Gustavo Petro se está convirtiendo en el fenómeno político del momento. Era evidente que quien actuara como una especie de “outsider” (venido de afuera) se podría convertir en el candidato “antipolítico”. Es el ideal que canaliza el sentimiento de la gente que apoya a quien represente el “antisistema”; no en el sentido anticapitalista sino en el terreno de la anti-política.
Se pensaba que el imbatible en ese terreno iba a ser Fajardo porque representaba la moderación frente a la crispación que provocaba la falsa polarización entre un Uribe opuesto a la supuesta entrega del país a las Farc y un Santos que lo había traicionado para volverse “castro-chavista”.
Pero como si fuera un milagro, esa falsa polarización desapareció del escenario político nacional. Los errores cometidos por la dirigencia de esa organización insurgente los llevó a que hoy no sean ni el fantasma con el que el ex-presidente asustaba a creyentes y no creyentes.
Fue resultado del triunfalismo de los dirigentes farianos. Pensaron que los iban a recibir como salvadores supremos y, en vez de ponerse a organizar a su gente con la que sufrieron por décadas de guerra, creyeron que podrían dedicarse a “hacer política” lejos de los problemas de la reincorporación. Y en medio de los incumplimientos del gobierno esa actitud fue interpretada como un desplante y hasta como deslealtad. No hay duda que vivían fuera de la realidad.
Paralelamente Uribe intentó convertir a Petro en el reemplazo de las Farc pero no lo logró. Ya el exalcalde y candidato de la Colombia Humana había posicionado el cambio climático y la defensa de la naturaleza como su tema bandera y, además, el tema de la paz pasó a segundo plano. Pero igual, Petro hábilmente se deslindó de Maduro sin renegar de Chávez.
Si hubiera negado a Chávez habría dejado en el ambiente una idea equivocada que podía ser interpretada como oportunismo y acomodamiento. Es más, Petro ha consolidado un programa donde reivindica la vida y la justicia social sin asemejarse al modelo venezolano. Al contrario, quienes defienden la minería y el petróleo empiezan a ser identificados con el “madurismo”.
Por otro lado, el hecho de que Petro no tenga mayor poder parlamentario, que quiere ser presentado y utilizado por sus contradictores como una gran debilidad, para el común de la gente es algo positivo. A pesar que mucha gente votó por esos parlamentarios para asegurar o cumplir compromisos locales o regionales, a la vez, como para emparejar, quieren elegir a alguien que los controle desde la presidencia. Unas de cal y otras de arena.
Todo indica que una buena parte del pueblo colombiano por fin empieza a identificarse con alguien como él: “mestizo, bajito y feito, pero sagaz, fiero e inteligente”. Por primera vez desde la época de Gaitán alguien de los suyos, “venido de abajo”, se posiciona como un líder capaz de derrotar a la casta dominante tradicional. Y el miedo se transforma en esperanza.
Frente a la astucia y viveza de Uribe (muy colombiana pero “paisa”) apareció la sagacidad y fiereza (también muy colombiana pero “andino-costeña”) de Petro. En medio están un Duque y un Fajardo (ambos paisas) que compiten por parecerse a un café “descafeinado”, un Vargas (rolo) que quiere convertir sus coscorrones en regalitos de navidad y un De la Calle (manizalita) al que la “paloma” de la paz se la están extraditando. Y un Santos que ya nadie alumbra.
Todo apunta a que un gallito fino proveniente de sencillos corrales ha llegado para imponerse sobre el “pollo” adiestrado de afán, el gallo fanfarrón y jactancioso de origen aristócrata y las demás gallinas acostumbradas a las buenas maneras. Un “gallito de Ciénaga de Oro” canta de plaza en plaza.