Me referiré a una comunicación atribuida al respetado escritor William Ospina titulada Al final, la cual ha circulado profusamente por los medios electrónicos. Contiene, el notable escrito, cuya lectura es a todas luces recomendable, una apología de la paz, idea con la cual todos debemos estar de acuerdo. A pesar de mi admiración por el literato, honra de las letras nacionales, aprovecho esta oportunidad para hacer algunas reflexiones, a riesgo de parecer perspicaz, no solamente sobre el farragoso escrito incorporado a nuestra carta fundamental, sino a la forma en la que fue concebido.
El referido acuerdo fue firmado por el Gobierno nacional con un grupo de guerrilleros, quienes hicieron creer que representaban a la totalidad de los miembros de las FARC, cuyos integrantes se hallaban sujetos a una disciplina militar bajo las órdenes de un mando unificado, cuando solamente actuaban a nombre de un grupo indeterminado de ellos, permitiendo a los más suspicaces entender que la división de la guerrilla fue premeditada en forma tal que algunos entrarían a la política, como lo hicieron, mientras otros continuaban con la violencia y con el negocio de la cocaína. Al parecer, ahora hay una Farc buena y una Farc mala. Supongo que los negociadores por parte del gobierno, por inexperiencia o inadvertencia, no previeron esta funesta realidad. ¿Los disidentes son cuadrillas que actúan independientemente o bajo un mando común, con un nuevo y no publicitado comandante o el de siempre?
A pesar del acuerdo, la violencia continúa. No pasa un día sin que tengamos noticia de toma de carreteras, muerte de líderes sociales (más de 60 este año), muerte de policías y de miembros del ejército, cuya desaparición ya no parece conmovernos, secuestros, explotación indebida de recursos naturales, reclutamiento de menores etc. Se nos informa que hay territorios como el Catatumbo y gran parte de Nariño que se encuentran bajo la autoridad, cuando no de la guerrilla, si de otros grupos criminales. Me abstengo de hablar de las zonas reservadas a las buenas Farc.
La situación de orden público es, posiblemente, la más grave que hayamos sufrido, a lo que se une el notorio y no menos angustiante estado de nuestra economía, el exponencial aumento de la corrupción que ha permeado a un sin fondo previsible nuestra sociedad, partiendo de sus más altos dignatarios.
Los negociadores del gobierno, dadivosos cual más, como lo demuestra el acuerdo que casi nadie ha leído y menos aún estudiado sus consecuencias, no exigieron, como requisito para su firma, que fueran entregados los secuestrados —las más olvidadas de las víctimas— y los menores de edad los cuales, según alguna publicación, no quisieron retirarse, ¿de dónde?, ¿de las Farc buenas o de las malas Farc?
Son múltiples los reparos que al respecto se han formulado y resulta prolijo analizarlos aquí. Pero se avecina la entrega de tres millones de hectáreas, para ser adjudicadas en propiedad a 200.000 familias campesinas que, es de suponer, serán seleccionadas por las buenas Farc. Considero de que se trata de un grave error. A cada familia le corresponderían 3.75 hectáreas o, lo que es lo mismo, el antieconómico minifundio. Qué grave irresponsabilidad haber adquirido este compromiso sin prever cómo se dará asistencia técnica a tal cantidad de minifundistas, ni con qué recursos serían financiados ni, claro está, como será adquirido tan basto territorio. Estos y otros interrogantes atropellan hasta el más desprevenido de los ciudadanos. Por ejemplo, ¿qué sucederá al fallecimiento del propietario del terreno?, ¿este se dividirá entre su cónyuge y sus hijos haciendo aún más grave el problema?, ¿la tierra que se adjudique será cultivada a punta de azadón?
Cuando el país requiere magnificar su producción agrícola por medio de una pujante agroindustria, nos encauzamos hacia el deprimente y antieconómico minifundio, que no generará riqueza sino que sumirá a nuestra agricultura en el fracaso con el consiguiente empobrecimiento de los trabajadores del campo. ¿Por qué no haber pensado en grande? No sería mejor socializar la tenencia y explotación del agro mediante la constitución de cooperativas que, dotadas de terrenos económicamente productivos, sean fuente de trabajo, rentabilidad y progreso para nuestros campesinos. La incertidumbre que al respecto genera el acuerdo no solamente ha desestimulado la inversión en la agricultura, sino que será fuente de mayor violencia.
Los negociadores del Gobierno nacional no exigieron un inventario de las armas en poder de los guerrilleros, sino que se contentaron con aceptar una promesa, lo que culminó en una soterrada entrega, de lo cual dudamos la mayoría de los colombianos. El diario El Tiempo anunció en un titular de primera página que las Farc habían entregado el 30% de las armas en su poder. Me he preguntado, ¿cómo se logró conocer un porcentaje de armamento entregado, si se desconocía el total? Las falsas informaciones como la del ejemplo dado insultan la inteligencia del pueblo que se siente manipulado.
Era tan sencillo indagar con los representantes de la insurrección respecto de los lugares donde se encuentran sembradas las minas antipersonales. Tampoco se hizo. Lo importante era tener un documento para firmar.
Las Farc, las buenas Farc, fueron premiadas despenalizando la siembra de coca y el negocio que de ella se desprende, con el inusitado éxito de quintuplicar el rentable cultivo, logrando para nuestra patria el descrédito como el mayor proveedor de ese infame producto. El presidente Santos presentó al Congreso un proyecto de ley mediante el cual será permitido a los campesinos la siembra de no más de 4 hectáreas de coca. Esto resulta ser una simple coincidencia con la entrega de 3.75 hectáreas de que tratamos anteriormente.
No quiero extenderme más mostrando las múltiples falencias del acuerdo de paz, solamente me permito concluir que su memorable escrito, tan bien intencionado, linda las fronteras de la utopía y que, en lugar de la anhelada paz, tenemos la inconformidad de quienes soportamos la humillación de que nos impusieran un acuerdo a quienes votamos un rotundo no, el recrudecimiento de la violencia y la inconformidad popular hastiada de mentiras desinformación y engaño,
Junto con mi admiración, reciba mi cordial saludo.