«Gustavo» Petro no me «gustaba» al principio, y tampoco fue un "«gust**o» adquirido”. Pensando en cambiar de página, según la numerología, la próxima elección para congreso y presidencia será en año 1, atribuido al pionero y la independencia.
Nuestro bicentenario país nunca tuvo eso; y esta premonición no es alentadora, pues la última posesión en año 1 había sido la de Gaviria, quien mantiene secuestrado al partido liberal. Uso “minúsculas” porque su ideología no ha sido “sustantiva”; además, su publicidad fue engañosa, “puesto” que se empeñó en organizar la “bienvenida al futuro” neoliberal.
Tres décadas después, la Constitución de 1991 se ha incumplido y parece anacrónica. Además, las elecciones no han servido para administrar consecuencias, pues los ganadores continúan defraudando en el ejecutivo y legislativo, en tanto que las designaciones en las cortes y los órganos de control también permanecen mancilladas.
Corrompidas, las decisiones emitidas por los altos cargos del estado tienden a esclavizar a las mayorías. El Banco de la República se limita a ajustar las tasas de interés, como si fueran mecanismo de tortura social; la incompetencia representa a la DIAN, y el DANE sigue confundiendo al rebusque con el empleo, o esparciendo la pobreza entre categorías que la difuminan.
Duque fue el último eslabón de una desastrosa historia de presidencias consecutivas, mediante las cuales dominó el mismo “establecimiento” que fue eliminado, de manera inédita, en la primera vuelta de 2022. El estallido social y la pandemia trastornaron aquellos comicios, y, en este polarizado país, un episodio bipolar otorgó la victoria a la izquierda.
Denotando un tratamiento injusto, al exguerrillero le siguen cobrando lo que hizo en el pasado; esa interpretación de la duración de la “pena”, a perpetuidad, contrasta con la vergüenza que no demuestran los políticos tradicionales, que cada cuatrienio siguen amarrándose a los cargos públicos, gracias a la mermelada, el cruce de cuentas entre ramas del poder o la transferencia (en cuerpo ajeno).
Hay congresistas que deberían estar jubilados, y a ninguno se le debería permitir la reelección ni la “coincidencia” de ocupar cargos públicos con personas vinculadas hasta cuarto grado de consanguinidad. Esa práctica sanguinaria, que atenta contra la democracia, la aprovecharon Sanguino y la beligerante Claudia López, cuyo movimiento político también traicionó las promesa de hacer algo diferente.
Más de lo mismo, el gobierno del cambio fue otra farsa, y también se dedicó a gestionar sus propios “desastres”; uso el pasado, pues el presidente ni siquiera parece estar “presente” en el cargo, y dejó a la izquierda sin futuro. Su reforma tributaria tuvo nada de progresista, y ahogó a las micro y pequeñas empresas; Bancoldex no se instaló en el primer piso, especializándose en emprendimiento y mipymes, y la Superintendencia Financiera no desmontó el techo de la usura, para salvar a los ciudadanos del común, aterrizándola bajo la elevada tasa del Banco de la República.
El Fondo Nacional del Ahorro es tacaño, y seguimos siendo país de arrendatarios, arrejuntados o arrimados. Finalmente, el Banco Agrario no ofrece las mejores tasas del mercado; el campo continúa abandonado, y en la selva de concreto cada vez parece más prohibitivo el consumo de alimentos orgánicos, frescos y locales, para garantizar la soberanía alimentaria y democratizar la nutrición.
Sus reformas fracasaron, porque no fueron concebidas para resolver los problemas estructurales, y tampoco las tenía listas el 7 de agosto de 2022. Petro recibió de Duque la banda que lo distingue como el “peor presidente”, y el “Estado” colombiano continúa siendo fallido, porque se conjuga en pasado: no en presente progresivo, “estando” en los territorios.