En algunas comunidades en África los nativos dicen horrorizados: Ohh, Dios, por favor, que ahora no encuentren petróleo. Sabido es para ellas que la riqueza de la tierra trae avaricia, experiencia repetida tienen de que alguien se apoderará a la fuerza de esa fortuna y para eso nuevas esclavitudes se instalarán, porque lo que da la tierra “es más que suficiente para saciar el hambre de todos, pero es escaso para satisfacer la avaricia de unos pocos”.
Mirando hacia arriba, aunque los gobiernos pidan o exijan mantener la mirada gacha (que bueno recordar hoy Don´t look up, la película que se hace realidad segundo a segundo), puede verse que Starlink, el Internet de SpaceX, el Internet del poderoso y cada día más influyente Elon Musk con sus satélites espaciales gobernando en el planeta, está en el Amazonas; esto ocurre desde hace un par de años y con la promesa del conocimiento, el acceso a la información, a la educación y a la conectividad para el progreso humano en comunidades apartadas, viene mucho anzuelo envenenado, anzuelos con poder “algorítmicamente” más efectivos que las gripas, la deforestación o 500 años de historia de arrasamiento a culturas ancestrales que hasta ahora habían conseguido sobrevivir a todo.
Poco menos que tonto es situarse en la afirmación de que el Internet, la inteligencia artificial, las redes o la sobreinformación por sí mismos son perjudiciales, como los griegos persiguieron en su momento la escritura por considerarla un demonio empaquetado en libros que harían perder la memoria a la humanidad. Pero es innegable que el punto de las cosas, en particular de las cosas como estas, no está en el qué, sino en el cómo o el para qué.
Las barcas que parten con instrumentos de pesca en la proa y la antena Starlink en la popa; esa hipnosis de las redes y fake news, ese mundo de la inteligencia artificial creando artificios
Un documental que ya quisiéramos ver y que realizan actualmente Antonio von Hildebrand (Colombia) y Emiliano Mansilla (Argentina), está en ello. Así que desvela de qué modo la llegada de Starlink como promesa de acceso igualitario y democrático a Internet para estas comunidades, con su kit de antenas y servicio satelital a costo accesible, incluso gratis en algunos casos, ha traído consigo su parte de abismo, su propia forma de peste: la del olvido, la de jóvenes que abandonan la pesca o la caza o el estudio; malocas sembradas de antenas; la espalda a los ritos o a las costumbres de comunidad; pornografía a todo vapor, al punto de que ya no solo se consume sino se produce este tipo de contenido allí; las barcas que parten con instrumentos de pesca en la proa y la antena Starlink en la popa; esa hipnosis de las redes y fake news, ese mundo de la inteligencia artificial creando artificios.
Desde luego no es solo en el Amazonas o en las comunidades indígenas. Esto ocurre igual en el mundo, en Paris o en Bogotá, con la diferencia de que en comunidades atávicas el riesgo de daño cultural (es decir, una exposición riesgosa amparada en una ayuda o estímulo), es profundo.
Todo esto pone en punto de apreciación el universo de derechos, las democracias, la información como libertad humana, la balanza entre apertura y protección, pues en la base están preguntas como: ¿Tiene un joven indígena el mismo derecho de un muchacho noruego a matar su tiempo en las redes o en el peor contenido de Internet? ¿Tiene igual derecho un miembro de una comunidad indígena a pasar el resto de su vida con cara de pescado muerto, mirando a una pantalla, como lo haría otra persona con la misma cara y en el mismo instante en New York? ¿Es el riesgo más riesgoso en un lado que en otro? ¿Puede o debe intervenir un Estado en este espacio de libertad para proteger valores culturales de una comunidad indígena ante el capitalismo de vigilancia que crea hábitos y necesidades con interés comercial?
Desde luego Mr. Elon Musk pesca en río revuelto, igual que pesca en un desierto o en una gran metrópoli. Tiene licencia, tiene satélites, tiene amigos y aunque también tiene cara de pescado muerto, sabe hacer muy bien lo suyo (vender, crear necesidades, hábitos, y satisfacerlos), al paso que en general los demás podemos consumir, comprar, endeudarnos, y, eso sí, sabemos instintivamente batir la cola como ballenas de acuario para mirar sonámbulos el teléfono e inyectar a la cabeza una dosis temporal de olvido, o de conocimiento.
Del mismo autor: ¿Un crminal garante de éxito?