No me gusta estar en desacuerdo con los planteamientos del presidente de la República. No soy un opositor de oficio y tampoco puedo escribir nada que no corresponda a una verdad. Pero es necesario admitir que el señor Petro piensa no en que ganó unas elecciones, sino en que triunfó su revolución de golpes certeros contra el esfuerzo privado y la iniciativa económica individual.
Así que pensar, como se ha demostrado, que puede incrementar la deuda exterior y por supuesto aumentar los índices inflacionarios en orden a darle una fisonomía populista a su gobierno es, por supuesto, un juego de pelota como el de los mayas, que sirve para todo, menos para el engrandecimiento de la historia.
Ah, cómo da de tristeza advertir que una reforma tributaria inicial en orden a obtener recursos que a la postre solo han servido para las movilizaciones en favor del “caudillo”, y que además está clamando por una nueva que abra más la brecha de dineros que usa en acciones populistas similares a la marcha sobre Roma de Mussolini.
No, no es que Petro piense que va a enriquecer la economía dando lugar a un desarrollo agrícola, sino que todo el conjunto de vanidades de que hablara el Eclesiastés llegan con ahínco a su personalidad y abroquelan su ego traducido a la sedicente gran importancia de líder mundial.
En realidad nada importan para esa egolatría los fracasos logrados hasta ahora. Y los grandes latrocinios de la UNGR, o los golpes a la economía y las necesidades vitales de la Guajira, así como los contratos de riqueza perdida y la compra de votos del Congreso; todo el conjunto de manejo abusivo y criminal de los dineros públicos, plenamente establecidos por confesiones directas, aunque detenidas en el tiempo. ¡Qué carajo, todo vale!
Que Benedetti haya mentido cuando lo señala -a Petro- como vicioso igual que él, podría pensarse que era fruto del resentimiento de aquel. Pero que luego lo haya designado con rango de embajador para gozar de Roma a su antojo y en medio de la resequedad de títulos nobiliarios de la antigua aristocracia romana -como se vio hace días- es una señal de aceptación inescrupulosa del chantaje, para impedir mayores revelaciones del sujeto.
Es, ciertamente, la victoria clara del crimen y la rapiña, no obstante que la justicia no se mueva sino contra Uribe.
Que el hijo Nicolás no vaya a la cárcel y no se mueva su proceso, igual que el del presidente de la Comisión de Acusaciones y de la Cámara y el Senado, bajo la lentitud de la tortuga, son cosas que fastidian cuando se trata de nuestro propio país.
Y fastidia al máximo que la señora Alcocer se pavonee con ropas elegantes por Europa y gaste a bolsillo roto, aunque no deja de recordar al poeta Alberto Ángel Montoya cuando escribió: “No me la mostréis vestida, que yo la miré desnuda...“, como acontece en el obligado recuerdo del conocido masaje aquel de Nerhú -con sueldo oficial- y la marihuanita.
No, no hay fruta buena en este gobierno. Todo se pudre y tiene mal sabor. Desvaría el hombre que gobierna entre los fuegos para él amigos de Hamas y Putin; pero guarda silencio cuando hay que ocultar el inicio del golpe aciago de los musulmanes de Alá el Magnífico y los rusos oprimiendo a Ucrania. Y rompe relaciones y mercado con Israel, sin importarle una higa la economía en declive que nos ha impuesto.
Nunca hubo un gobierno más contradictorio y pagado de sí mismo que ahora, cuando la economía sucumbe y la paz se rompe con la violencia más inusitada de cincuenta años atrás. ¡Qué mala suerte!, aunque la suerte en realidad no existe sino el esfuerzo concienzudo y patriótico por conquistar la paz, que en este caso huye como antílopes salvajes por la pradera.