De padre saxofonista y criado desde niño por su madre divorciada. Peter Navarro, 75 años, es economista nacido en Cambridge, Massachusetts, Estados Unidos. Se formó en Harvard y tal vez esté más interesado en los aranceles que el mismo Trump.
Empecinado en sus ideas que defiende con el mismo ardor con que un perro se aferra a su hueso. Actúa con igual ímpetu a los mosqueteros de D’Artagnan, como si se jugara la vida en cada acometida. Sus pares guardan distancia ante él, pero Peter sabe que está por encima de ellos, su posición es inexpugnable al tener sitio propio en la Casa Blanca. Cuando Trump imprime su jactanciosa y espesa firma en esa orden ejecutiva que impone aranceles, ahí, a su lado, de forma discreta, sin hacer aspavientos, está Navarro cuidando de que se actúe como él cree que es lo justo.
Asesora a Trump desde su primer mandato
Jared Kushner, yerno de Trump, leyó el libro que Navarro publicó en 2011 Muerte por China: Enfrentando al dragón-Un llamado global a la acción, escrito junto a Greg Autry, Jared habló del libro con su suegro, y este lo adoptó como un libro de cabecera.
El libro dio origen en 2012 a un documental homónimo, la idea central que atraviesa el film es: Ayuda a defender a Estados Unidos y a proteger a tu familia. No compres productos hechos en China. Menciona que la economía china crece como la espuma a costillas de la pérdida de empleos en el sector manufacturero de EE. UU.
¿Navarro se ha vuelto imprescindible para el presidente? ¿Trump sigue los consejos de Navarro o lo tiene a su lado porque piensa de un modo similar a él? ¿Es el ideólogo de los aranceles? Como se sabe, para Trump la palabra mágica es ARANCELES, con los cuales, dice él, intenta que MAGA vuelva a resplandecer.
No despertar al tigre
Ante los aranceles, los países tiemblan porque temen que sus economías se debiliten y lleven a numerosas bancarrotas. El 80% de las exportaciones mexicanas van hacia el país del Tío Sam. Italia exporta a EE. UU. productos por valor de 70.000 millones de euros al año. Han sido recibidos en la Sala Oval los primeros ministros de Japón e India, Shigeru Ishiba y Narendra Modi, respectivamente, dos hombres poderosos en el contexto político, líderes de economías sólidas, entre las mejores del mundo y, sin embargo, buscan una relación amistosa, beneficiosa para sus países, tratan de apaciguar y congraciarse con el monarca, para que el tigre dormido que hay en él no despierte y termine devorando a sus cachorros. Y, ¿por qué Claudia Sheinbaum Pardo, presidenta de México, no ha ido a visitar a su vecino que le tiene puesto el ariete a las puertas de su casa? Giorgia Meloni fue de las primeras en llegar. Realpolitik es eso.
El tigre dormido, que sabe lo que quiere, dice que ya aprendió la lección de su primer mandato, con olfato felino certero para rastrear el dólar, habló el 20 de enero, día de su investidura, en medio del frío que heló el río Potomac, en un discurso lleno de lugares comunes y la acostumbrada retórica del ganador, y proclamó que “la democracia se basa en el principio sagrado de que la voz del pueblo cuenta”, así lo expresó el vicepresidente de EE. UU., JD Vance, en la conferencia de seguridad de Múnich, el viernes 14 febrero. Vance se hacía eco del sentimiento íntimo de Donald Trump y que fue uno de los goznes del discurso de toma de posesión:
“Una por una, las fábricas han cerrado y abandonado nuestras costas sin considerar a los millones y millones de trabajadores estadounidenses que se quedaron atrás. La riqueza de nuestra clase media ha sido despojada de sus hogares y después redistribuida en todo el mundo. Pero ese es el pasado y ahora estamos viendo hacia el futuro”, dijo Trump tratando de justificar su segundo mandato, en un discurso con una letanía de promesas, qué se las llevará el viento a los montes Apalaches.
¿No habrá llegado a la Casa Blanca para defender al agricultor, al operario de fábrica, al electricista, sino más bien para beneficiar a las grandes empresas estadounidenses que han obtenido pingües beneficios aprovechando la globalización y rebajándoles los impuestos para incitarlos a que traigan sus capitales a EE. UU. que depositan en paraísos fiscales, como ya lo hizo en su primera presidencia?
Oro, oro, oro, oro
Peter Navarro se solaza aplaudiendo y jaleando a su jefe, como toca. Cada día se reafirma en sus creencias, que coinciden con la religión trumpista. Dice que los aranceles son claves en el papel de la seguridad global de EE. UU. En Bloomberg Televisión, el 6 febrero, dijo: “Muchos países dependen de nosotros para su protección en materia de defensa”. Habla de la sacrosanta y omnipotente industria militar. “No podemos hacerlo si no tenemos una base industrial de defensa y una base manufactureras sólidas”.
