Nadie ha terminado de traducir la inesperada defensa que a última hora hizo el expresidente y senador Álvaro Uribe Vélez de la futura candidatura presidencial de Germán Vargas Lleras. Una muy buena fuente me contó una historia que, a la luz de lo que está pasando en Colombia y lo que hacen sus dirigentes, no suena descabellada.
Según el relato, la relación política entre el presidente Juan Manuel Santos y el alcalde mayor de Bogotá Gustavo Petro no es nueva, ni comenzó con el apoyo de Santos a Petro a cambio de los votos para la reelección, cuando el procurador Ordoñez quiso destituir al burgomaestre capitalino. No señores. Viene desde la candidatura de Petro a la Alcaldía.
Como sabemos, el proceso de paz que hoy vivimos se viene gestando desde mucho antes de que nuestro presidente lo anunciara. En ese momento, Petro era un reputado y reconocido contradictor del oficialismo. Llegaron entonces las elecciones a la Alcaldía de Bogotá, y qué mejor personaje que Petro para llegar al segundo cargo más importante del país, hacer sus pinitos, coger experiencia en administración pública, ganar popularidad y luego proyectarlo como el presidente del posconflicto.
¿Qué suena loco? Pues claro, pero miren. Si recuerdan, en las pasadas elecciones para alcaldías y gobernaciones, era Enrique Peñalosa quien repuntaba y era el enemigo a vencer. Cuentan que la jugada estratégica del presidente Santos para alistar al futuro presidente del posconflicto fue atomizar los partidos tradicionales y darle mayores posibilidades a Petro. Apoyó a Gina Parody, a David Luna y a Carlos Fernando Galán, a quienes terminó premiando con cargos públicos y apoyo político… ¡Y ganó nuestro nada memorable y actual alcalde! Toda una agenda de largo plazo.
La gobernabilidad se da sobre la base de “tú me apoyas y yo te doy”. Salta al escenario ahora el senador Armando Benedetti, quien no pondría en riesgo su recompensa política y, como todos comentan, le hace el favor a la Casa de Nariño de dispararle una bala de traición al corazón de quien supuestamente apoya para las próximas elecciones, Germán Vargas Lleras. Esa vuelta no se hace sin la aquiescencia del presidente quien, dicen, encuentra la oportunidad para no traicionar de frente a su vicepresidente y lo pone a él —a Benedetti— como perro de caza a que haga la tarea sucia, para abrirle paso al futuro presidente del posconflicto.
La semana pasada, cuando el expresidente y senador Álvaro Uribe se da cuenta de la jugada, comienza a llamar insistentemente a su bancada que votaba contra Vargas Lleras en ese momento, para alertarlos de lo que se veía venir, pero ninguno le contestaba. Corrió entonces como adolescente, atravesó el Congreso, llegó jadeando a la Comisión Primera del Senado, desautorizó a los suyos y en un segundo volteó el resultado y, dicen los analistas, le evitó al país la implementación del modelo bolivariano de gobierno que se instalaría por los próximos cincuenta años.
Cierto o no, de todas maneras el senador Armando Benedetti quedó —en los términos de mi fuente— “como una basura tirada en un muladar” y nadie lo recogió, ni el solicitante del favor. El país mismo no había entendido el propósito final de la estrategia. Vio una simple jugada sucia.
Cierto o no, por ahora no tendremos a un adefesio similar a Maduro al volante de nuestro país en el bus de Gustavo Petro, ni a mamarrachos oscuros como Maradona que son fiel reflejo de quienes lo promueven.
¿Para usted qué es mejor?
¡Hasta el próximo miércoles!
