A juzgar por lo que dicen los medios de comunicación y las élites dominantes, Petro es el peor Alcalde que ha tenido Bogotá. Ni Andrés Pastrana, ni Jaime Castro, ni Lucho Garzón, ni mucho menos Samuel Moreno lograron en sus respectivos gobiernos el descrédito que ha logrado Petro. Sólo bastó que Petro se posesionara para que empezara una andanada de críticas y censuras a su labor por parte de periodistas y comentaristas hasta llegar a la destitución y muerte política decretada por el Procurador.
Pero es posible que Petro no sea tan mal Alcalde como sus predecesores sino que, talvez, representa la mayor amenaza al “establecimiento”. Nunca antes la oligarquía bogotana había sentido tan cerca la amenaza de quedarse por fuera del poder político y de los grandes negocios que se mueven alrededor de la Alcaldía. El contrato de prestación de servicio de aseo fue la copa que rebosó la ira santa de los beneficiarios de la corrupción que produjo la destitución y muerte política, con lo cual quieren asegurar a Petro por la vía rápida. Para ello cuentan con todos los medios de comunicación alineados, excepto Canal Capital, y un establecimiento mudo: se quedaron todos callados.
La repulsión que produce Petro en las clases dominantes es porque en sus actuaciones ha demostrado valores que son muy difíciles de aceptar por ellos: uno, la independencia: Petro es soberano, autónomo e independiente, condiciones que no le sirven al establecimiento. Dos: honestidad, que no permite ni transige con la corrupción, que es, justamente, la razón de ser de el establecimiento. Y tres: piensa y actúa para las mayorías y no para las minorías, que son, exactamente, las que defiende la derecha.
Son muchas las equivocaciones que ha cometido Petro en su breve mandato, pero han sido peores los Alcaldes que lo han precedido y a ninguno de ellos le tocó una pruebe tan dura y exigente como a Petro. Aquellos no tocaron los intereses de las élites y por eso pasaron sus mandatos tranquilos. En cambio Petro es el cambio. Petro es el hombre. Petro es el hombre que ha llegado al poder con la mayor esperanza popular y ciudadana en Colombia. Es el único, hasta ahora, que ha demostrado coherencia ideológica, férrea decisión contra las mafias políticas incrustadas en la administración pública, lucha irreductible contra la corrupción y lealtad inquebrantable por reivindicar las causas populares por encima de los mezquinos intereses de las élites dominantes.
Por eso el respaldo y la solidaridad popular y ciudadana que ha recibido. Porque ha sido víctima de una forma de violencia constitucional jamás vista en nuestra historia republicana. Decretar la muerte política a un exguerrilero, amnistiado, elegido en democracia, como sanción porque “dejó” tres días sin recoger alguna basura, es una vergüenza jurídica histórica y mundial, violando los más elementales principios de dolo, proporcionalidad de la pena, la tipicidad de la conducta y la competencia constitucional, consagrados en la Constitución como garantes en una democracia. “Hay que defender la legalidad y las instituciones”, pregonan los corifeos. ¿Cómo así que un asunto tan elemental de justicia tiene que remitirse a instancias internacionales? Aquí no hay justicia cuando a un Alcalde en ejercicio se le sanciona con la pérdida de la ciudadanía sin existir delito penal: toca ir a la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Viva Colombia!.
“Petro se queda” es la consigna. Y es posible que así sea. En cuestión de días intervendrá la CIDH con medida cautelar a favor de Petro, de eso no hay duda. Colombia recibirá otro llamado de atención en la defensa de los derechos humanos, esos mismos que en resolución inquisitoria le violó el procurador Ordóñez, cuya gestión queda a partir de ese momento en entredicho. Le tocará renunciar a Ordóñez, de inmediato y en consecuencia. No tiene otro camino. O corre el riesgo de que la misma multitud que hoy aclama a Petro se movilice alrededor de su despacho con la consigna “Ordóñez se va”.