Trump le llama “Mi Peter”, por todas partes ve aranceles. Aunque hay una situación incómoda: una de las causas que más influyeron en el triunfo de Trump sobre Kamala Harris se basó en que el votante quería que bajaran los precios de los bienes de consumo. Los aranceles hacen lo contrario. Según el Instituto Peterson de Economía, la agresiva campaña arancelaria de Trump, obligará al consumidor estadounidense a pagar más por prácticamente todo, desde ropa y aparatos eléctricos hechos en el extranjero hasta los alimentos.
Trump está atrapado por sus propias palabras: “Comenzaré de inmediato la reforma de nuestro sistema comercial para proteger a los trabajadores y las familias estadounidenses”, dijo en su discurso bajo la Cúpula del Capitolio el lunes 20 de enero.
Esto ha puesto a todos los funcionarios de la administración a revolar en cuadro. Porque Trump con los aranceles solo ve dinero contante y sonante. “Serán cantidades masivas de dinero que fluirán a nuestro tesoro procedentes de fuentes extranjeras”, dijo en el famoso discurso.
¿Es una política ilegal?
Un economista de la talla de Paul Krugman analiza los aranceles sobre productos de Canadá y México y asegura que son como “arrojar arena a los engranajes del comercio y la fabricación internacional”. Luego se hace una pregunta pertinente para este momento de tensión comercial. ¿Por qué quiere Trump aranceles? Tal vez porque “Trump solo quiere aranceles —posiblemente porque le hacen sentir que está siendo duro— y se está inventando las razones” y añade Krugman “estas tarifas son ciertamente ilegales”, violarían los acuerdos comerciales con Canadá y México. China ya ha dicho que denunciará esas políticas comerciales ante la Organización Mundial del Comercio.
¿Quién tiene la razón?
Ante la urgencia de oro de su jefe, el equipo económico de Trump está dividido acerca de cómo implementar la política arancelaria. Unos piden una estrategia blanda, como Scott Bessent, secretario del Tesoro y Kevin Hassett que dirige el Consejo Económico Nacional. Peter Navarro, asesor comercial de la Casa Blanca, y Howard Lutnick, director del Departamento de Comercio, exigen que se aplique toda la fuerza para transmitir el mensaje que Trump quiere mostrar. Esa “fuerza” obraría entonces como un poder coercitivo que busca cambiar las prácticas existentes.
En esta directriz se nota la mano desenvuelta de Peter Navarro. Es duro como su mentor. Adverso a la teoría del libre comercio. Obcecado con que los productos estadounidenses se fabriquen casi en su totalidad en Estados Unidos. El viejo lema de Navarro es: Tenemos que volvernos autosuficientes para fabricar cosas. Dice que los déficits comerciales restan al PIB, y “eso es totalmente erróneo”, según Scott Lincicome, experto en comercio, citado por NOTUS. Pero Navarro, es aún más agresivo, propone retirarse de la Organización Mundial del Comercio, OMC, cosa que Trump está pensándoselo. Si lo hiciera sería un vuelco absoluto, atrás quedaría el GATT que funcionó durante 50 años; y la OMC que rige el comercio hace 30 años. ¿Cómo sería la nueva organización?
Peter en su visión económica es tan duro como Charles Bronson que era despiadado cuando estaba en posesión de su revolver Colt calibre 32. Es cabezota nato, prefirió ir a la cárcel por negarse a comparecer en el juicio por el golpe de Estado fallido del 6 de enero. Steve Bannon dice a Haley Byrd en NOTUS: “Peter es uno de los hombres más intensos que he conocido. Es muy agresivo y le cae mal a mucha gente. Simplemente lo hace. Pero esa es su mayor fortaleza. Su superpoder es su implacabilidad”.
La loi, c’est moi
Trump es el nuevo rey Luis XIV del siglo XXI. Aprendió de aquella Corte instalada en Versalles que debía aprender a servirse de los hombres para que estos no se sirvieran de él, según el cardenal Mazarino, que gravó esto en el alma del heredero. Esta es la cláusula fundamental del absolutismo: Hacer sentir al gobernante como el centro del universo. Luis XIV monopolizó todos los poderes del Estado. Esto originó e inspiró El Espíritu de las Leyes de Montesquieu.
Trump va más allá que Luis XIV, pues estamos en la era de la IA y Tik Tok: La ley, soy yo. Cambia nombres geográficos, su visión inmobiliaria está por encima de cualquier consideración moral, quiere regiones, tierras ricas en minerales, trastocar la mecánica federal, e ignorar a cuatro quintas partes del mundo geopolítico.
Él está en su mundo. Mientras jugaba golf en su resort de Florida, en el hoyo 17, dijo el sábado 15 febrero: Quien salva a su país no viola ninguna ley. Frase dicha por Napoleón, antes del desastre de Waterloo.
No sería extraño que una orden ejecutiva con su endiablada firma llena de estalagmitas que estremecen, suprimiera de un tajo la OMC. Peter Navarro saltaría loco de dicha.
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