Hace 52 años y dos meses unos muchachos vieron con indignación como la oligarquía liberal y conservadora expoliaba el triunfo a el general Rojas Pinilla.
Aquellos muchachos pertenecientes a clases medias y medias altas urbanas, todos universitarios, siguiendo los aires románticos de las revoluciones de los 60, en 1974 crearon el Movimiento 19 de abril M-19.
Empezaron con acciones tipo "Robin Hood" con los que se granjearon el aprecio de las masas; hicieron, también, acciones audaces, impactantes, robaron el armero principal del ejército en el cartón norte, se tomaron la embajada de República Dominicana, estando en ella todo el cuerpo diplomático presente en ese momento en el país.
En 1985, tras un fallido proceso de paz con el gobierno de Belisario Betancourt, quisieron hacerle un juicio político y se tomaron el palacio de justicia, nunca pensaron el error que sería, ni mucho menos la desproporcionada reacción del ejército. Como resultado, murieron magistrados, trabajadores, gente del común y todo el comando guerrillero. Además, las fuerzas del Estado desaparecieron a decenas de sobrevivientes y torturaron a otros.
Esa acción debilitó ese amor popular que los muchachos habían logrado. Eso, más los vientos de la historia que indicaban la caída de la URSS, los impelió a reiniciar un proceso de paz con el gobierno de Virgilio Barco, que terminaría con éxito en 1990.
Unos cuantos días después de la incorporación de los muchachos, el comandante firmante del acuerdo de paz, Carlos Pizarro León Gómez, caía asesinado en un avión a manos de las fuerzas oscuras del Estado.
Ante este magnicidio, los muchachos decidieron no claudicar en la búsqueda de la paz. Por el contrario, impulsaron la construcción de el mejor texto legal que se ha hecho en Colombia: la Constitución de 1991.
Aquellos jóvenes se incorporaron, plenamente a la vida pública, ocuparon curules en el parlamento, en asambleas, en consejos; y unas décadas después uno de los cuadros jóvenes de aquellos muchachos, lograría ser alcalde de Bogotá.
Gobernó enfrentando el odio del establecimiento, con intemperante carácter. Lo tildaron de mal alcalde los medios de comunicación y las clases acomodadas de la ciudad. Pero, él estaba dando bienestar y reconocimiento a los más humildes, a los que nadie escucha en la ciudad y ellos, en respuesta, lo amaron y protegieron, en especial, después de que fuera injustamente destituido por un procurador que ejercía más con la biblia que con la Constitución.
Ese muchacho, ahora, soñaba con ser presidente, no era una apuesta fácil. Los tiempos y sus enemigos políticos habían equiparado en el imaginario social las luchas románticas de las guerrillas de los 70 con la degradada guerra dada por las FARC y el ELN, en los 90 y primera década de los 2000. Y así, lograron consolidar un odio enconado hacia él.
Pero no desfalleció, perdió un par de veces, hasta que, después de uno de los más nefandos gobiernos de la historia de Colombia, nuevamente lo intento, enfrentó un largo y tenso camino de elecciones, marcado por la persecución de los medios de comunicación, aupados por sus dueños los grandes poderes económicos.
Y llegó el 19 de junio, las dudas en el aire, ¿los sueños nuevamente serían aplazados? ¿El pueblo oiría los mensajes de odio o los de esperanza que él daba? Tenso día, hasta que a las 4 p.m. inicio el conteo, los primeros tres boletines lo daban perdedor, pero, a partir del cuarto, el sueño empezó a ser realidad.
A las 6 de la tarde, el sueño de aquellos nefelibatas muchachos, de llegar a ser gobierno para construir justicia social se había vuelto realidad, gracias a la testarudez de aquel muchacho llamado Gustavo Petro.
Ahora, 52 años y dos meses después, están los muchachos ante el inmenso reto de convertir a Colombia en un país distinto, en paz, armonía y justicia social.