Vivimos una transformación cultural a partir de una agitada metamorfosis digital en medio de nuestra sociedad convulsionada. Estamos navegando por un mar de incertidumbre, donde el sistema social no ha logrado satisfacer las necesidades de la mayoría de los peruanos ni trazar políticas centradas en la educación como foco principal de desarrollo. Esto último es uno de los grandes desafíos que nos plantea la ruta del 2023 dentro del siglo de la educación.
Conscientes de que la educación es una herencia cultural en proceso de perfección que apunta a la mejora social y respondiendo a las megatendencias globales, es necesario que el Estado en correspondencia con el acuerdo nacional esboce una política educativa de calidad, abocada a desarrollar el capital humano de la sociedad peruana como, por ejemplo, impulsar el acceso masivo a la internet como lo viene haciendo Costa Rica.
Ahora, esta acelerada digitalización nos abre la posibilidad de estudiar desde diversos lugares del mundo y de todo el Perú, masificando así la democratización e inclusión educativa. El ecosistema de la educación superior peruana esta obligado a desarrollar una educación netamente digital e híbrida con espacios digitales y físicos, pues de no surfear por estas esferas estaremos cercenando las oportunidades de desarrollo de nuestro país.
En este contexto, como nunca antes, la presencia del docente es vital en esta aventura pedagógica. Para ello es imprescindible revalorizar a los maestros y elevar sus salarios a niveles de países desarrollados. Asimismo, se debe entrenar sus habilidades didácticas y desarrollar su capacidad de cautivar para que ellos conecten con eficacia sus emociones con los estudiantes, como recomiendan los expertos.
Robert Swartz nos ha lanzado el desafío de desarrollar el pensamiento como paradigma para formar personas extracreativas y productoras de contenidos, donde los estudiantes de todas las carreras empiecen sus estudios de manera paralela tanto en la práctica y la teoría, centrados en la investigación y buscando el desarrollo de la capacidad de transformar las materias primas en materias tecnológicas de consumo. De esta manera estaríamos desterrando de una vez por todas a nuestra actual educación basada en las notas y abrumadoramente teórica.
De la misma manera, para esbozar una educación íntegra, observemos a nuestra realidad nacional invadida por la convulsión social que derrocha furia y poca tolerancia hacia los demás, dándonos pie a gritos, desarrollar y fortalecer en las aulas las habilidades blandas, el liderazgo y la empatía para el logro de una convivencia intercultural y respetuosa como nos recomienda la Unesco.
Antes de finalizar estos desafíos, recuerdo a David Perkins, quien dijo una cruel verdad: todo aquello que enseñamos en las escuelas de poco les servirá a los estudiantes en su vida del mañana. Para hacer frente a este vaticinio, apoyado en muchos investigadores, me atrevo a recomendar que desarrollemos en los estudiantes las habilidades de aprender y desaprender rápidamente, pues de no hacerlo vamos a quedar rezagados y perpetuaremos nuestra dependencia.
Finalmente, para lograr acercarnos a concretar estos desafíos educativos que nos depara el 2023, es importante comprometernos todos en la construcción de un Perú con mayor equidad y en el impulso de una educación de calidad como parte de nuestro quehacer cotidiano en pos de un país desarrollado centrado en el capital humano.