El momento estelar del viaje fue sin duda la conferencia que Petro ofreció en la Universidad de Stanford en la que redobló su apuesta por convertirse en el más reconocido activista político de la lucha contra el cambio climático. En esa ocasión expuso una vez más y con brillantez y suficiencia su crítica del capitalismo, en cuanto la más cabal y potente portador del modelo de desarrollo económico ilimitado y por lo tanto como el principal responsable del calentamiento global y de la devastación ecológica que nos tiene al borde de la sexta extinción de la vida sobre el planeta.
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“Cero emisiones de carbono”, un logro que a muchos científicos y especialistas les resulta una meta imposible de lograr, por lo menos en el futuro que podemos ahora prever
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Remató su conferencia con su habitual llamado a descarbonizar la economía y a alcanzar lo más pronto posible un estado de “cero emisiones de carbono”. Un logro que a muchos científicos y especialistas les resulta una meta imposible de lograr, por lo menos en el futuro que podemos ahora prever. Las razones no les faltan. Y no me refiero solo a las razones directa e inmediatamente políticas: las guerras - esos formidables agentes contaminadores - en vez de disminuir aumentan e incluso una, la de Ucrania, incluye el riesgo cierto de transformarse en la guerra nuclear que anticipe por otros medios la temida sexta extinción de la vida en el planeta. También cuentan a favor del escepticismo con respecto al cero emisiones de carbono otros dos argumentos. El primero, que la fabricación de los insumos necesarios para la puesta en marcha y el funcionamiento de las fuentes de energía eólica, hidráulica y solar va a demandar por mucho tiempo el uso de energías de origen fósil. El segundo, menos sólido en principio, afirma que las energías alternativas, aún en el momento en el que alcancen su máxima extensión y eficacia, resultan insuficientes para satisfacer por completo las demandas energéticas de la humanidad.
Las estrategias adoptadas por Biden para responder al desafío del cambio climático toman muy en cuenta las objeciones de los escépticos, porque no apuntan al “cero emisiones de carbono”, sino a la sustitución del monopolio del carbón y el petróleo en la generación de energía por una canasta de fuentes de energía, que incluya las eólicas, las hidráulicas y las solares, las de origen fósil y las nucleares. Para Estados Unidos se trataría entonces, no de lograr el utópico “cero emisiones”, sino una reducción muy importante de dichas emisiones, capaz de conjurar el calentamiento global. No olvidemos tampoco que dichas estrategias incluyen como uno de sus objetivos el reemplazo de los automóviles, los buses y los camiones movidos por motores de combustión interna por otros con motores eléctricos alimentados por baterías. Un cambio que reducirá grandemente las emisiones de CO2, pero a cambio generará masivamente unos residuos altamente contaminantes: las propias baterías.
Espero que estos argumentos y estos hechos muevan al presidente Petro a abandonar la consigna del cero emisiones y plantearse seriamente la elaboración de una razonable estrategia de transición energética que tenga como horizonte una canasta de fuentes de energía. Para eso si qué habrá servido su cita con Biden.