Que las elecciones del 27 de mayo hayan transcurrido sin muertos ni incidentes violentos es una de las poderosas razones de ser del proceso de paz. Votar en paz, tener los ciudadanos la opción de elegir al candidato de su gusto es, en Colombia, un privilegio. Votos y no balas. Es posible que hayan sido las elecciones más pacíficas en la historia de la República.
Cuando se habla de 220 000 muertos, 25 000 desaparecidos y cerca de 5 millones de desplazados, el Centro de Memoria Histórica se refiere al período comprendido entre 1958 y 2012. ¿Y de ahí para atrás? La violencia de los años cincuenta, las de los treinta y cuarenta, siempre presentes en los procesos electorales, pueden llevar a pensar que el más anciano de los colombianos vivos nunca haya presenciado unas elecciones tranquilas como las que acaban de ocurrir. Debería ser un motivo de regocijo compartido por todos. Y, sin embargo, el ambiente de odio, polarización y de cuentas por cobrar está a la orden del día.
El proceso de paz, que ya ha dejado el gran dividendo de salvar miles de vidas humanas, no nació en paz. El No del plebiscito, la bronca entre políticos a favor y en contra, el odio a las Farc, no solo opacan el enorme esfuerzo de Santos y de los equipos negociadores de lado y lado. Son factores que han dificultado la reconciliación y que impiden reconocer el inmenso logro de salvar vidas.
La manipulación de los electores con el miedo se ha consolidado como receta infalible. Los especialistas en mercadeo electoral han desarrollado estrategias efectivas al respecto, aplicadas en esa plataforma que multiplica de manera exponencial, las redes sociales. El cuento está inventado. Justamente es lo que el fiscal especial Muller investiga en los Estados Unidos: cómo, de forma organizada, desde Rusia se contribuyó a la polarización a favor del actual mandatario. Al miedo hay que acompañarlo de señalamientos a los otros e, imprescindible, de la degradación del interlocutor que piensa diferente.
Lo absurdo consiste que, supuestamente, andamos en un proceso de paz sin que hayamos aprendido a respetar las diferencias. Lamentablemente, el cuento no solo es atribuible a solo un lado del polarizado espectro colombiano.
Queda claro que el ganador del 23 de mayo, que se proyecta como vencedor el 17 de junio, requería de un rival que encarnara el fantasma, en este caso, del castrochavismo. Inflar a Petro era una necesidad de Uribe y vaya, qué éxito, lo logró. Los trinos, de manera sistemática, de Uribe, los ecos de seguidores fanáticos, incluyendo los de personajes tipo Popeye hasta su detención, crearon una exposición de millones de pantallazos que le apuntaron a la creación del enemigo, el castrochavismo. Ejemplo de marketing consistente y efectivo.
Lamentable: hay alguna simetría en el síndrome de la creación del enemigo de parte de algunos de quienes están convencidos de la necesidad de votar por Petro. En las pocas semanas que separan la segunda de la primera vuelta, la agresión y la falta de respeto, los señalamientos que adscriben complicidad en el prontuario Uribe a quienes votamos por Fajardo están a la orden del día. El mensaje: si vota en blanco, vota por Uribe, es cómplice del paramilitarismo, de los falsos positivos, etcétera.
Muchos de quienes votamos por Fajardo le apostamos a que su clasificación a segunda vuelta descolocaría al que dijo Uribe en la final. Pero hay un factor adicional que no se suele considerar: la forma respetuosa en que siempre, tanto Fajardo como de la Calle, se movieron en el debate. Ninguna etiqueta al contradictor, ninguna presunción ex-ante de fraude electoral, ninguna agresión, fueron características.
Creería que con la suma de oportunismos tipo Gaviria, Cambio Radical, la U,
unidos al éxito de la campaña del miedo,
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Quedan menos de dos semanas para el partido final. En lo personal, creería que con la suma de oportunismos tipo Gaviria, Cambio Radical, la U, unidos al éxito de la campaña del miedo, las de ganar las tiene el candidato que dijo Uribe. Que van a gobernar con Ordóñez, Morales, los conversos Pastrana y Gaviria, que buscarán la corte única, que procurarán la impunidad en los casos tenebrosos de muerte, que buscarán desacreditar a ateos y LGTB, y que comerán mermeladita.
Sin embargo, también creería que Petro debería tener una buena votación. Para ello, sin embargo, aunque les parezca banal, deberían intentar conquistar a parte de quienes se abstuvieron de votar el 23 de mayo y también a los votantes de Fajardo. No obstante, el camino de la intimidación, del etiquetamiento, es decir, del uso del miedo, da la razón a quienes están, estamos, hartos de la gritería, es decir, de la amenaza.
Quedan 12 días para que, quizás, la política del amor y la persuasión sustituya la de la agresión. De lo contrario, el voto en blanco, aunque sin consecuencias legales, puede convertirse en un hecho político sin precedentes.