El presidente de Colombia, Gustavo Petro, visitó la Universidad de Stanford el martes de la semana pasada. La iniciativa de invitarlo provino de un grupo de estudiantes y fue oficializada por varios institutos de la Universidad. Muchas personas me han preguntado por mi opinión acerca de esa visita y por eso quiero resumirla aquí.
Para empezar, yo solo asistí a dos de los eventos en la agenda del presidente: uno abierto al público en un gran auditorio, y una reunión a puerta cerrada con algo más de una decena de estudiantes y profesores en una pequeña sala en el mismo edificio donde tengo mi oficina. Aunque no estuve involucrado en la organización de ninguno de estos eventos, me agradó que el presidente sacara tiempo en su apretada agenda para visitarnos y compartir con nosotros. Fue muy gentil y generoso.
El evento abierto al público generó bastante interés. Durante los días previos, varios colegas y estudiantes me contaron que asistirían. El presidente se presentó muy puntualmente frente a lo que fue, entonces, un auditorio lleno y muy atento. El evento estaba titulado A Conversation with Colombian President Gustavo Petro. Fue planeado para ser, como su título lo indicaba, una conversación. El director del Centro de Estudios Latinoamericanos y gran experto en la historia y política de la región, Alberto Díaz-Cayeros, sería su interlocutor.
Lastimosamente, el presidente decidió no hacer parte de ninguna conversación. En vez de sentarse a hablar con Alberto en la mitad del escenario, se paró en el podio y dio un grandilocuente discurso teórico en el que describía las causas sociales y económicas del cambio climático. Y aunque este es un tema de la mayor importancia e interés en esta universidad, el contenido del discurso del presidente ofreció muy poco valor. Uno de mis estudiantes lo resumió elocuentemente en nuestra última clase: “Todo fue muy confuso. Solo sé que no oí nada cierto que no fuera obvio.”
Fue un discurso tremendamente básico en el que, de forma no muy coherente, el presidente mezcló infinidad de conceptos teóricos y referencias históricas que no parecía dominar muy bien para llegar a los argumentos más superficiales de la crítica tradicional que describe al capitalismo como el potencial destructor de la humanidad a través de su contribución al cambio climático. Cientos de argumentos más rigurosos de la misma crítica se han esbozado por décadas en la opinión pública, y la frontera del conocimiento, tanto en las ciencias ambientales como en las sociales, los ha absorbido hace mucho tiempo.
A pesar de lo sencillo que era el mensaje que quería transmitir, la hora y media que debía durar el evento no bastó para que el presidente terminara su discurso. Para ese momento, la mitad del auditorio ya se había retirado y la otra mitad estaba clavada en sus teléfonos y computadores. Sin embargo, en ningún momento el presidente pareció dudar de lo novedoso y riguroso de su discurso.
Yo encontré esto tremendamente lastimoso, porque el presidente Petro sí tenía muchas cosas interesantes e importantes que contarle a esta audiencia. Pocas personas en el mundo conocen tan bien los detalles prácticos de la política latinoamericana como él. Además, tiene décadas de experiencia en todos los frentes del quehacer político en la región y sus conexiones con movimientos políticos allí son incomparables. Esto seguramente ha venido con infinidad de lecciones de mucho valor para quienes fuimos a verlo el martes. Incomprensiblemente, en su hora y media de discurso el presidente no mencionó a Colombia una sola vez y a Latinoamérica solo un par de veces y de forma tangencial.
¿Pero por qué fue tan poco asertivo planeando su participación en el evento? ¿Qué le hizo pensar que con lo que parece ser un conocimiento no muy profundo de la investigación en economía y ciencias ambientales, podía proponer una reflexión teórica sobre cambio climático a una comunidad bien educada en el tema? ¿Por qué pensó que su conocimiento teórico era más útil que su conocimiento práctico? ¿Por qué no priorizó hablar de Colombia, considerando que fue invitado como presidente de ese país?
Presumo que existen muchos elementos que responden estas preguntas. Quisiera, sin embargo, hablarles del que despertó mi curiosidad luego de asistir a la reunión cerrada con el presidente. Él parece tener pocas oportunidades para interactuar de forma cercana con personas que disientan con él. Los filtros de seguridad y protocolo hacen bastante difícil llegar a la misma habitación donde está. Ya allí, él se encuentra rodeado por una comitiva que luce, como uno esperaría, absolutamente complaciente hacia él. Y aquellos ajenos al círculo del presidente están estructurados en un ambiente donde la prioridad es que ellos escuchen las opiniones de él, más que cuestionen o retroalimenten su visión. Esto, seguramente, se ha traducido en pocas oportunidades para que personas cercanas le hagan saber que sus visiones teóricas sobre el cambio climático son quizá menos novedosas y rigurosas de lo que él piensa.
Y el problema con esto no es que pueda volver a decepcionar a una audiencia de una universidad extranjera. Lo del martes pasado no será más que una anécdota irrelevante para todos los involucrados. No obstante, el aislamiento del presidente sí puede tener repercusiones serias en la política del país. La historia de la humanidad está llena de episodios catastróficos producto de líderes que, rodeados de aduladores, no fueron conscientes de lo perjudiciales que sus decisiones eran.
El presidente parece ser una persona bien intencionada que quiere mejorar la vida de la gente. Pocas cosas podrán ser más útiles para que logre ese objetivo que rodearse de personas que alimenten críticamente su visión del mundo y que recanalicen su atención a los problemas y retos que enfrenta Colombia.
*Esta columna fue publicada originalmente en El Colombiano, quienes autorizaron su reproducción.